Pinochet y el mal radical en las escuelas de Chile
- Jaime Retamal
- Facultad de Humanidades de la Usach
- http://educacion.usach.cl
-
- No es posible pensar que una sociedad ha sido salvada si convive en el
proceso de su refundación con el mal radical. A eso no es posible
llamarlo ‘democracia’ y menos, a quienes la dirigen, ‘gobernantes’. Sin
embargo, Chile vivió una experiencia de mal radical, hace ya 40 años, y
hubo quienes nombraron a eso ‘democracia’ o a quien la dirigía
‘Presidente de la República’. Es más, hubo quienes en el uso óptimo de
su racionalidad escribieron una Constitución (llamándola así
‘Constitución’), diseñaron un nuevo orden socioeconómico y delinearon
con sus propios términos un nuevo orden moral, aunque mientras tanto —lo
enfatizo— convivían con el mal radical.
- Este mal radical no puede ser pensado como un ‘anexo’ de la dictadura
de Pinochet, sino como una condición absoluta y necesaria para que el
nuevo orden fuese precisamente eso, un nuevo orden: no es el poder de la
dictadura el que configuró todo desde cero, sino su violencia. El poder
es a la política, como la violencia al mal radical; y en esa dictadura
lo que hubo fue ausencia y negación de Política.
Hace un par de semanas el periodista Mauricio Weibel liberó una serie de antecedentes sobre la dictadura vinculados al mundo escolar francamente impactantes. Nos hablan de que también en escuelas y liceos se justificó de múltiples formas y figuras la presencia de la dictadura.
Dónde la novedad, es lo que puede preguntar un desprevenido, si
resulta del todo obvio y normal que una dictadura —si es tal— controle a
todos los individuos y a todas las instituciones ¿Es que la escuela es
una especie de lugar sagrado que no puede ser profanado por la infame
violencia de una dictadura?
Resulta del todo evidente que este personaje desprevenido o confunde
un correcto Estado de derecho con uno de excepción dictatorial, o
justifica (lo que lo haría un cínico) desde una mentalidad absoluta y
fundamentalista lo injustificable, o simplemente ha configurado como
normal algo que nunca puede ser considerado como tal. En cualquiera de
los tres casos, si alguien cree normal que la escuela no es un lugar
sagrado ante una dictadura como la de Pinochet, eso no es sino expresión
—consecuencia— del mal radical que se instaló en Chile como fundamento
del nuevo orden —insisto— social, económico, cultural y a la postre
moral y político.
Mauricio Weibel lo que ha hecho es inaugurar, o mejor dicho,
despertar un pensamiento que debe ser tomado en serio hoy a 40 años del
Golpe Militar en Chile: a saber, que la escuela, que el mundo y el
espacio vital de profesores y estudiantes, también fueron sometidos e
instrumentalizados por el mal radical de la dictadura de Pinochet. Lo
que ha revelado Weibel no se trata simplemente de aquello que ya todos
conocemos y es prácticamente parte de la nueva conciencia histórica de
toda una generación de jóvenes, que la dictadura transformó al sistema
educativo en uno de corte neoliberal condenando a miles de familias al
marasmo de la mala educación; no, se trata más bien de algo nuevo e
inquietante: se trata de la dictadura adentro de las escuelas espiando a
estudiantes y a profesores, se trata de más de 30 mil archivos que van
desde el año 1982 al año 1988, se trata de apoderados o de docentes que
delatan a otros chilenos en sendas cartas enviadas al mismo Pinochet, se
trata del intento de formar la conciencia de miles de jóvenes en los
contenidos afines al régimen, se trata de que el Ministerio de Educación
tenía una Oficina de Seguridad que se comunicaba directa y diariamente
con la Central Nacional de Informaciones (CNI) a través de memorándums
‘informativos’, se trata al fin de una coordinación inteligente,
racional, sistemática y metódica sobre la base del mal radical que
sustentó todo el quehacer vital de la dictadura —ahora, eso sí— dentro
de las escuelas, dentro las aulas y lo que es más inquietante dentro de
las conciencias de miles de jóvenes. Es el mal radical hecho cuerpo,
encarnado, en miles de decisiones de individuos que convencidos fueron
capaces hasta de rasgar el velo de lo sagrado y penetrar lo
impenetrable… no es menor.
El Mal Radical
Richard J. Bernstein es tal vez uno de los filósofos que mejor ha
pensado el mal radical en todas sus consecuencias. Investigando a
tradiciones filosóficas que van desde Kant hasta Hannah Arendt ha
llegado a una formulación simple y aterradora: el mal radical es hacer que los seres humanos sean superfluos como tales. Fue
Kant quien introdujo el concepto de mal radical, es cierto, pero es en
el siglo XX, cuando estallan los totalitarismos, cuando mejor
comprendemos sus consecuencias y sus procesos de instalación. ¿Cómo es
posible ‘hacer que los seres humanos sean superfluos como tales’? “Esto
sucede —dice Bernstein— apenas se elimina toda impredecibilidad, que en
los seres humanos equivale a la espontaneidad”. El primer paso esencial
es matar lo que el hombre tiene como persona jurídica; el segundo, es el
asesinato de lo que el hombre tiene como persona moral; pero es en el
tercer paso cuando nos encontramos cara a cara con la esencia del mal
radical. Para explicarlo Bernstein cita a la extraordinaria Hannah
Arendt, “después del asesinato de la persona moral y la aniquilación de
la persona jurídica, la destrucción de la individualidad casi siempre
tiene éxito […] porque destruir la individualidad es destruir la
espontaneidad, el poder del hombre para comenzar algo nuevo a partir de
sus propios recursos”.
Si la dictadura pudo hacer todo lo que hizo fue sobre la base de un
mal radical que instaló no sólo territorial o institucionalmente, sino
también generacionalmente en las conciencias, en los discursos, en sus
justificaciones y argumentos racionales. Es lo que inquieta. Con ella,
con la dictadura, descubrimos que en Chile también fue posible un
proceso de esa naturaleza donde la violencia se disfrazó de una fría
racionalidad cuyas expresiones tal vez más banales (enfatizo este tal
vez) son esas cientos o miles de cartas delatoras de chilenos o chilenas
contra un otro al que tal vez (lo digo de nuevo) lo habían despojado de
su persona jurídica, moral y creadora. ¿Es que podemos considerar a
cierto tipo de banalidades como expresiones del mal radical?
Absolutamente, y quién sabe sino su peor expresión. El mal radical
—banalizado— es lo peor que le puede suceder a una sociedad. La misma
Hannah Arendt habló de esa banalidad y es lo que queremos enfatizar. La
banalidad del mal es la peor expresión del mal radical porque tiene como
agentes a ciudadanos “espantosamente” normales, ciudadanos que sin ser
monstruos realizaron hechos profundamente monstruosos al entregarse por
completo a la “ley del dictador”. La pregunta es evidente y la pido
prestada a Arendt: ¿cómo una persona corriente y normal, que no es ni un
imbécil ni un adoctrinado ni un cínico puede ser absolutamente incapaz
de distinguir el bien del mal? Tal vez el más espinoso problema moral
del Chile de la dictadura sea el “absoluto colapso moral” de “la gente
corriente y respetable”. No hablo de los “civiles de la dictadura”, esos
prohombres que gobernaron desde los ministerios o La Moneda, hablo más
bien de una categoría menor de civiles, hablo de la gente común y
silvestre responsable de un sinnúmero de banalidades que hicieron del
mal algo también común y silvestre. Espantosamente común.
¿Fue posible esto en Chile, fue posible desde el lugar donde se
aprende lo más noble que la tradición y el saber le pueden entregar a
otro hombre, fue posible desde el espacio escolar? Pues, las fuentes de
Weibel que van desde el 82 hasta el 88 dicen que sí. Pero ¿es posible
que lo que relata Wiebel hubiese sido practicado desde antes del 82 en
Chile, eso de que había delatores o de que se formaba a cuadros
generacionales infanto-juveniles leales a las justificaciones de la
dictadura y su mal radical? Creo que la respuesta es completamente
inequívoca y nos debiese dar que pensar. Voy a dar sólo 3 ejemplos de
antes de 1982.
La delación
En Octubre del año 1973 la directora de la Escuela Normal de La Reina
Sra. Olga Rivas estaba indignada con el profesor de Educación Cívica
Franklin Troncoso. Tan indignada que le escribe una carta al subdirector
interino de la Reina en la que “comunica situación que afecta a
profesor del establecimiento”. En ella la profesora relata que el
profesor “se ha permitido expresar a los alumnos del curso[…] una ola de
rumores destinados a crear una falsa imagen de las FUERZAS ARMADAS y
del CUERPO DE CARABINEROS DE CHILE”. Este profesor relató al curso que
él “había tenido la oportunidad de presenciar en un Cuartel de
Carabineros […] el trato implacable para los prisioneros de la U.P.,
donde el personal uniformado los pisoteaba en el suelo fracturando sus
miembros, aparte de otras atrocidades”. Agrega la Directora en su carta
delatora que “ante tales aseveraciones, alumnas de tendencia de
izquierda estallaron en llanto, mientras otros de ideas democráticas se
retiraron de la sala de clases rechazando de plano tales juicios”. No
satisfecha con ello aún, la Directora remata que ese tipo de situaciones
en contra del Supremo Gobierno “no es posible tolerarlas, porque las
estimo de suma gravedad, para el momento de transición que vive nuestro
querido Chile, me siento con el deber de comunicarla a Ud. dada su
calidad de Primera Autoridad de Gobierno Interior de la Comuna, para los
fines que estime convenientes”. Esta carta fue remitida al ministro de
Educación, Almirante José Navarro Tobar, quien luego de subrayar lo más
relevante de la delación escribió en ella: “Conveniente pase a
Inteligencia Militar”.
Usted puede ver este documento que se adjunta,
así como el siguiente, no precisamente de una Directora contra su
profesor, sino la de un dirigente sindical contra su sindicato. Se trata
de una carta dirigida al mismo Ministro de Educación Navarro Tobar
fechada el 13 de Septiembre de 1973 en la que el Consejero del Sindicato
Único de Trabajadores de la Educación (SUTE) Profesor Hernán Briones
Toledo, luego de manifestar su “más absoluta adhesión a los postulados
que inspira la acción de la Junta Militar” y de señalar su incondicional
colaboración, se permite informar algunos puntos que imponen, según su
criterio, “drásticas investigaciones y severas medidas”. Los detalla:
“sumarios por acción proselitista y no pedagógica de algunos profesores;
investigación sobre programas que no se cumplen por criterios políticos
de profesores marxistas[…]excesivas permisiones a los alumnos en el
aspecto disciplinario[…]severa auditoria del SUTE; politización excesiva
de la acción del SUTE, etc.”. Finalmente, remata la carta afirmando:
“Me consideraré afortunado de contribuir con mi colaboración en sus
afanes patrióticos”.
La banalidad con la que están escritas ambas cartas me abruma. Abruma
a cualquiera supongo. Me intriga ese “etc.” con el que termina el
sindicalista, qué querrá decir con ello, qué se incluirá en ello, cuánto
mal y cuánta banalidad en ello. Al fin ambos delatores lo que están
haciendo es cumplir con su deber: burócratas de escritorio dentro de una
gigantesca máquina burocrática de la muerte.
Mauricio Weibel cuenta que también descubrió en esos miles de
archivos documentos que hacían referencia a cursos masivos desde el año
1982 para jóvenes de origen popular o para hijos de funcionarios de alto
rango, jóvenes de todo Chile, cursos que no eran sino verdadera
formación de cuadros leales a la dictadura. Mil jóvenes en el 82,
setecientos en el 83, que asistían atentos a charlas de Chadwick o
Melero, hoy prohombres de la UDI, o a sendas arengas al cierre de las
jornadas de la mismísima Lucía Hiriart de Pinochet.
En realidad dichos cursos masivos habían comenzado ya varios años
antes. A mi los que me gusta destacar son los del año 1976. Ese año fue
especial por muchos acontecimientos, no sólo por el XVII Festival
Internacional de la Canción de Viña del Mar por cierto, que importante
fue porque se utilizó descaradamente a favor de la Junta, sino porque
ese año, un mes antes del Festival, se escribió la más importante
columna de opinión de todo el periodo de la Dictadura, un texto que se
atrevió a desafiar directamente la estrafalaria intervención militar en
la Universidad de Chile, un texto valiente, lleno de coraje, de
determinación, escrito por Jorge Millas, intelectual único en la
historia de nuestro país.
En 1976, a todo ese proceso de formación de conciencias jóvenes, se
le llamaba derechamente “Frente Juvenil”; con la chapa de “Capacitación
de la juventud en la ayuda social” o de “Integración de la juventud” se
aprovechaba el momento para la concientización adoctrinadora. Ese año
fue top, asistieron a dar charlas nada más y nada menos que
César Antonio Santis y Antonio Vodanovic; pero como es obvio, no
pudieron faltar ni Jaime Guzmán, ni Manfredo Mayol, ni Luis Cordero,
menos quien figuraba como el coordinador destacado del Frente Juvenil de
Unidad Nacional, Javier Leturia, el famoso presidente gremialista de la
FEUC del año 1973.
El campamento de formación del “Frente Juvenil” se hizo en Lampa a
fines de Febrero, asistieron 800 jóvenes de todo el país de entre 18 y
30 años. Duró unos 5 días bajo el lema “Fe-Patria-Juventud”, hubo todo
tipo de actividades donde además de destacar las charlas de
adoctrinamiento, la última noche se realizó lo que llamaron cine-foro
donde se exhibió una película filmada en Julio de 1976 en el Cerro
Chacarilla, según informó la prensa (¿Es que hubo más de una
Chacarilla?). El campamento terminaría al día siguiente con un juramento
memorable. A eso del mediodía se ordenó a todos los jóvenes agruparse
para la ceremonia de cierre en torno a una cruz de unos tres metros y
una bandera nacional que fue izada al son del himno patrio. Mientras se
agrupaban entorno, aparecía un inmenso helicóptero a ojos de los
jóvenes, era el general Pinochet que llegaba desde las alturas. Los
jóvenes, ya antes de descender, lo aplaudieron con entusiasmo.
Los organizadores tenían todo preparado para agraciar al general en
su visita. Pero nunca pensaron que presenciarían algo único y
extraordinario. Los 800 jóvenes, hombres y mujeres, hablando en coro
juraron comprometerse y ser fieles a los principios que inspiraron el 11
de septiembre, terminando con un gran ¡Viva Chile! Ante ello, Pinochet
se emocionó. Con voz quebrada dijo “como Presidente de la República
recojo la promesa, llena de ilusión y de valor […] ello demuestra que
los chilenos comprenden que el peligro comunista no ha pasado, y que el
imperialismo soviético[…]jamás descansará mientras vea alzarse aquí una
luz que les recuerda su mayor derrota”.
Pinochet, todavía visiblemente emocionado, al terminar la ceremonia
decide recorrer todo el campamento. Durante todo ese recorrido caminó
rodeado de jóvenes que gritaban sin cesar ¡Pinochet! ¡Pinochet!
¡Pinochet! Cuando llegó a los campamentos femeninos, las jóvenes le
bloquearon el paso, lo abrazaron y besaron en las mejillas —y relata El
Mercurio— “el Jefe de Estado se veía emocionado por tales demostraciones
de afecto”… dejó caer una lágrima, agregó apócrifo y descreído. Guasón.
Mauricio Weibel nos ha retrotraído pues, no sólo a un tiempo que hoy
cumple 40 años, sino al sinuoso imaginario de aquellos años, haciéndonos
pensar que el mal radical fue tan banal como unas cartas delatoras o
como las lágrimas del dictador.
En 1976 el Festival de Viña estuvo a punto de fracasar en su rol de
hacernos creer que vivíamos en completa normalidad. Junto a Pelusa
Thiemann animaba el incombustible Antonio Vodanovic y la orquesta la
dirigía, era que no, Horacio Saavedra. El certamen sería transmitido por
Televisión Nacional y Radio Cooperativa, pero ante tan mala
programación, después de la primera noche, TVN decide no transmitirlo.
Se hizo de todo para reanimarlo y para que TVN cambiara su decisión. La
segunda noche asistió el General Mendoza y la tercera el Almirante José
Toribio Medina. De pronto, por arte de magia, se anuncia un gran número
para la noche final que actuaría de forma totalmente gratuita. No había
espacio para ninguna suspicacia por cierto. Cantaría Manolo Galván y fue
el mismo Augusto Pinochet quien asistió al palco principal con su mujer
Lucia Hiriart. Se le vitoreó, digamos, en vivo; se cantó el himno
nacional dos veces y Pinochet fue fotografiado en su noche triunfal
junto a Manolo Galván de pie, alzando una flor.
La pregunta hoy es evidente y me permito repetirla ¿cómo una persona
corriente y normal, que no es ni un imbécil ni un adoctrinado ni un
cínico puede ser absolutamente incapaz de distinguir el bien del mal?
Tal vez es una pregunta solo para el hoy. Mejor en esa época era tal vez
ir al cine. Paul Newman y Steve McQueen estaban en cartelera en salas
nacionales… sí, se proyectaba Infierno en la Torre.
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