Con paso firme este año los trabajadores
de los diversos sectores de la economía han comenzado a vincularse
entre ellos y a estrechar lazos solidarios con los movimientos sociales
con el fin de potenciar sus propias demandas y las de la mayoría de los
chilenos. Esta nueva dinámica social de carácter unitario se expresa en
las convocatorias, declaraciones y contenidos temáticos clasistas,
populares y sociales comunes de las nuevas marchas, paros y movimientos
huelguísticos.
A lo anterior, de índole más bien
nacional, se agrega un nuevo elemento presente en el entorno ideológico
global: el del rechazo a las diversas formas de opresión y explotación
exacerbadas por el capitalismo neoliberal como común denominador
planetario. Sin olvidar que la crisis de las democracias representativas
y oligárquicas a la occidental se repite —en su propio contexto de
reproducción— en todos los rincones del planeta. A la cual se ha
añadido estos años el agravante de una corrupción generalizada de las
elites políticas de esos Estados junto con agresiones flagrantes a las
libertades civiles por parte del aparato de inteligencia militar de
EE.UU.
Y la cada vez más evidente crisis
ecológica provocada por la máquina del capitalismo tardío y su
combustible que es el lucro, ponen en peligro de extinción a los
ecosistemas, la bioesfera y la vida misma de la humanidad. La irrupción
de las luchas y las demandas ecológicas de vida sana para un ambiente
humano se enfrentan a lógica energívora del Capital y a la
transformación en mercancía de la naturaleza y las actividades humanas.
Una bomba de tiempo tanto existencial como política. De ahí la necesidad
de construir alternativas sociales y políticas para salir del
capitalismo.
Lejos están quedando las derrotas de
las izquierdas de los años setenta. Así como los traumas de los golpes
militares y los triunfos-shock del neoliberalismo en los ochenta. Ambos
acontecimientos produjeron vueltas de chaqueta y piruetas ideológicas en
las izquierdas mundiales. Estas optaron por el camino fácil de
convertirse a la ideología del capital en expansión: el Neoliberalismo. Y
sumarse a disputar la administración de la institucionalidad neoliberal
a la vieja derecha.
Desde hace algunos años se está
configurando una nueva secuencia histórica. Ahora, las subjetividades
mismas son un espacio de disputa; el individualismo deja el paso a
formas solidarias de convivencia, resistencias ciudadanas,
movilizaciones de masas y rebeldía anti-sistema. Y una izquierda
anticapitalista con perspectivas estratégicas claras tiene mucho por
ganar si renuncia a la postura de querer gobernar con coaliciones de
contenido neoliberal y de apariencia socialdemócrata progresista. Y opta
más bien por reconocerse como iguales en la práctica y a combatir los
discursos de las diferencias exacerbadas.
El mundo del capitalismo global está en crisis de legitimidad política
Estas son evidencias, que
registradas por las consciencias, de los trabajadores-pobladores,
mujeres, pueblos y los jóvenes estudiantes van más allá de la sana
indignación: fortalecen las convicciones de lucha, la sed de justicia y
la certeza de que otro mundo es posible. Empero, al mismo tiempo generan
crisis internas, temores, reacciones patológicas inesperadas,
individuales y colectivas, así como fugas adelante desquiciadas en las
clases dominantes (Malestar en la Civilización es el título de un
excelente trabajo de Sigmund Freud que convendría releer). Y en los
sectores patronales nacionales y extranjeros que controlan las economías
productivas, las industrias extractivas depredadoras y los “mercados”
financieros, junto con las poderosas entidades de “gobernanza” a su
disposición como el Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Mundial
(BM) y Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
El capitalismo global que funciona a
condición de generar desigualdad social y conflictos es incapaz de
satisfacer las demandas de vida buena. Sólo promete un consumo
desenfrenado, la inmediatez del disfrute con más competencia individual.
Por lo mismo, entramos en una era de cuestionamiento con ideas al
capitalismo neoliberal y a las crisis recurrentes de su sistema
económico y político de dominación a escala mundial, así como de
empoderamiento ciudadano autónomo y social, lejos de los partidos
tradicionales.
Empero, nada está ganado ni perdido
de antemano. En un sinnúmero de países (Brasil, España, Turquía, Egipto,
Grecia, Francia, etc) existe un gran malestar social que se traduce en
movilizaciones por demandas sectoriales o de carácter universal para
salvaguardar derechos, conquistar otros y por más democracia económica y
social. Los pueblos y naciones autóctonas han estado a la vanguardia de
la lucha por sus derechos a gobernarse según sus opciones y contra el
modo civilizatorio occidental supeditado a la vorágine de la
tecnociencia y al Capital.
Los signos de la crisis global ya se
expresan en el agotamiento ideológico y programático de partidos que
tanto de derecha como de “izquierda” o socialdemócratas-liberales habían
procurado, hasta el momento, gobernabilidad al capitalismo y
participado en la construcción del Estado neoliberal (el PT brasileño,
el PSOE español y la Concertación chilena son casos emblemáticos que se
sostienen con figuras salvadoras del tipo Felipe González, Lula o
Bachelet).
Allí donde los sectores populares,
las clases medias asalariadas, los trabajadores, la juventud trabajadora
y estudiantil se organizan y movilizan, la ideología neoliberal y las
políticas del capital globalizado muestran fisuras y sus partidos
políticos se encuentran a la defensiva u obligados a escenificar el
gatopardismo.
Otra vez el pueblo de Chile es un ejemplo
Nuestro país vuelve a dar que
hablar. La derecha está en pana de ideas. Y sus políticos se deprimen y
desesperan al ver el foso que los distancia del pueblo movilizado. Es el
temor de verse superados. Es la crisis de sentido a la existencia
histórica que los golpea. No es del milagro económico sino de un país
capaz de movilizarse por sus demandas el que hace noticia con las
movilizaciones estudiantiles por la gratuidad desde el 2011. Ocurren
acontecimientos impensables hace sólo un lustro. Un botón de muestra.
Simultáneamente, el mismo día 11 de julio pasado, los trabajadores y
movimientos ciudadanos brasileños y los trabajadores y estudiantes
chilenos paraban en sus territorios respectivos. Lo que obligó a la
prensa mundial a hablar del malestar social chileno y del despertar del
gigante brasileño.
Para llegar hasta ahí y mantener el
rumbo en un proceso ascendente hacia más unidad en la diversidad del
pueblo y de sus movimientos variopintos ha sido y será necesario una
gran dosis de claridad con respecto a cuáles son las demandas sociales
que concitan apoyo y permiten movilizarse. De éstas, que juntas
constituyen un auténtico programa político pedagógico nacido de los de
abajo. Hay las que tienen ese peso subjetivo unitario que obliga a
ponerse detrás de ellas y superar diferencias insípidas. Son las mismas
que los políticos del sistema procesan y manosean para vaciarlas más
tarde de su contenido con fórmulas legales tramposas. Es lo que hay que
impedir. Como en el caso de la nueva Constitución que sin Asamblea
Constituyente elegida de manera directa será un nuevo engendro salido de
los pactos de los partidos tradicionales y de sus intereses.
No obstante, la acumulación de
experiencia y conocimiento en años de lucha durante los gobiernos de la
Concertación y el actual de la ultraderecha y los empresarios ha
generado una masa crítica (en los dos sentidos del término: la cantidad
necesaria de individuos y elementos para generar procesos nuevos y, el
de la capacidad de utilizar la crítica argumentada en las redes sociales
y medios alternativos con gran difusión).
Es un dato de la causa
antineoliberal y anticapitalista que nuestro pueblo no para de
movilizarse en los territorios autóctonos, pueblos y calles desde el
2005. Ha sido el único instrumento político efectivo para expresar su
malestar ante la desigualdad social, la indignante concentración de la
riqueza en un reducido polo social, los bajos salarios, la precariedad
laboral y de derechos del Trabajo; los abusos varios, el endeudamiento,
los derechos del pueblo-nación mapuche, la privatización de derechos
sociales para lucrar en educación, pensiones y salud y, una crisis
ambiental que recién muestra la nariz y que sin embargo ha generado un
movimiento ambientalista activo y audaz. De esa matriz de carencias
negadas por el modelo y el régimen político postdictadura surgen los
conflictos sociales y al mismo tiempo las demandas unitarias de carácter
programático.
Es en este contexto social y
político de conflictos que trabajadores, pobladores y estudiantes han
resistido durante años y de manera consciente a las estrategias
patronales y de las oligarquías partidarias que buscan dividir y
fragmentar a sus organizaciones.
Al no haber derrotas políticas, sino
solo reflujos momentáneos en el campo popular, las estrategias de
contención de las demandas ciudadanas y de los trabajadores
implementadas por las elites políticas neoliberales de la Alianza y de
la ex Concertación (hoy + PC= Pacto Nueva Mayoría) comienzan a dar
signos de agotamiento. Por lo que las consabidas tácticas de recambios
de conducción de los defensores del sistema en su conjunto se ponen a la
orden del día. Es la política de las reformas adaptativas o
“anticipatorias” —como las llamaba Ricardo Lagos en El Mercurio del
domingo 15 de julio— que tenderán aplicar … para impedir las
revolucionarias, decía el mismo…
Este proceso de construcción de
solidaridad entre sus organizaciones y movimientos, que las políticas
neoliberales de la Concertación y el Gobierno empresarial de Piñera no
han logrado destruir seguirá encontrando muchos escollos. Además de los
avatares propios de la campaña electoral. Aún así el movimiento popular
chileno ya tiene camino andado en la convergencia de sus luchas, la
articulación de sus demandas y en la recomposición de la unidad con
acumulación de fuerza en torno a esas mismas demandas comunes
compartidas. Estas actividades conjuntas que reagrupan a sectores
dispuestos a movilizarse son cada vez más frecuentes y van en ascenso.
La solidaridad y la fuerza social se forjan en la calle
El viernes 15 de marzo pasado fuimos
testigos de una experiencia de solidaridad de clase que ilustra bien
este salto cualitativo en la consciencia de la clase trabajadora en
torno a demandas propias y sentidas —hecho ignorado en los medios de
prensa y televisión tradicionales. Fue aquél día que los trabajadores de
la empresa Ultraport, en Mejillones, iniciaron una huelga por mejoras
en sus condiciones laborales. Los portuarios exigían un espacio
destinado para reponer fuerzas y alimentarse, además de que se les
respete su media hora de colación. Varios dirigentes sindicales fueron
despedidos y otros heridos por la represión policial exigida por
patrones y aplicada por el Gobierno de Piñera. Pero, lo más importante
pasó también en lo intangible: en los desarrollos de la consciencia de
clase o en las nuevas subjetividades de predisposición a la lucha. Fue
así como se rompió el cerco de la indiferencia proletaria y la huelga no
quedó aislada.
La huelga de los trabajadores de
Ultraport fue apoyada a nivel nacional. Los puertos de Iquique, San
Antonio, la región del Biobío y Puerto Montt entre los principales
terminales paralizados en sus puntos de embarques a nivel nacional. La
Unión Portuaria de Chile estuvo a la cabeza de la solidaridad de los
trabajadores. Y algunos sectores patronales de la agroexportación le
pidieron más represión al Estado.
Otro acontecimiento notable estos
últimos años ha sido la concreción en la práctica de la unidad
obrero-estudiantil como instrumento consciente para provocar
transformaciones sociales, políticas y económicas fundamentales que
aseguren un mejor nivel de vida, justicia e igualdad.
Los primeros pasos concretos en la
unidad trabajadores-estudiantes fueron dados el 15 de junio del 2011 por
la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) con los
trabajadores subcontratados del cobre del sindicato SITECO que marcharon
juntos en la calle. En aquella oportunidad los liderazgos colectivos
trabajaron en pos de una estrecha vinculación entre la demandas de los
trabajadores por renacionalizar el cobre y la de los estudiantes por la
desmunicipalización de la educación primaria y secundaria y para que sea
garantizada por el Estado, es decir, pública y gratuita para todos.
La movilización socio-política del
26 de junio fue otro hito histórico. Allí se movilizaron, trabajadores
del cobre del sindicato SITECO, los portuarios y varios otros sindicatos
que se plegaron al Paro Nacional Obrero-Estudiantil.
Las proyecciones de esta alianza fueron analizadas por la Confederación de Estudiantes de Chile, Confech.
Andrés Fielbaum, presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) declaró:
“Es una alianza inédita en estos últimos
años, un hecho que simplemente no puede ser omitido. Cada vez somos más
aquellos que decimos que con nuestros derechos no se puede hacer
negocios. Queremos un Chile diferente, justo y solidario, donde la
educación, la previsión y la salud esté garantizada por el Estado”.
Obreros y estudiantes: Unidos adelante
Cada vez más los estudiantes abordan
en sus asambleas el tema de sus demandas y las de los trabajadores. Uno
de los puntos centrales que se abordó en la reunión del Confech aquél
sábado 29 de junio fue la participación del mundo universitario en el
Paro Nacional convocado por la Central Unitaria de Trabajadores, el 11
de julio.
La clave de estas movilizaciones
está en el poder pedagógico acerca del carácter antidemocrático y
oligárquico del círculo de la dominación. En su lógica anti-estructural
para fundar otro país. Lo que lleva a crear espacios de diálogos y/o
asambleas para reactivar siempre los movimientos sociales, impulsar las
movilizaciones y hacer converger las luchas.
Los estudiantes coinciden en la
necesidad de multisectorializar (o desectorializar sus demandas), es
decir, vincularlas con la exigencia de los trabajadores de terminar con
las AFP, de un código del trabajo que permita la sindicalización
automática y el derecho a huelga efectivo. Aunque la CUT no llamó en el
último paro a movilizarse por la Asamblea Constituyente, esta exigencia
política tiene un carácter vinculante con todas las otras.
En este proceso de movilizaciones y
construcción de solidaridad entre las organizaciones y movimientos del
mundo popular se destacan como momentos claves, tanto la convergencia de
las luchas variopintas como la articulación de demandas sectoriales de
los movimientos sociales, estudiantiles, ambientalistas y de
trabajadores. Su objetivo es la recomposición de la unidad con
acumulación de fuerza en torno a esas mismas demandas comunes
compartidas. Estas actividades conjuntas que reagrupan a sectores
dispuestos a movilizarse son cada vez más frecuentes y van
tranquilamente en ascenso.
Sectores importantes de la clase
trabajadora y los estudiantes se han encargado de derribar culturales,
generacionales y de percepciones sociales. En una alianza socio-política
promisoria han mostrado el camino: levantar ellos mismos sus demandas
unitarias de carácter programático y con potencial de ruptura. Falta
hacerse cargo de la demanda articuladora de Asamblea Constituyente desde
abajo, que le dispute en un proceso ascendente la hegemonía en ese
terreno a las dos alas del bloque dominante.
Por Leopoldo Lavín MujicaEl Ciudadano
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