¿Quo vadis, señor ministro?
por Felipe Cabello Cárdenas 4 noviembre, 2020
Las declaraciones de las autoridades sanitarias respecto de la evolución de la epidemia de COVID-19 en Chile, producen a menudo perplejidad e inquietud, ya que, por ejemplo, el ministro de Salud anunció de manera triunfal el 20 de octubre que “Chile ha sido destacado por realizar más de 4 millones de test PCR, con una tasa de 207 mil exámenes realizados por millón de habitantes". Sin embargo, este aparente éxito contrasta con las cifras (tasas) de morbilidad y mortalidad por 100 mil habitantes, que continúan entre las peores del mundo (morbilidad 2,965.00 y mortalidad 100.00). La cifra de hospitalizaciones por el virus de 410 hospitalizados por 100 mil habitantes, también ubica a Chile entre los países más severamente afectados por la pandemia, y la Región de Magallanes ha tenido una de las tasas de morbilidad más altas del mundo (7,343.00 por 100 mil habitantes).
Los pronunciamientos triunfalistas del ministro y de los titulares de El Mercurio que le hacen eco –que cada dos o tres días anuncian un nuevo récord en el número de PCR–, se demuestran vacíos e ilusorios, al comparar estos números con los de otras regiones del mundo en que la epidemia se ha controlado con relativo éxito. Por ejemplo, el estado de Nueva York (EE.UU.), que hasta ahora parece haber restringido la diseminación del virus a niveles necesarios para una potencial reactivación económica y que tiene una población similar en número a la chilena, está realizando 160 mil exámenes diarios de PCR (4 a 5 veces más que en Chile) con una positividad del 1% o menos y aún, a menudo, tiene que focalizar y aumentar sus esfuerzos de diagnóstico, trazado y aislamiento, para controlar y evitar la reactivación de focos de la infección donde la positividad alcanza a más del 3-4%.
En la tradición cristiana esta es la pregunta que el apóstol Pedro, huyendo perseguido por los romanos que lo quieren crucificar, le hace a Cristo resucitado cuando lo encuentra en su camino de huida. Cristo le responde: “Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez”. Una interpretación metafórica y actual de esta historia, podría ser que, en aras del dinero y de políticas públicas mezquinas, la salud de la población chilena está siendo sacrificada por segunda vez, por las decisiones del reemplazante de la primera autoridad sanitaria, quien fuera responsable meses atrás de su primera crucifixión.
Sin lugar a dudas que existe un abismo insalvable entre los logros ficticios publicitados por las autoridades –lo que la prensa adicta al Gobierno difunde– y lo que realmente está ocurriendo de manera penosa con la morbilidad y la mortalidad por COVID-19, en la población y en los servicios de salud a lo largo del país. Lo anormal y lo patológico de este abismo se trasunta, porque las prestidigitaciones para ocultar la gravedad de la situación son groseras y ellas además dificultan de diversas maneras la implementación de las medidas adecuadas de vigilancia y de prevención de la epidemia.
Por ejemplo, está claro que si se le da a la población el mensaje de que la situación está controlada, individuos y grupos tenderán a trivializar el uso de mascarillas, el distanciamiento físico y el aislamiento cuando este fuera necesario, y esto desmejorara, aún más, la ya gravosa situación. También, si las autoridades dicen, y El Mercurio amplifica, que se baten récords mundiales en PCR, se da la sensación de que se están haciendo todos los exámenes necesarios para diagnosticar la totalidad de los casos de la infección, cuando esto dista mucho de ser la realidad que sería necesaria para contener la epidemia en el país.
El fatídico y paradójico precipicio entre propaganda y realidad, atenta contra las bases científicas y éticas de la salud pública y, sin dudas, mina los esfuerzos del Gobierno y de la población para contener la epidemia. El diagnóstico de las causas de esta anómala situación, hace recordar lo que en la práctica de la medicina se llama el síndrome del “cuerpo extraño”.
El síndrome del “cuerpo extraño” es aquel en que un paciente que está siendo tratado por una infección bacteriana, con los mejores y más sofisticados antibióticos para ella, sin embargo y a pesar de esta supuesta efectividad, no responde a ellos, la fiebre continúa y, si hay alguna mejoría, esta es pasajera, seguida de una recaída, prolongándose el sufrimiento del enfermo o la enferma por semanas y a veces meses. Este síndrome se explica por el hecho de que el paciente tiene alojado en alguno de sus órganos un cuerpo extraño, ya sea un botón, una pieza metálica, un hueso de pollo o una espina de pescado que han sido ingeridos, aspirados o inoculados y los cuales sirven de refugio a las bacterias causantes de la infección, protegiéndolas de la potencialmente alta efectividad de los antibióticos.
En el caso de la epidemia y de las medidas de salud pública que se usan en el país en los intentos fallidos para controlarla, nos atreveríamos a postular que el fracaso de ellas se debe a que al parecer –al igual que en el fracaso de la terapia antibiótica descrita– ellas son distorsionadas por un cuerpo extraño, ajeno a la ciencia, a la ética médica y, de allí, la sima entre propaganda y realidad, que compiten para describir su incierta evolución.
La lectura de noticias de prensa ayuda a definir los contornos de este cuerpo extraño, que distorsiona monstruosamente los objetivos protectores de la salud pública. Por ejemplo, en Puerto Montt un diario nos dice que “más de cuatro mil trabajadores de la construcción retomarán sus labores”, esto en una ciudad en que el virus se pasea hasta este momento incontenido, a pesar de las medidas de cuarentena de larga data. Otra noticia nos dice que en Chiloé se ha levantado la prohibición de operar, que "a causa del relevante número de trabajadores contagiados con COVID-19 se había dictaminado (…) para la planta de salmones", en Chonchi. En una provincia en que la epidemia de COVID-19 está evolucionando con una curva ascendente de casos y de muertes.
Sin lugar a dudas que estos ejemplos indican que las razones económicas y las de menguadas políticas son el cuerpo extraño, que como la fuerza de gravedad de un agujero negro sideral aparentemente invisible, distorsionan el curso del rayo de luz de los métodos de la salud pública. Métodos y medidas cuyo único norte y razón debieran ser la prevención de la infección y el bienestar de la mayoría de la población. El periodista, el sociólogo y el economista debieran ser capaces de investigar quiénes son los individuos y los grupos mayoritariamente beneficiados económicamente con estas irracionales y abusivas medidas, que propenden a la diseminación del virus en la población y que afectan, de manera negativa, su bienestar y sus vidas.
La distorsión de los métodos de la salud pública por razones económicas y politiqueras resulta en la implementación de medidas epidemiológicas a medias y que, por lo tanto, fracasan en controlar la epidemia. Si bien estas sugieren que al parecer la autoridad ha abandonado el plan violento y amoral de la inmunidad de manada (rebaño) como medida de control de esta, tampoco está claro que las fragmentarias medidas en curso vayan a controlarla y evitar, con ello, más enfermedad y muerte prevenible. De allí la pregunta ¿Quo vadis?: ¿A dónde va con sus planes, doctor Paris?
En la tradición cristiana esta es la pregunta que el apóstol Pedro, huyendo perseguido por los romanos que lo quieren crucificar, le hace a Cristo resucitado cuando lo encuentra en su camino de huida. Cristo le responde: “Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez”. Una interpretación metafórica y actual de esta historia, podría ser que, en aras del dinero y de políticas públicas mezquinas, la salud de la población chilena está siendo sacrificada por segunda vez, por las decisiones del reemplazante de la primera autoridad sanitaria, quien fuera responsable meses atrás de su primera crucifixión.
San Pedro reacciona ante la valentía de Cristo, que no le teme a nuevos sufrimientos, y vuelve a Roma dispuesto a morir por su fe, siendo crucificado por el gobierno de Nerón. A la luz de esta relación, pareciera que lo que se necesita en estos momentos para contener la epidemia en Chile es una autoridad sanitaria que implante planes osados y resueltos, que –como san Pedro– rescaten la fe en los valores científicos y éticos de la salud pública de las garras de Mamón, rescate que es fundamental para la lucha exitosa contra la plaga viral.
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