Iván Barra recuerda la madrugada del 9 de abril de 1987 como una escena surrealista. Los gritos de su mamá en el primer piso de la casa, frente al teatro Teletón. Su inútil intento por incorporarse de la cama para ver qué sucedía, interrumpido por dos agentes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) que ya estaban apuntándolo con armas en su pieza, ubicada en el segundo nivel, y un par de órdenes de los funcionarios de la policía secreta de Pinochet que siempre remataban en un insulto. “¡Levántate conchatumadre!”, “Apúrate, huevón”.
Los agentes revisando el dormitorio y ordenándole vestirse para salir con un destino incierto. Su propio chaleco usado como capucha improvisada para sacarlo de su hogar y llevarlo al cuartel Borgoño, que funcionaba como centro de detención y tortura. El trayecto eterno en que el recordó a sus amigos del MIR asesinados por el Régimen. La sensación de que su tiempo ya había terminado.
Horas antes, El Mercurio había cerrado la edición que difundiría el mismo día de la detención ilegal de Iván, con una portada que le traería consecuencias insospechadas a Agustín Edwards: “Identificados Violentistas del PC en el Parque”, decía el decano, en un supuesto golpe noticioso en que se daba cuenta de quiénes habrían estado tras los disturbios que interrumpieron la liturgia de la reconciliación del Papa Juan Pablo II en el Parque O`Higgins. Las fotos de Iván y su amigo Jorge Jaña en primera plana correspondían a material de archivo de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) y la publicación selló la suerte del hasta entonces intocable Agustín.
Tras una investigación que se inició por una querella interpuesta por Iván y Jorge, y en un proceso histórico, el juez Carlos Leonello Bottacci Latrille del 23 juzgado del crimen de Santiago determinó que se encontraba “justificado en autos la existencia de los delitos de calumnias e injurias proferidas por escrito y con publicidad” y que en tal ilícito había “presunciones suficientes y fundadas” de que Edwards tuvo participación culpable “en calidad de autor”.
Por ello, se lee en el expediente de la causa, el 20 de octubre de 1987 “se declara reo y se somete a proceso a Agustín Iván Edmundo Edwards Eastman, como autor de los delitos de calumnias e injurias proferidas por escrito y con publicidad” y se da “orden para la aprehensión del señalado reo Agustín Iván Edmundo Edwards Eastman, bajo apercibimiento de rebeldía”.
-Yo me enteré días antes que lo declararían reo. Me di el gusto de ver la noticia cuando entró el tipo a la cárcel. Salió como a las dos horas pero tuvo que entrar igual-, rememora Iván sobre el emblemático ingreso de Edwards a Capuchinos el 21 de octubre de ese año.
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Iván y Jorge, luego de que fueran apuntados como los responsables de los desórdenes que sucedieron mientras Juan Pablo II oficiaba una misa en el parque O’Higgins, fueron retenidos de forma ilegal y torturados. Ninguno de ellos había asistido al evento.
-Fue un día normal. Había ido al parque Bustamante con mi polola y después fuimos a su casa. Llegué como a la una de la mañana a la mía, que estaba en Rosas con San Martín frente al Teatro Teletón. Los gallos llegaron 15 minutos después, entonces estaban afuera esperando. Yo no me avispé y no miré antes de subir para cachar si había autos o algo así. Siempre me daba una vuelta pero esa vez llegué y entre al edificio nomás-, recuerda Iván.
Tras la detención, fue llevado a Borgoño en auto junto a tres agentes. “Si te moví hueón, te vuelo los sesos”, le dijo uno.

Entrevista a Iván Barra, donde opina sobre el montaje de El Mercurio del cual fue víctima, Agustín Edwards y el rol del diario en dictadura.
-El auto anduvo poco, porque estaba cerquita, aunque para mí fue como una hora. Ahí me empecé a acordar del caso de Julio Santibáñez, que lo llevaron y dinamitaron en un lugar eriazo en Lo Curro, porque sentí que el auto empezó a andar sobre un camino de tierra medio pedregoso. ‘Aquí cagué’ dije, ‘qué le vamos a hacer’. Pero sentí que abrieron un portón y ahí me di cuenta que me traían a un cuartel-, dice Iván.
Al ingresar, la bienvenida fue la habitual para presos políticos: golpes y sesiones interminables de tortura. Producto de la paliza quedó hasta la actualidad con una lesión en un ojo. También le dieron un “mameluco como de mecánico” y le preguntaron cuando calzaba. Le trajeron una alpargata 35 y otra 45, a pesar de que su número era 43.
Tras conocer su celda, lo llevaron a una sala especial donde lo interrogaron bajo el método de la parrilla, es decir, amarrado a un catre metálico que era utilizado como instrumento de propagación eléctrica.
Recostado sobre la estructura, Iván afirma que entre los golpes de descarga pudo darse cuenta cómo funcionaban estas sesiones.
-Con los saltos que daba se me empezó a salir la venda. Empecé a mirar para cachar a los gallos que estaban ahí y me di cuenta que el que dirigía todo esto no hablaba y usaba un pasamontañas. Lo único que hacía era un gesto, levantando el dedo gordo para que me aplicaran corriente. Además, la voz del que interrogaba la sentía de atrás, entonces nunca pude reconocer quiénes eran.
Durante los seis días que estuvo recluido, apunta, los apremios sicológicos eran severos y constantes:
-Las celdas no tenían ventana y los gallos hacían sonar el pestillo como si vinieran a sacarte para seguir torturando. ‘Te la creíste’, se cagaban de la risa los hueones. Otra cosa que era penca era el simulacro de fusilamiento: ‘Ya hueón, cagaste’, disparaban y tac, ‘te la creíste de nuevo’, y se seguían riendo. Yo pensaba que como eran medios sacos de huea, de repente se les podía quedar una bala en la cámara y me mataban nomás. Además estaba cerquita del Mapocho ahí, así que podían tirarme fácil. Siempre pensé que más que inteligencia, estos eran brutos.
Junto a estas tácticas y a diferencia de lo que ocurría en otros centros de detención, en Borgoño no ponían música mientras flagelaban a los presos. El objetivo era que se escucharan los gritos de los torturados en todas las celdas para intimidarlos.
Fue así como Iván escuchó los lamentos de una voz que le pareció conocida.
-El negro Jaña hablaba de una forma muy particular porque era muy ronco. Sentí unos gritos y pensé que era él, pero me pareció raro porque este compadre era de las pastorales, su viejo fue guardia papal incluso. Llegué a dudar de que estuviera ahí, pero al final sí era el negro.
Lo vivido por Jaña en el subterráneo de Borgoño, asegura, lo marcó para siempre. Desde entonces, cuenta desde Puerto Montt, donde hoy reside, se volvió más introvertido y pasó al ostracismo casi absoluto en todas las áreas de su vida.
Desde su punto de vista, lo sucedido dejó en evidencia el poder que manejaba El Mercurio en la época, el que utilizaba en contra de los abusados.
-Fue una maniobra de servicios de inteligencia en conjunto con el periódico. Una situación absolutamente injusta, por lo tanto, me interesaba recuperar el respeto. Todo el mundo siente miedo a enfrentarse al poder, era problemático para mí por posibles consecuencias, pero era necesario para mí querellarme contra El Mercurio-, sostiene Jaña.
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Iván y Jorge permanecieron seis días en el cuartel, hasta que a Iván les avisaron que se tenía que duchar, cambiarse de ropa y subir a una sala en el primer piso.
Iván cuenta que a él lo esperaban dos hombres.
-Había un guatón medio pelado y otro grande de ojos celestes, rubio. Me empiezan a preguntar cómo me habían tratado aquí, y yo como no sabía quiénes eran decía: ‘No, todo bien’. Se miraban raro hasta que uno dijo ‘Ah, disculpe, es que no nos hemos presentado. Somos de la Cruz Roja Internacional y estamos verificando que esté en buenas condiciones’. Cuando dijeron eso con acento extranjero y me mostraron sus pasaportes, les creí. Mientras un compadre me hablaba, el otro me pasaba papelitos, por si había micrófonos, preguntándome si me habían torturado. Yo le escribía que sí- consigna Iván.
Después del diálogo, los supuestos violentistas fueron trasladados al juzgado con capucha y una venda sobre los ojos.
-Yo me pude haber arrancado, porque cuando me llevaron a Tribunales fui tapado y al llegar me sacaron todo, con la condición de que cerrara los ojos. ‘Quédate aquí’, me dijeron. Les hice caso y de repente escucho una voz que dice ‘¿qué le pasa? ¿Por qué tiene los ojos cerrados?”, lo miro y era un gendarme. Nos dejaron en gendarmería y se fueron-, afirma Iván.
Ahora ante la justicia, ambos fueron imputados por los desórdenes ocurridos en el parque O’Higgins. La única evidencia en su contra eran las fotos que aparecieron en El Mercurio.
Su defensa fue tomada por el abogado Luciano Fouilliaux de la Vicaría de la Solidaridad.
-Fue una decisión bien compleja, en la que yo no tuve ninguna participación. Fue el Arzobispado y el Vicario quienes finalmente resolvieron entregar protección legal ante la demanda que había de los familiares de los jóvenes, porque se pudo determinar que no estaba claro que hayan estado participando de los desórdenes-, admite el jurista.
Finalmente fue el monseñor Sergio Valech quien le encomendó tomar la defensa de los demandantes.
Durante los cinco días que duró la investigación, Iván y Jorge permanecieron en la penitenciaría donde fueron tratados con amabilidad después de su traumático paso por el cuartel Borgoño.
El caso fue llevado por el juez Marco Aurelio Perales, quien ya había reunido suficientes testimonios para probar que ambos inculpados eran inocentes. Uno de ellos fue el de un manicero que se cruzó con Iván en el parque Bustamante.
-Él pasó por donde estaba yo y como estaba toda la onda del Papa, venía diciendo que su maní estaba bendecido por él. ‘Entonces debe tener veneno esa hueá’, dije yo. El viejo se acordaba de eso y testimonió.
Una hora después de recibirlos, Perales ordenó que fueran liberados.
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Una vez que los cargos fueron desestimados, Iván y Jorge contactaron nuevamente a Fouillioux para iniciar un proceso hasta entonces impensado: querellarse en contra del director de El Mercurio, Agustín Edwards, por injurias y calumnias con publicidad.
La acusación se basaría en un detalle fundamental, que solo Fouilloux logró rescatar. Tras indagar el caso, el abogado se percató que el decreto presentado ante los jóvenes fue pronunciado un día después de sus detenciones, de la denuncia de El Mercurio y su portada. La duda a despejar, entonces, era cómo el diario se había enterado de esta noticia con antelación.
Tras reunirse con Iván y Jorge, les confirmó que irían a juicio:
-Les dije ‘ya po, vamos’. Y ahí presentamos este proceso por calumnias e injurias con publicidad que correspondían al 23 Juzgado del Crimen.
El proceso judicial no solo determinó que existió un montaje por parte de El Mercurio. Además, logró probar que Agustín Edwards mantenía un vínculo directo con la CNI.
-A la hora que El Mercurio estaba circulando, ellos ya estaban en Borgoño. Esa información la obtuvo el diario directamente de la CNI, lo que logramos acreditar por la declaración de Francisco Javier Cuadra, que a la sazón era el Ministro Secretario General de Gobierno-, apunta Fouillioux.

Entrevista a Luciano Fouilloux. Reflexiona acerca de la relevancia de El Mercurio en la historia reciente y sobre el significado de la defensa que llevó en representación de Barra y Jaña.
Luego de que la declaración de Cuadra presentara importantes incoherencias con el testimonio de Edwards, la defensa de Iván y Jorge le solicitó al tribunal que enfrentara, en un encuentro sin precedentes, al máximo representante de El Mercurio con el vocero de la administración militar.
-Se obtuvo el histórico careo entre Agustín Edwards y Francisco Javier Cuadra. Fue un careo muy duro, en donde se vieron posiciones muy claras, no hubo acuerdo y los dos mantuvieron sus dichos: Cuadra siguió sosteniendo que el dato había sido la CNI y no el Gobierno. Y bueno, don Agustín en lo suyo. Declaró un par de periodistas también, en fin, declararon por supuesto los muchachos. Entonces, hubo muchas otras pruebas que de alguna u otra manera singularizaban la responsabilidad del diario cuyo Director era don Agustín Edwards y que había participado, efectivamente, no en la toma de las fotos ni nada, pero había visado completamente el reportaje-, aclara Fouilloux.
A través de su histórico abogado, Miguel Álex Schweitzer, Edwards apeló el procesamiento. Esta diligencia se extendió por más de un año y medio en la Corte de Apelaciones, hasta que se pronunció la última palabra:
-Se decretaron los arraigos y las firmas. Finalmente fue procesado y cada vez que necesitaba salir del país tenía que pedir permiso, pagar una fianza, cosa que yo sé que lo incomodaba, por su carácter, su impronta y su permanente afición a viajar-, declara el abogado que logró torcer el brazo del medio más importante del país.
La relevancia de este resultado, radica en la confirmación de una visión generalizada de El Mercurio:
-Siempre fue un poder fáctico, y sigue siéndolo, muy importante, que tiene mucha incidencia históricamente. Sabemos el rol que tuvo en el derrocamiento del presidente Allende, durante toda la dictadura y en democracia, porque es un poder fáctico comunicacional que generó opinión pública en distintas áreas y materias. Es una sábana que ya es inusual en diarios del mundo de esta envergadura, de hecho se estudia internacionalmente la incidencia que tiene en la fijación de pautas políticas constante en el país. Claro, es relevante, y que dos jóvenes se hayan toreado a este fáctico medio era un poco desigual, pero los chiquillos tuvieron el glamour de dar su discusión y no se quedaron humillados para el resto de sus días-, complementa el abogado.
Iván, en tanto, ubica al dueño de El Mercurio en el centro de esta discusión.
-Pobre Satanás, lo que va a tener que recibir. Es que el tipo es, analizando fríamente, macabro. A estas alturas ya se puede decir que la sacó muy barata, si vivió una vida la raja cagando a la gente, haciéndose cómplice sin ningún drama.