La reforma judicial en Chile debe ser vista no solo como una opción deseable, sino como un paso necesario para salir de ese bucle de desconfianza, en el que reinan las sospechas y las paradojas en vez de la justicia.
El caso de los ministros de la Corte y exfiscales investigados en Chile revela un dilema de paradojas lógicas y morales que cuestiona tanto la integridad personal como la validez del sistema judicial en su conjunto. Aunque aún no se ha probado su culpabilidad, estos casos ponen en evidencia dos paradojas fundamentales.
La primera, que llamo “paradoja del escudo quebrado”, se plantea en el nivel personal. Si se demuestra que manipularon las decisiones judiciales, su defensa se convertirá en un claro ejemplo de ironía: reclamar los mismos derechos que negaron a otros.
Esta primera paradoja se enfoca en la ironía de que quienes han quebrantado los principios de justicia busquen ahora refugio en ellos, como si intentaran protegerse con un escudo que ellos mismos rompieron. Cuando un juez acusado de corrupción apela a los principios de imparcialidad y justicia para defenderse, se encuentra atrapado en una contradicción esencial: ¿cómo puede defenderse apelando a un sistema que, según las acusaciones, él mismo habría contribuido a pervertir?
He aquí un primer dilema, que no solo torna irónica la defensa, sino que también socava el valor mismo de los principios de imparcialidad que los jueces representan. Apelan a un sistema que conocen muy bien y desde adentro, pero ¿a qué sistema apelan, a un sistema corrupto o a uno justo y transparente? Esto ya es parte de una segunda paradoja.
A esta la llamo “paradoja del juicio impuro” y tiene implicaciones estructurales. Si el sistema judicial ha sido previamente corrompido, cualquier intento de impartir justicia en el presente queda atrapado en un bucle de sospecha. Esta paradoja se ve reflejada en los bajísimos niveles de confianza que el sistema de justicia y sus actores tienen hoy en la sociedad. Se plantea una duda fundamental sobre la imparcialidad de un sistema judicial que fue previamente manipulado.
Similar a la paradoja del mentiroso, en un sistema donde la corrupción ha existido, cualquier afirmación de imparcialidad podría ser vista como sospechosa, generando un ciclo de desconfianza. No es que el sistema en su conjunto sea corrupto, sino que se genera una duda que hace indiscernible el actuar correcto y el corrupto. Esto genera un bucle de sospecha que se extiende por todo el sistema y es extremadamente dañino.
Hay dos formas de sistemas de justicia corrompidos: el primero es el de un sistema tan profundamente corrupto que la justicia desaparece por completo y se convierte en una forma de violencia institucional, como se ha visto en algunos sistemas autoritarios. Chile vivió eso durante la dictadura. Allí no hay paradoja alguna, pues se sabe de antemano que el sistema de justicia es parcial e injusto. No hay incertidumbre ni duda.
La paradoja del “juicio impuro” solo es posible cuando existe la pretensión y apariencia de que hay un sistema justo e imparcial, y se comprueba –escándalo mediante– que no lo es. Aquí la corrupción se disfraza bajo una apariencia de justicia, operando con eficacia precisamente gracias a que el sistema proyecta una fachada de imparcialidad.
Los casos de Perú y Colombia también ilustran esta paradoja sistémica. En Perú, el escándalo de corrupción, que implicó a jueces y altos funcionarios, mostró cómo el sistema permitía la venta de decisiones judiciales mientras mantenía la apariencia de justicia. En Colombia, el caso del exmagistrado Jorge Pretelt, quien aceptó sobornos para favorecer a empresas, reveló cómo la corrupción puede enmascararse en un sistema que, en teoría, es imparcial.
En Austria, está el caso del “Kreutner-Bericht”, que denunció una especie de sistema de justicia de dos clases, uno para agentes de alto perfil y otro para los casos comunes, violando el principio de igualdad ante la ley.
Solo en escándalos de este tipo se genera la segunda paradoja y un bucle de desconfianza sistémica. ¿Cómo se rompe ese bucle? Cuando algo así ocurre, como es el caso en Chile, las instituciones deben reiniciarse, y debemos confiar en que ese “reseteo” funcione. La otra alternativa es la violencia abierta y desnuda.
Al final, lo que está en juego no es solo la culpabilidad o inocencia de los jueces investigados, sino también la credibilidad del sistema judicial como garante de justicia. La reforma judicial en Chile debe ser vista no solo como una opción deseable, sino como un paso necesario para salir de ese bucle de desconfianza, en el que reinan las sospechas y las paradojas en vez de la justicia.
Hay reformas deseables, debatibles, y hay reformas completamente necesarias. La reforma del sistema de nombramientos del Poder Judicial en Chile pertenece a esta categoría de reformas indispensables.
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