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domingo, 7 de marzo de 2021

¿Una condición pre revolucionaria? El único curso que puede salvar del desastre a Chile

La política oficial, es decir el establishment, se plantea de manera que pareciera controlar todos los  mecanismos que se instalan para salir de la fase “convulsionada”, vivida a partir del 18 de 0ctubre del 2019.

Ellos creen que por adelantar un acuerdo ampliamente cupular a través de una ley de reforma constitucional, para permitir una consulta nacional y luego llamar a elegir constituyentes, según las mismas circunstancias en que  se elige un nuevo parlamento, ya tienen ganada la partida con la recuperación de las riendas, y que pueden sentarse cómodamente sobre la bestia y, así, nuevamente aplicar la disciplina para normalizar la trayectoria en un viaje histórico, para ellos, impecablemente administrado.

Esto acontece de esta forma, debido a que en el pasado siempre pudieron administrar los recursos constitucionales y la fuerza represiva para contener y anular las diversas formas de manifestar la inconformidad, el malestar y la rabia, ante un sistema claramente opresor, extensamente prepotente y persistentemente indiferente e injusto.

El malestar se viene manifestando desde la partida del retorno a la democracia: las masivas manifestaciones del magisterio, en los 90; luego los mineros, también los estudiantes 2006, los empleados públicos, nuevamente los estudiantes 2011; los NO +AFP; los pueblos originarios….., hasta llegar al 18 de octubre.

En el intertanto, las estructuras de poder se daban un banquete de licencias políticamente agresivas: Hinzpeter y la masificación de bombas lacrimógenas adquiridas en Israel, como único y principal argumento contra las protestas; el fortalecimiento de los GOPE como fuerza bruta de intervención urbana; luego el ministro Chadwick y su subsecretario Ubilla, con sus movimientos fraudulentos y criminales en la Araucanía. La burla de la reforma de la LOCE por la LEGE, con abrazo gozoso y tomada de manos de toda la cúpula parlamentaria, lo que se tradujo en un gran trueno pero sin lluvia. Para qué hablar de las tratativas corruptas de las empresas en connivencia con parlamentarios de los partidos de ambos lados, en que el gran perjudicado fue el Fisco y el gran perdonavidas fue el director del Servicio de Impuestos Internos, elegido y mandatado por los mandamases de La Moneda, justamente para no procesar al ala corrupta de su sector político.

Finalmente, la gota que rebasa el vaso, la intención del ministro de Hacienda, señor Larraín, de volver a instalar  las granjerías tributarias  para los empresarios, regresándoles la totalidad del FUT. Es decir volviendo a favorecer al 1% más rico, para que tributen menos de lo que la tímida reforma de Bachelet había logrado rescatar(tentativa frustrada por el 18 de octubre).

La crisis de los precios de las materias primas, arrastradas desde el 2013 hasta el 2019 y la nula contribución de las mineras transnacionales a sostener las  arcas públicas en todo ese período, terminó develando la impotencia de la política cupular para responder a las demandas generadas desde una clase media profesional, endeudada y sin ingresos, decepcionada y defraudada ante la publicitada “inversión en la educación superior” (endeudamiento-CADE), como herramienta para incrementar los ingresos y asegurar su futuro.

Para qué hablar de las clases populares, que fueron animadas bajo la calificación de “clase aspiracional”: esa clase que es primera generación de estudios superiores o con condiciones de ingresos superior a la media que define la pobreza. Esa clase pudo tener acceso al mundo financiero, comprar bienes durables, con créditos pacientemente largos e inclementemente caros.

Las obligaciones financieras fueron creciendo mucho más ágilmente que sus ingresos, hasta que llegó el día en que se vieron presos en la jaula de los acreedores impertinentes.

Los pobres, más pobres, esos que las clasificaciones oficiales suponen en un 14% de la población, pero que en verdad están mucho más próximos al 30% (la pandemia lo dejó bastante claro), nunca pudieron levantar cabeza. La sociedad los ignoró desde la dictadura, y la democracia los abandonó denuevo. Quedaron desterrados en sus poblaciones periféricas, dedicados al “pituteo”, al menudeo delincuencial, al microtráfico; tuvieron como único asomo de participación a las “barras bravas”, que en el fondo lucen como una mezcla de organización futbolística y mafioso-delincuencial. Esa población sin estudios, sin atención en salud, sin trabajo, era sin dudas un polvorín, con la mecha asomada a la gran sociedad, que habitaba “inocentemente” en el “Oásis” monetarista,  consumista, frívolo, corrupto y prepotente.

Como decíamos, al comienzo, esta misma cúpula piensa que está arreglando el entuerto y que nuevamente puede arreglárselas con las mismas viejas tácticas del mazo y el azúcar. Pero si uno da una lectura atenta a lo que va pasando en medio de estos procesos plebiscitarios y electorales que ya vienen, no puede dejar de llamar la  atención que pareciera acontecer que Chile vive en dos dimensiones separadas: la esfera cupular, que presenta los mismos candidatos de siempre, con diversidad de maquillaje, pero que no logran ocultarse o mutarse de manera convincente y, por otra parte, la esfera popular que repudia todo lo que huela a la vieja cúpula y sus prácticas. Nunca antes las propuestas y sus candidatos oficiales habían sido tan rápidamente desmoronados desde la redes. Hay un rechazo radical y total para todo lo oficial. Es como si el mundo cupular tuviera su propia referencia humana, comunicacional, encerrada en su cápsula mercurial y televisiva. Se hablan entre ellos y para ellos, pues ya no son capaces de irradiar hegemonía ideológica ni cultural desde sus mensajes. Ya pisan en el vacío, predican en el desierto humano y social. Habitan en su gueto.

No caen en la cuenta que Chile, a partir del 18 de octubre, entró en una especie de revolución. Revolución entendida en un sentido  justo, es decir en el rechazo al poder hegemónico y de dominación y la búsqueda de uno nuevo. Se rechaza el poder hegemónico que es sustancialmente cultural e ideológico y se repudia el poder de dominación que es ciertamente económico y policial represivo.

Si no son capaces, las cúpulas, de entender esta realidad, entonces, aun cuando consigan salvar el modelo en la nueva Constitución, gracias a las trampas y vetos, incluso así, no tardarán en descubrir que la realidad es más porfiada que la astucia. Que lo que se habrá obtenido es un país que flotara a penas y a la deriva, en una confrontación enguerrillada y en una inviabilidad suicida a mediano plazo.

Chile no tuvo una revuelta, no fue un síndrome de los pueblos en transición modernizadora, como señalan algunos geniales opinólogos. Chile está atravesando por un proceso de cambios que avanza a una verdadera revolución.

Sabemos que para que se dé una revolución verdadera se necesitan tres cambios: en el orden económico (cambio de la forma de producir, acumular y distribuir); en el orden político (otro segmento de la sociedad entra a conducir los destinos del poder, con otra propuesta social); en el orden cultural (nuevos valores, nueva fe, nueva forma de relacionarse).

Difícilmente se dan las tres exigencias de manera simultánea, pero creo que para allá vamos.

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

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