De nada le sirvió este septiembre en que conmemoró su día institucional – el de las “glorias” – y repuso la parada militar en el Parque O’Higgins para el goce de unos pocos – entre ellos el presidente – porque el ejército sigue al debe, suma cuentas pendientes con la justicia, no se reivindica ni se acerca a la ciudadanía, recibió fuertes protestas populares y ahora se le compara con una máquina para defraudar al Fisco.
La imputación no es gratuita puesto que corresponde a una vertiginosa sucesión de hechos que partieron en dictadura, todos ellos reñidos con la moral, la ética, las buenas costumbres y la sana convivencia, lo
que hablando claro es una indecente corrupción desde la que asoma una maraña de aristas de alto costo para el pueblo. Coincidiendo este septiembre con un nuevo aniversario del golpe que encabezó para ocasionar la muerte de un presidente de la República, derrocar a un gobierno constitucional y dar la partida a 17 años de terrorismo de Estado, el ejército ha sido sorprendido por la Contraloría en otro acto de corruptela por la compra de helicópteros entre 2013 y 2014 por los que pagó de más – como sobreprecio – 8,6 millones de dólares, esto es, sobre los 6 mil millones de pesos.
Lo sucedido es investigado y se espera una resolución judicial, aunque lo concreto es que desde las filas castrenses hubo alguien o algunos que hicieron su propio negocio tomando en cuenta que con
anterioridad ya habían quedado al descubierto similares defraudaciones.
Ello ocurre cuando todavía no logra determinarse a cuanto llega el monto total de los delitos de malversación de fondos públicos y lavado de dinero que perpetró el ex comandante en jefe, general
Fuente-Alba, bien secundado por su distinguida esposa. Fuente-Alba es un aventajado discípulo de Pinochet y durante largo tiempo hecho mano a los gastos reservados que entrega el Estado para gastos
institucionales que él empleó para gustos y gastos personales.
No se trata de casos aislados, sino que tales episodios – y tantos otros – se deben a que la autonomía financiera del ámbito uniformado es total, y el control civil, inexistente. En los últimos 30 años de seudodemocracia los ministros de Defensa han sido en la práctica portavoces de los altos mandos, descuidando su fiscalización. El actual titular del ejército, general Martínez, no sintoniza con la realidad sino que piensa que “las responsabilidades son individuales”. Este oficial, que debe entregar su cargo dentro de dos meses, añade que “a veces se hace una tremenda injusticia con hombres y mujeres que
trabajan para hacer más grande al país”.
Desde la tiranía pinochetista las FF.AA. no se fijan en gastos, porque nadie las controla. Solo para armamentismo reciben del Estado 500 millones de dólares anuales aparte de sumas estratosféricas para
financiar su exclusivo sistema previsional, en momentos en que hay millones de compatriotas sumidos en la pobreza por el desempleo y la consiguiente falta de ingresos en medio de una inflación apabullante.
Las últimas tres paradas militares costaron 2.400 millones de pesos, según parlamentarios de la comisión de Defensa de la Cámara de Diputados.
La parada fue suspendida el año pasado en razón del elevado número de víctimas de la pandemia, lo que pasó inadvertido porque no hizo falta. A estas alturas es algo innecesario, de lo que se puede prescindir y
dar una señal de austeridad. El sentido común dice que los recursos públicos de que se dispone deben destinarse solo a lo urgente e indispensable.
Oficialmente el costo de lo mostrado este domingo 19 en el Parque O’Higgins fue de 218 millones de pesos. Desde el ámbito de la salud se dijo que ese dinero se podría haber usado para mejoras laborales y el reconocimiento en el Código Sanitario que técnicos y auxiliares que combaten la pandemia están pidiendo. No habría venido mal un aporte para las ollas comunes, que se hacen pocas.
Ajenos a las penurias del día a día de la gente, los altos mandos del ejército – y las otras instituciones armadas – volvieron a malograr la oportunidad de haberse llenado de “glorias”, pero continúan inalterables formando parte del pacto de silencio y derrochando a caudales dinero que es de todos los chilenos en sus preparativos de más de un siglo para la guerra de nunca jamás.
En Chile la única guerra que se justifica hoy es la que hay que mantener sempiternamente contra la desigualdad, que deriva en la miseria, el menosprecio y la discriminación que agobian a las clases
populares.
Hugo Alcayaga Brisso
Valparaíso
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