El esfuerzo de una parte de la DC por llegar con Carolina Goic a primera vuelta de la elección presidencial, es un intento de girar a la derecha con la Nueva Mayoría. Esta es la razón por la cual esta idea es promovida por el grupo más conservador de la tienda (Gutenberg Martínez, Ignacio Walker, Mariana Aylwin). Es público y notorio que este grupo no se siente cómodo en la Nueva Mayoría (entendida como un pacto de centroizquierda) y quiere construir un camino político propio, llamémoslo de centro, o quizás más bien de centroderecha. La construcción de una candidatura presidencial propia hasta primera vuelta, es la estrategia escogida para impulsar esta posición.
Hace tiempo que esta división viene haciéndose clara al interior de la Nueva Mayoría, presionando por un movimiento de placas en el mapa de la política chilena que puede ser de proporciones. El trasfondo –me parece a mí–, no es una pura consideración estratégica, sino ideológica: un quiebre de fondo en la forma de concebir la sociedad chilena y el proyecto de desarrollo que le conviene.
Para abordar sin tapujos estas diferencias ideológicas fundamentales, creo que conviene plantearse directamente la pregunta por el modelo de desarrollo que se busca para Chile. Aquí emergen claramente dos bloques.
Por un lado, están quienes en el fondo se encuentran satisfechos con el modelo actual y no consideran necesario cambiarlo, por el contrario, desean perfeccionarlo.
Por otro lado, está el grupo crítico del actual modelo, que cree que es necesario reemplazarlo por completo, o bien realizar modificaciones de fondo.
Por supuesto, hay diferencias y subgrupos en cada lado, y esto da lugar a nuevas diferencias ideológicas sobre las que se puede debatir mucho, pero esta es la diferencia fundamental, la línea divisoria básica en el mapa de la discusión ideológica.
Me parece que al interior de la Nueva Mayoría subsisten, cada vez con más claridad, estas dos tendencias contrapuestas. Por un lado, hay una corriente de izquierda, que se da cuenta de la necesidad imperiosa de cambiar el modelo que nos rige. Esta tendencia comprende que el Estado debe jugar un rol protagónico en el desarrollo del país, en particular en la provisión de servicios sociales que promuevan la integración social. Asimismo, ve con claridad la necesidad de ponerle coto al mercado, comprende que este no solo no resuelve todos los problemas, sino que más bien genera inevitablemente graves problemas de desigualdad y conflicto social, al tiempo que está consciente de los excesos y abusos a los que tienden las grandes empresas, al parecer de forma inevitable.
Al extender sus tentáculos a través de la sociedad, en la forma de intereses y ganancias económicas millonarias para quienes tienen éxito, el mercado termina por moldear también las visiones ideológicas que se construyen sobre la misma. La macroestructura socioeconómica tiene un efecto en la subjetividad individual, en el sentido que va construyendo sujetos privatizados, que abogan por sus propios beneficios, y donde las visiones de sociedad, solidaridad y bien común se van debilitando cada vez más, transformándose en una especie de refugio para los “perdedores” del sistema.
Pero hay otra vertiente al interior de la Nueva Mayoría, simbolizada en el grupo DC que quiere llegar a primera vuelta, pero que es en verdad transversal a sectores (o actores) de otros partidos, que cree que el actual modelo de desarrollo es el correcto para el país. En este sentido, no se requeriría un cambio del mismo, sino lo contrario, su perfeccionamiento y profundización.
Esta tendencia confía a pie juntillas en la iniciativa privada y el rol de las grandes empresas para impulsar el desarrollo del país, y ven cualquier señal de desconfianza hacia el mercado, el lucro y los intereses privados como una rémora de los socialismos reales, estigma de una izquierda que quiere volver poco menos que al esquema de producción centralizado.
Creen que la participación privada en la provisión de servicios públicos no solo es adecuada, sino que imprescindible para “purificar” a la sociedad de los vicios de la burocracia estatal, y confunden cualquier esfuerzo de regulación pública con un intento de centralismo y adoctrinamiento. Asimismo, guardan aún –o quizás han desarrollado con el tiempo– un acendrado temor al estatismo, que a ratos parece más propio de la Guerra Fría que de la segunda década del siglo XXI.
La posición del senador Ignacio Walker frente a la reforma de desmunicipalización de la educación pública es el mejor ejemplo de esta postura de derecha al interior de la Nueva Mayoría. Parece en verdad inconcebible que un senador supuestamente de gobierno se oponga a un proyecto tan estratégico para el desarrollo del país, y solo puede explicarse por convicciones ideológicas muy arraigadas.
Walker en verdad no cree que el soporte estatal pueda contribuir, menos ser un actor clave, en el impulso a la mejora de la educación pública, y por eso se resiste a cualquier aspecto de centralización de la misma. El pánico a la participación estatal en la gestión de la educación es tan alto, que parece preferir la desigual y precaria administración municipal, aún a costa del descenso sostenido que ha experimentado la matrícula en las últimas décadas. De hecho, da la impresión de que, para el senador Walker, la educación andaría mucho mejor si se fundara solo en los establecimientos particulares subvencionados.
El caso de Walker es un buen representante del grupo DC que promueve ir a primera vuelta, y representa a un sector de la Nueva Mayoría que ha terminado por consolidar visiones de centroderecha, lo que resulta legítimo, pero que son en verdad incompatibles al interior de una coalición de centroizquierda.
Mi impresión es que esta deriva hacia la derecha de un grupo importante de la Concertación-Nueva Mayoría se ha producido de manera gradual, con el tiempo, a lo largo de estas tres décadas de libre mercado. En este lapso, es solamente esperable que un grupo de representantes políticos haya terminado por acomodarse a este modelo económico, más aún, que haya aprendido a “triunfar” en él.
No se trata de que se hayan “vendido” o “coludido” de manera directa (aunque muchas veces se hacen objeto de virulentos ataques de este tipo), pero ciertamente ha habido una tendencia a la privatización y elitización personal, que ha terminado por influir en su visiones políticas.
Es evidente que, si una persona prospera en un determinado modelo económico y empieza a generar réditos personales a través del mismo, tenderá a desarrollar una visión de sociedad que respalde sus propios logros y ganancias. Aquellos que instalan empresas de lobby, o comunicaciones empresariales, o bien que emprenden negocios educacionales o acceden a altos cargos en universidades privadas, o se vinculan a grandes empresas y grupos económicos, tenderán a sustentar un modelo económico que proteja y preste sustento a sus logros y ganancias. A la larga, inevitablemente, la conveniencia personal terminará tiñendo la visión ideológica y presionando por una perspectiva que sea funcional a sus intereses personales. No se puede esperar que alguien se beneficie de un sistema y, al mismo tiempo, mantenga una visión crítica, o siquiera neutral, del mismo.
En este sentido, me parece que la consolidación de visiones de derecha al interior de la Nueva Mayoría constituye un fenómeno más bien sociológico, o psicológico, antes que estrictamente político. Para retratarlo sería necesario, más que un análisis político, una buena novela (que no se ha escrito, creo).
En este sentido –y esta es la tesis central de esta columna–, es importante reparar que la influencia del mercado no es trivial o inocente en relación con la forma en que las personas conciben la vida y la sociedad. Quizás en un primer momento, después de la caída del Muro de Berlín, se pensó que lo mejor era echar por tierra también todos los prejuicios y “trancas” frente al mercado, la empresa privada y el lucro, pero lo cierto es que, después de 30 años, la experiencia nos ha enseñado que la privatización y el emprendimiento privado, para no hablar de las vinculaciones con grandes empresas e intereses económicos, entrañan un riesgo de cooptación ineludible.
No se trata de que trabajar en una empresa o emprender un negocio va a pervertir automáticamente nuestra forma de ver la sociedad, pero sí es cierto que, gradualmente, las ganancias y beneficios personales tienen un efecto en la forma en que se observa la sociedad y el modelo de desarrollo que se propugna.
En el plano ideológico, esta es una crítica fundamental al capitalismo, que me parece que no se ha tomado suficientemente en cuenta. Al extender sus tentáculos a través de la sociedad, en la forma de intereses y ganancias económicas millonarias para quienes tienen éxito, el mercado termina por moldear también las visiones ideológicas que se construyen sobre la misma. La macroestructura socioeconómica tiene un efecto en la subjetividad individual, en el sentido que va construyendo sujetos privatizados, que abogan por sus propios beneficios, y donde las visiones de sociedad, solidaridad y bien común se van debilitando cada vez más, transformándose en una especie de refugio para los “perdedores” del sistema.
En el plano propiamente político, en tanto, es difícil predecir qué ocurrirá con este engendro ideológico en que se ha convertido la Nueva Mayoría. Obviamente, las decisiones personales estarán cruzadas por ambiciones de poder, tradiciones biográficas y también simplemente inercia, pero a la larga debieran reflejar, de forma cada vez más clara, el quiebre en la actual coalición de gobierno.
Partidos instrumentales de derecha, como Ciudadanos, con un discurso valórico liberal, y sin la carga de la Dictadura, pueden terminar acogiendo buena parte de los sectores más derechizados de la coalición. Sin embargo, el punto de fondo es que, así como está planteada, la Nueva Mayoría resulta una entidad política inviable, que alberga en su interior no solo matices ideológicos diversos sino también una fractura ideológica fundamental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario