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viernes, 18 de junio de 2021

“M’hijo, el dotor”

 

Boludez1
 

No sé pa' qué ponen fronteras... ¡¡si nos parecemos tanto!!


compadrito



Escribe José Steinsleger - publicado en La Jornada (México).


Mostrar sin demostrar su cultura es una obsesión del argentino promedio. Si usted, por ejemplo, presenta en Buenos Aires un libro sobre filología románica, a la hora del vino de honor alguien le comentará que desciende de italianos. Pero si usted es arqueólogo, no faltará quien requiera su opinión sobre la maldición de Tutankamón. Así, nunca, nunca, nunca (ojo: nunca), dude de que el argentino promedio es culto por definición. Y nunca (¿se entiende?) intente ganarle en una discusión. Mucho cuidado.

En el siglo pasado, ningún argentino escapó al formateo mental de Billiken, la centenaria revista para niños inspirada en la cultísima generación del 80. Billiken transmitía mensajes amablemente clasistas y eurocéntricos. Por ejemplo, en las ediciones que celebraban el 12 de octubre (Día de la Raza), Billiken incluía imágenes con indios, barcos, y conquistadores buena onda.

¿Infancia es destino? Usaba pantalones cuando mi abuelo materno (hijo de asturianos), me llevó a ver M’hijo el dotor. Una comedia de Florencio Sánchez (1875-1910) que, a inicios del siglo pasado, pegó fuerte en el imaginario de los inmigrantes esperanzados en que sus hijos ingresen a la universidad para tener éxito. La obra trata de un joven hijo de campesinos inmigrantes, que regresa a casa con su título de dotor. En un pasaje, el muchacho discute con el padre y termina dándole la razón: inútil ser dotor si se menosprecian las cosas simples de la vida. Supongo que igual camino recorrieron los mayores del presidente Alberto Fernández, quien una y otra vez subraya que es hijo de un juez.

Como es sabido, en 2019 Cristina Fernández de Kirchner le propuso a Alberto algo así: Olvidemos nuestras diferencias. Néstor te respetaba y quería. Coincido en lo que has dicho: sin mí no se puede, sólo conmigo no alcanza. ¿Querés ser presidente? No sabemos si Alberto (porteño al fin) respondió: dejámelo pensar. Pero dicen que cuando regresó a casa, su hermoso ovejero Dylan saltó de alegría, y el ungido abrazó con emoción al perro exclamando: ¡Lo logré, papá!

Ahora bien. En días pasados, en un acto junto con Pedro Sánchez (presidente del gobierno español, en visita oficial a Buenos Aires), Alberto citó mal una frase de incierta autoría, y ciertamente medio boluda: Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, y los argentinos de los barcos.

El resultado fue un engrudo. Alberto dijo: “Los argentinos somos por sobre todas las cosas americolatinistas […] y en lo particular soy un europeísta. Soy alguien que cree en Europa. Porque de Europa, escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos ‘salieron’ [sic] de los indios, los brasileros ‘salieron’ de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos” (9/6). Palabras que, para terminarla de regar, remitían a una canción de Lito Nebbia, su rockero favorito ( Llegamos de los barcos, 1982).

En todo caso, si el propósito apuntaba a quedar bien con el visitante, Alberto hubiera recordado que Buenos Aires fue fundada dos veces. La primera fracasó porque los indios charrúas (o sea los mero-mero argentinos originarios), se almorzaron al puñado de españoles que lo intentaron (1536-41). Y la segunda fue posible porque el conquistador Juan de Garay trasladó mil 600 indios guaraníes desde Asunción del Paraguay, que eran más civilizados que sus parientes del Plata.

El presidente hubiera recordado también al yucateco Juan José Vértiz, virrey del Río de la Plata que entre 1778 y 1784 realizó una ingente labor cultural cuando Buenos Aires tenía 25 mil habitantes. O al fundador del movimiento político que lo respalda, Juan Domingo Perón, quien se enorgullecía de su sangre india.

Olvídese. Alberto y su gabinete ya no leen Billiken. Pero como es moderno y pragmático, desayuna leyendo los editoriales de El País, de España, y cree que la comunicación es igual a información, publicidad y negocios.

A diferencia del miserable que lo precedió en el cargo, Alberto Fernández es un presidente con sensibilidad social y atento a los dramas de nuestra América. Basta señalar que tras el golpe fascista de noviembre de 2019 en Bolivia, salvó la vida de Evo Morales junto con Andrés Manuel López Obrador.

En alguna ocasión, Alberto manifestó que Evo era el primer presidente de Bolivia que se parecía a los bolivianos. Pero Milagro Sala, luchadora social que ha cumplido más de cinco años de injusta prisión, también se parece a 60 por ciento de los argentinos que no descienden de los barcos.

Cuando se le plantea el asunto, Alberto patea la pelota a la tribuna y se pone a dar lecciones sobre el sistema de división de poderes, concebido por los dotores originarios de un Poder Judicial oligárquico que, día tras día, acosa a su gobierno con la ideología de Billiken.

El viernes pasado, los caciques feudales de Jujuy condujeron engrillada a Milagro para que declare frente a la justicia. ¿De que la acusan? La causa fue abierta en 2009, y la acusan de haber arrojado huevos a Gerardo Morales, gobernador de la provincia de Jujuy.

 

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