22 de Septiembre a las 16:00 horas Puente Bulnes
El sacerdote Miguel Jordá recuerda al amigo, a 33
años de su asesinato
“Juan Alsina fue un ejemplo de verdad y reconciliación”
“Juan Alsina fue un ejemplo de verdad y reconciliación”
Murió de frente y alcanzó a dar el perdón a su asesino: un soldado que
mató a varias personas en el Puente Bulnes. Ayer decenas de personas recordaron,
en ese lugar, a un hombre cuya opción de vida y fe fueron los pobres. Ya nadie
habla del `cura guerrillero´ que murió en combate, como dijo el gobierno
militar. Miguel Jordá fue el responsable de que la verdad sobre Alsina se
descubriera. Hoy habla de su amigo y su legado de perdón.
La Nación
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Dalia Rojas
25 de septiembre
de 2006
“Hijo, tú naciste un día que llovía mucho.
Tenías muchos amigos, jugabas, fuiste al colegio e hiciste muchos amigos más, y
resulta que un amigo te quiso tanto, que te quiso dejar para siempre en Chile.
Yo quisiera saber quién es este amigo, no para vengarme, sino para perdonarle.
Queremos que esa persona viva tranquila, que sepa que los perdonamos”. Esa
fue la carta que le envió, desde España, José Alsina al sacerdote Miguel Jordá.
La razón de la misiva no era trivial. Menos la petición que encerraba. José
quería que Jordá la entregara al soldado que había acribillado a su hijo, el 19
de septiembre de 1973.
Jordá, ahora
párroco de San Pedro de Melipilla, laboraba en Mallarauco cuando lo llamaron
para decirle que habían encontrado el cuerpo sin vida de su amigo, el sacerdote
Juan Alsina. Ya habían pasado ocho días desde su asesinato. “Esa llamada, todavía [guarda silencio]...
Me dejó muy golpeado ¿sabes? De inmediato fui a San Bernardo. No lo podía
creer. Todavía no llevaban el cuerpo a San Bernardo. Don Juan Ignacio Ortúzar y
Juan Vilas lo fueron a buscar a la morgue”, recuerda hoy, a 33 años de
aquel episodio que marcó su vida. “Los
militares dijeron que había muerto en un enfrentamiento, que murió matando. Yo
me opuse totalmente desde el principio a esa mentira”, dice.
Por eso,
cuando recibió la carta del padre de su amigo no pudo contener la emoción. Sus
palabras sólo reafirmaban la última voluntad del sacerdote, quien antes de ser
asesinado en el Puente Bulnes se dio vuelta y le dijo al soldado que lo
apuntaba por la espalda: “Mátame de
frente, porque quiero verte para darte el perdón”. De allí no cejó hasta
cumplir su misión. “Fui con el capitán y
no quiso recibir la carta. Luego fui con el soldado. Él sí la aceptó. Este fue
mi motor para hacer toda esta investigación. Cuando el soldado la leyó, se
emocionó mucho y lo confesó todo”, cuenta Jordá, quien nunca imaginó que el
militar terminaría suicidándose, años más tarde.
Jordá hoy
lleva, donde va, el Evangelio que usaba Alsina. El libro tenía una serie de
partes subrayadas, entre ellas una frase de San Juan que –para el párroco de
San Pedro de Melipilla– está llena de significado: “Si el grano de trigo muere, da muchos frutos”. Por lo mismo, la
escogió para su lápida.
“Tengo que ir con los míos”
Alsina y
Jordá se hicieron amigos desde que ingresaron al seminario, en España.
“Yo tenía 15 años en el seminario y él tenía
diez. Yo llevo 47 años en Chile. Él vino unos años después, cuando el Papa Juan
XXIII pidió que los sacerdotes españoles vinieran a Chile. En aquella época, se
formó un movimiento que se llamaba la OCSH (Obra
de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana) y ambos salimos llamados. Él llegó a
Chile en el ‘66 y yo en el ‘60”,
cuenta Jordá.
“Juan Alsina era hijo de campesinos. Desde
siempre, su afán era ayudar a sus padres y trabajar en lo más humilde. Era una
persona de un coeficiente intelectual muy elevado, incluso el rector del
seminario decía que no había tenido otro alumno similar. Tenía mucho sentido
práctico y cualidades humanas que fueron la base para que hiciera este gesto
final, de entregarse a la muerte”.
Cuando se
produjo el golpe militar, el sacerdote trabajó junto a la gente en el Hospital
San Juan de Dios, organizando la atención de emergencia. Estuvo dos o tres días
en el hospital y volvió a San Bernardo. Sabía que era buscado por los militares,
por su cercanía con los obreros. Aun así, decidió ir a trabajar. No volvió más.
“El mismo soldado me dijo que la orden era
matar a ocho o a diez de cada institución, para descabezar. Y para saber a
quién descabezar, iban con el director de cada institución para saber quiénes
eran los revolucionarios. Él era considerado peligroso, porque había trabajado
cerca de los obreros. El gran gesto de Juan es que sabiendo que lo buscaban
para matarlo, volvió al Hospital para ayudar a los obreros. Él dijo: ‘El
deber me llama y cumpliré con él. Y el que nada hace nada teme. Yo tengo que ir
con los míos’”, sostiene Jordá.
La misma
actitud había expresado días antes del 11 de septiembre de 1973. En una reunión
con Jordá, habían discutido sobre la posibilidad de un golpe de Estado. Alsina
desestimó la idea por la tradición democrática de la historia de Chile. Cuando
Jordá le preguntó qué haría su hubiese un alzamiento militar él, sereno le
dijo: “Yo estoy donde estoy, con los
obreros, y los voy a acompañar hasta el fin”.
Su iglesia
Para el
párroco de San Pedro de Melipilla Alsina “Era
muy distinto a muchos sacerdotes. Trabajaba codo a codo con los obreros, con la
gente, con el pueblo. Se hizo trabajador, como el resto de la gente”.
No sólo eso. “Era un tipo elegante, muy simpático, no me
explico cómo en tan poco tiempo pudo hacerse tantos amigos. En el poco tiempo
que estuvo acá, se hizo muchísimos amigos, tenía mucha entrada con la gente.
Era un tipo chistoso, entraba a la cocina, sabía preparar cosas. La gente
descubría en él a un hombre que busca hacer el bien por hacer el bien”.
Junto a
Santiago Fuster y otros sacerdotes se solían reunir, discutir, conversar sobre
la Iglesia y los cambios que querían realizar. Alsina ya había dejado la sotana,
cambiándola por ropa de trabajo. Después del Golpe, el grupo se disolvió.
En esos
tiempos, la Teología de la Liberación tenía mucha influencia en Latinoamérica.
La gran pregunta es qué pensaría Alsina de la Iglesia de hoy. Jordá dice “En la Iglesia funciona la ley del péndulo,
que es ir de un extremo a otro. Y esto va a tener que ir hacia el otro extremo
en algún momento. La Iglesia no comienza ni termina con ninguno de nosotros, la
construye el Espíritu Santo. Yo lo reflejo en un refrán: el ser humano es un
abismo de grandeza y un abismo de miseria, capaz de construir, y también de
destruir”. LN
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