En estas elecciones parecen ser más los que votan en contra que quienes lo hacen a favor. Todavía no encuentro a nadie que se deshaga en alabanzas ni por Sebastián Piñera ni por Alejandro Guillier. Entre quienes apoyan a Piñera hay incluso quienes lo detestan, “pero si con él me separa un río correntoso, con su contendor me diferencian océanos inmensos”, aseguró el senador. Entre sus más cercanos hay los que postulan esconderlo para que no siga metiendo las patas de aquí al 17 de diciembre. Cuando un periodista le acerca su micrófono, esos incondicionales tiemblan de nervio y no de emoción.
Con Guillier sucede algo parecido, aunque menos pasional. Unos lo encuentran flojo, otros desmotivado, incluso durante un tiempo se puso de moda repetir que era evidente su falta de ganas de ser presidente. Cuando horas antes de la primera vuelta aseguró que “en cuatro años más, gane o pierda, me retiro de la política”, vieron confirmadas sus sospechas. Es verdad que hoy aparece mucho más despierto que ayer, que ahora emplaza a su contrincante subiendo la voz y gesticulando hasta despeinarse, pero nadie cita sus palabras a la hora de buscar orientación, razones para luchar o sabiduría.
Ni siquiera las coaliciones políticas a las que cada uno de estos candidatos representa están verdaderamente contentas consigo mismas. Ossandón y Felipe Kast están peleando al interior de Chile Vamos más por sus propios liderazgos que por el triunfo de un proyecto común. Cuando Sebastián Piñera, a pedido de Ossandón, se comprometió a expandir la gratuidad en la educación superior, el líder de Evopoli de inmediato aclaró que no votaría a favor de ella. Ossandón respondió: “Kast, el liberal, representa los intereses de los millonarios”. La suya, en cambio, sería una derecha conservadora y social. Ossandón me dijo: “en estas elecciones lo que está en juego es lo que sucederá en cuatro años más”. ¿Y qué es, entonces, aquello que los une? El miedo al adversario, la convicción histérica de que con Guillier el país caerá por un despeñadero de ruinas circulares que termina en Venezuela.
La Nueva Mayoría es un conglomerado decadente con dos partidos en estado terminal, al menos como los conocimos: la Democracia Cristiana y el PPD. Ambos están al borde de la fractura o desgranándose. Ya no le queda nada de ese humus cultural que conoció en sus orígenes, cuando bajo otro nombre reunió a todas las fuerzas democráticas de Chile. Hoy parecen quedarle más cargos públicos que ideales vigentes. No es por ella que votaron el veintitantos por ciento la semana antepasada, sino contra la derecha, ésa que según Raúl Zurita “apenas vio amenazado sus intereses no trepidó en ensangrentar Chile imponiendo la más atroz de las dictaduras”.
El Frente Amplio, la niña linda de esta fiesta, los únicos contentos consigo mismos, aunque con nada más que ellos mismos, quienes hasta ayer gritaban “¡nunca más el mal menor!”, para desdecirse sin desdecirse, batieron las palabras hasta convertirlas en espuma, y primero llamaron a votar por Guillier sin mencionarlo, para hacerlo a continuación, no sin antes advertir que serían sus opositores en caso de ganar la presidencia. Beatriz Sánchez especificó: “Hoy lo importante es decirle “no” a Sebastián Piñera porque no sólo es un retroceso, sino un riesgo para Chile”. Contra Piñera todo, para Guilier sólo un voto útil.
Cada grupo defiende su primacía y cada líder su liderazgo. Algunos discuten el modelo neoliberal, pero su lógica de competencia y rentabilidad se apoderó de la política. El compromiso olvidó la gratuidad. Hay algo en el desprecio por los acuerdos que deslinda con la devoción por lo particular. En todo gran acuerdo las partes desaparecen. El camino de todos no tiene nombre.
Raro este momento. Intuyo que pocos saldrán a celebrar el triunfo del candidato ganador.