Descontento social, marchas, corrupción y desconfianza
- Eduardo Vergara B.
- Director de Asuntos del Sur
- http://www.asuntosdelsur.org
- ¿Es Chile hoy un país más corrupto que antes? Aparentemente no. Menos
si lo comparamos con la realidad de otros países de América Latina.
Mientras en el resto de la región la corrupción ha penetrado estructuras
privadas y estatales, el modelo chileno pareciera tener cierta
inmunidad. Los niveles de corrupción en gran parte de los países de la
región se deben principalmente a una fracasada guerra frontal contra el
narcotráfico y los mercados ilegales. Esto ha generado una peligrosa
abundancia de dinero en las manos erradas. En consecuencia, diversos
carteles, pandillas y organizaciones criminales han logrado penetrar con
facilidad al Estado para incluso en algunos casos reemplazarlo. La
compra de fiscales, policías, autoridades, soborno y otras prácticas
corruptas son algo común en gran parte del continente.
Pero si bien Chile no es México, ni tampoco Honduras o Venezuela,
estamos avanzando a niveles preocupantes de desconfianza en nuestras
instituciones y la sola sensación de que la corrupción está creciendo
puede aumentar la misma. De acuerdo al último Barómetro Global de la
Corrupción de Transparencia Internacional (TI) 2013, el 61 % de la
población chilena cree que los últimos dos años los niveles de
corrupción han aumentado, mientras que en el 2010 esta cifra llegaba al
51 %. Este año el 76 % asegura que la corrupción en el sector público es
un problema y el 63 % cree que las acciones del Gobierno para luchar
contra la corrupción son inefectivas. Esta última cifra llegaba a solo
el 33 % en el 2010. Sin ir más lejos, una pregunta similar en la última
Adimark de Junio revela que el 66 % desaprueba la forma en la que el
Gobierno maneja la “corrupción en los organismos del Estado”. La
población se siente amenazada por la corrupción, pero por sobre todo,
siente que el Estado es incapaz de solucionar el problema.
Están en lo cierto. Corrupción es básicamente el abuso de poder para
buscar beneficios personales. Esta percepción se debe en gran parte a
los estallidos sociales, a las masivas marchas, al descontento
generalizado, pero por sobre todo a una sociedad que evolucionó desde
una victimización silenciosa donde reclamar estaba prácticamente penado,
a una sociedad donde está permitido reclamar, alzar la voz y desnudar
la injusticia junto con el abuso. Mientras en Argentina los usuarios del
transporte público protestaban por la precariedad del sistema, en Chile
las personas solo cerraban la boca, apretujados y humillados, preferían
callar. La sensación de abuso ha generado también una sensación de
corrupción.
Pero el silencio se transformó en demandas. La seguidilla de abusos
cometidos por las grandes empresas, el Estado y las fuerzas de
seguridad, la ineficiencia con que muchas políticas públicas han sido
ejecutadas, junto con un sistema judicial que se sigue burlando de los
más débiles y tratando con alfombra roja a los verdaderos delincuentes,
forzó a la sociedad chilena a despertar de una profunda sobredosis.
Quienes marchan y gritan, estudiantes, trabajadores, enfermos y hasta
usuarios de drogas; son responsables de este nuevo despertar.
Pero el estallido del descontento no ha sido suficiente. Los
empresarios de la educación continúan enriqueciéndose a costa de los
sueños de miles de familias, los responsables de colusiones tan
aberrantes como la de las farmacias son enviados a “clases de ética
empresarial”, los poderíos económicos violan indiscriminadamente los
recursos naturales de Chile como si que se tratara de su fundo privado,
mientras que trabajadores y quienes menos tienen continúan pagando
comparativamente más impuestos que los más ricos, teniendo menos acceso a
educación y salud, logrando que la desigualdad se siga replicando y
ellos sean meros espectadores.
La política tampoco se salva. Los partidos políticos continúan siendo
gobernados por unos pocos que actúan como dictaduras internas, el
Estado sigue raptado por un puñado de cúpulas y hasta nuestro Congreso
Nacional sigue engordando a unos pocos gracias a un sistema binominal
que solo entrega estabilidad a ciertas élites, reproduciendo con descaro
una clase política que no necesita hacer esfuerzos reales por
representar a los ciudadanos ni menos actuar de manera correcta. No es
casualidad que en el Barómetro de TI el 76 % asegure que en el país los
partidos han sido afectados por la corrupción, el 68 % que el Congreso,
el 67 % que el Sistema Judicial e incluso el 60 % piense lo mismo del
sistema educacional.
Lo que necesitamos son reglas del juego y mecanismos que permitan la
entrada de aire a nuestras instituciones. Iniciativas y mayores espacios
de participación ciudadana, descentralización, regulación a lobby,
empoderamiento a trabajadores, reducción del poder del ejecutivo, mayor
acceso a la educación como forma de empoderamiento humano, pero por
sobre todo nuevos mecanismos de fiscalización mas allá de los pocos que
se le otorgan al Congreso. Urgen reformas a leyes puntuales que van
desde nuestra ley de drogas a la anti terrorista, que al ser usadas como
herramienta de control social logran aislar, subyugar y negar poder a
los más débiles. La ciudanía percibe altos niveles de corrupción,
principalmente porque se siente desprotegida y una victima constante del
abuso. Mientras estos cambios no lleguen, la percepción puede
transformarse en realidad y ahí, estaremos ya con el agua hasta el
cuello.
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