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sábado, 26 de marzo de 2022

OPINIÓN POLÍTICA

 

Cuando hace falta el pueblo

¿Es que el gobierno se va a contentar con pedir la consabida e inútil “exhaustiva investigación y un sumario interno” a Carabineros? ¿Es que se hará vista gorda de la evidente colusión entre delincuentes que casi matan a un niño y la policía?

¿O, peor aún, la cosa va a quedar ahí no más?

¿Es que Gabriel Boric se está cavando su tumba política a menos de un mes de instalado en La Moneda?

De tumbo en tumbo, de error en error hasta la victoria final.

Parece ser el lema de un gobierno que deambula a la siga de una idea rectora que le dé sentido y dirección estratégica en sus primeros pinitos, porque así como va más se parece a una versión empeorada de la Concertación.

No hay un relato que sirva de referencia para indicar por donde se va a ir el nuevo gobierno.

Hasta ahora su empeño imposible y retorcido de estar bien con dios y con el diablo le ha traído solo errores y, peor aún, la sensación que se gobierna solo con la inercia del triunfo electoral, pero sin un norte fijo que ofrezca una esperanza por muy poca que sea.

El presidente de los empresarios no ha perdido tiempo para tantear el terreno en el que va a desplegar su estrategia desestabilizadora y lanza sus provocaciones solo para ver cuánto calza la disposición de principios de Boric y su equipo.

Desde la vereda podemos ver lo complejo que son las consignas llegado el momento de actuar en consecuencia.

La historia de la izquierda nos recuerda el coraje que hay que tener para hacer coincidir el decir y el hacer: No pasarán. Pasaron. Venceremos. Nos derrotaron. La alegría ya viene. Jamás llegó. Seguimos. Como antes.

El gobierno de Gabriel Boric corre el riesgo de ser derrotado por sus propias indefiniciones y miedos.

Está claro que el momento de la simbología, la cosa emocional, los pañuelitos, tatuajes y gestos ya dejó paso a la más dura realidad del poder, una de cuyas claves es tan simple como brutal: hay que usarlo.

La reacción tímida y casi con pudor ante la arremetida represiva de Carabineros que no se diferencia en nada a los tiempos del pinganilla Piñera, y que dejó herido a bala a un estudiante y la falta de reacción ante la paliza desquiciada a otro por parte de delincuentes ante la vista de los uniformados, avisan que la cosa se pondrá cuesta arriba.

Simplemente no puede ser aceptable que estas cosas tan terribles pasen en un gobierno en el que mucha gente depositó su tan traicionada y abusada esperanza, incluidos esos niños que ahora son víctimas.

En política no se puede no tomar postura. El creer que existe un punto medio en el que se puede ser tan amigo de moros como de cristianos, solo lleva al camino sin retorno de la renuncia y la traición.

Necesariamente si estás en política requieres tanto de amigos leales como de muy precisos enemigos. Instalarse con la idea de ser el punto medio entre unos y otros es una falacia que cuesta caro.

Uno se pregunta dónde quedó la pachorra de los muchachos que venían a cambiarlo todo, que se propusieron hacer política de otro modo y superar las viejas prácticas y a los viejos políticos y que generaron un chispazo de esperanza a la desencantada fe de millones.

Ni más ni menos que se proponían desneoliberalizar el país.

Quizás sea preferible usar corbata, pero no mostrar el miedo que se deja ver en cada declaración que busca dar explicaciones y, peor aún, ponerse del lado de los que hasta hace poco era la suma de la maldad y el desprecio.

Cuando uno escucha al subsecretario Monsalve parece que el tiempo no hubiese pasado desde Lagos a la fecha.

La derecha, como todo depredador, huele el miedo en su presa. Y en la medida que vea indecisión y el temor reverencial que algunos personeros oficiales muestran, la ofensiva ultraderechista va a llegar hasta la Convención Constitucional.

¿Será que el lastre que aceptaron al interior del gobierno de aquellos que son responsables de todo lo que rechazaban se les está haciendo insoportable y no le dejan espacio al valor necesario para hacer lo que se propusieron?

¿O se creía que la cosa no era tan exigente y complicada? ¿O todo no era sino una pose instalada por la moda?

¡Cómo hace falta el pueblo!

 

Por Ricardo Candia Cares

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