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viernes, 1 de diciembre de 2017

Educación en Derechos Humanos


Mariana Zegers Jueves 30 de noviembre 2017 14:24 hrs.
Hemos insistido en lo importante que es la educación en derechos humanos en la erradicación de la intolerancia y la discriminación. A los procesos educativos, debemos sumar el estudio y evaluación de esos procesos. Evaluar la calidad abarcando, por cierto, temas de inclusión, diversidad y formación ciudadana. Ello, en el entendimiento de una educación que ha sido proclamada como un derecho exigible.
La enseñanza en derechos humanos pasa por fomentar la participación social y el pensamiento crítico en los estudiantes; hacer que  investiguen, analicen la realidad y resuelvan problemas; en diálogo con otros y con diversas disciplinas. Sin duda, esta perspectiva implica enfrentarse a temas controversiales. Es lo que propone el profesor Abraham Magendzo, reciente Premio Nacional de Ciencias de la Educación, por su trayectoria y reconocimiento a nivel nacional e internacional en materia de educación en ciudadanía, derechos humanos y convivencia escolar; señalando que es necesario analizar los temas controversiales de la sociedad, a fin de acercar a los alumnos a los problemas de su país (Entrevista a Abraham Magendzo Educación 2020).
A su vez, el sentido de la educación es formar ciudadanos en la democracia deliberativa, sobre la que reflexiona Magendzo, entendiéndola no sólo como el consenso mediante la deliberación, sino también como una forma de robustecer una ciudadanía “cada vez más empobrecida por una democracia que no ha sido capaz de frenar los crecientes procesos de individualización de la esfera pública” (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).
El límite del consenso debiera radicar en el respeto de la diversidad, tolerancia e igualdad de derechos. Ello permitiría proteger el disenso “en las sociedades democráticas y pluralistas, donde hay identidades, cosmovisiones y culturas diferentes que conviven y que tienen ciertos elementos y visiones particulares, que deben ser considerados y protegidos de una hegemonía socio cultural que pretenda arrasar o anteponer principios que limiten la autonomía, dignidad y derechos de ellas” (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).
En este sentido, Magendzo destaca que son los procesos de deliberación, no los resultados, los que fundamentan la democracia; pues en ellos los ciudadanos son partícipes de las acciones colectivas que inciden en cada contexto social e histórico. “Una democracia deliberativa invita a la discusión y al diálogo libre y tolerante. Una sociedad que delibera es una sociedad capaz de respetar las diferencias, identidades y opiniones. Pero también es una sociedad cuyos miembros son capaces de comprender y colocarse en la posición de sus interlocutores” (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).
Practicar en educación esta mirada acerca de la democracia implica orientarse en los principios de la pedagogía crítica, la pedagogía de la alteridad y la pedagogía problematizadora. La primera, muy arraigada en la obra de Paulo Freire, tiene como objetivo “vincular la conciencia crítica con la acción social para superar estructuras sociales opresivas”. La segunda refiere a la mutua aceptación y reconocimiento del otro y, yendo más allá, a “la responsabilidad para lo que no es asunto mío o que incluso no me concierne”. La tercera, por último, tiene que ver con deliberar reconociendo e indagando en aquellos puntos de tensión y antagonismos; aprendiendo a confrontar puntos de vista divergentes (Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa).
Al hablar de ciudadanía, nos acogemos a una concepción de la participación en la vida pública que “define el poder de disposición que tienen las personas asociadas en una comunidad democrática sobre la vida social”. Mediante los vínculos sociales, en acciones coordinadas, los ciudadanos son capaces de condicionar la institucionalidad política y socioeconómica de su país. “La idea es que los ciudadanos comunes puedan ocuparse al mismo tiempo de los asuntos de la ciudad y del Estado, es decir, que gocen de derechos, pero que cumplan con las obligaciones que su condición de ciudadanía les impone”. Esta ciudadanía activa se concibe como un ejercicio que debe permear los ámbitos de la cultura y educación (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación).
En el ejercicio de la ciudadanía es esencial el reconocimiento de la alteridad, entendida por Levinas como “la responsabilidad para con el Otro, (…) para lo que no es asunto mío o que incluso no me concierne; o que precisamente me concierne”. Una actitud de conocimiento del otro y de apertura, construida en los marcos de la tolerancia y la no discriminación. Precisamente, escribe Magendzo, “el cierre a la diversidad no es sino la exclusión del Ser del Otro”. Históricamente, “estos intentos de supresión de la diversidad han estado acompañados de violaciones severas a la dignidad humana y a los derechos humanos” (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación).
Reconocer la alteridad significa incorporar los principios de la interculturalidad y diversidad, componentes centrales de la democracia y los derechos humanos. La necesidad de convivir en la diversidad basada en el reconocimiento del Ser del Otro, en palabras de Magendzo, como “responsabilidad con los Otros que me y nos enriquece, pero que no está condicionada a este enriquecimiento. Una responsabilidad con los Otros a pesar de que en ocasiones están distantes de mi propia identidad. Es la búsqueda de aproximaciones, de comunicación, aunque signifique ruptura de algunos de mis propios esquemas identitarios. En una responsabilidad con quiebre, con quebranto de mi identidad, pero sin abandono de ésta” (El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación).
En el discurso, afirma nuestro reciente Premio Nacional de Ciencias de la Educación, estas ideas parecen estar muy articuladas. Sin embargo, no hemos aprendido a vivir con la diversidad. Hablar de la diversidad es fácil, pero vivirla es otra cosa. Para aquello, es preciso capacitarse en la experiencia, abordando el mensaje con la complejidad que amerita (Entrevista a Abraham Magendzo. Diálogos por la educación).
Nos quedamos con las palabras de Magendzo: “El camino por recorrer es largo. La pregunta es cómo se convierte este discurso en una práctica educativa consistente, en especial ahora que existe una marcada tendencia hacia la individualización y la competitividad, a veces descarnada. Este es el reto que nos queda por delante: convertir el verbo en acción” El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación

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