Los amigos de verdad apañan cuando la cosa se pone cuesta arriba. De lo contrario no son amigos.
Otra cosa es que, como en el caso de Joaquín Sabina, se haya dicho amigo de la revolución cubana y sus dirigentes para buscar las simpatía de quienes la quieren y respetan solo para aumentar sus admiradores y sus faltriqueras.
Sabina anuncia que ya no es amigo de los cubanos. Se suma así a la lista de quienes alguna vez se dijeron ser admiradores de la revolución pero que en verdad nunca lo fueron. Ni la entendieron. Ni muchos menos movieron un dedo por ella.
Tiene perfecto derecho a hacerlo, digámoslo de entrada.
Sabina no es precisamente alguien que entienda eso que palpita en esa isla bloqueada desde hace más de sesenta años por el imperio más agresivo y criminal de la historia.
Se pone del lado de los cubanos que reclaman ante los problemas por los que cruza Cuba. Como si fuera novedad que los cubanos reclamen, aunque ahora hay algunos que lo hacen estimulados y financiados por la CIA.
Nada nuevo en sesenta años.
¿Habrá dicho esta boca es mía Sabina ante ese bloqueo que niega medicinas para los niños, materias primas, insumos médicos, alimentos y todo cuanto es necesario para que un país viva medianamente seguro?
De manera que mi relación con Joaquín Sabina llega a hasta aquí luego de haber tomado mucho vino escuchando sus canciones y declamando mi admiración por su poesía hecha de muchas otras.
Fue por mucho tiempo, una referencia que generó un cierto marco teórico a la noche de vino y amigos.
Pero en el momento en que sacó a relucir su parte hija de puta entonces deberé dar por concluida una amistad de la que no se enteró.
Hablar mal de Cuba desde una posición de cierto poder que da la fama y el dinero lo refleja en toda la línea.
Y no digo que respecto de Cuba todo sea miel sobre hojuelas. Desde siempre he creído que tan mal le hace al proceso cubano aquel que le adjudica crímenes, violaciones derechos humanos, represión desatada, como aquel bienintencionado que la defiende afirmando que es poco menos que el paraíso en la tierra.
Ni tan una ni tan otra.
La revolución cubana desde sus inicios fue presa de su pecado original: la hicieron los propios cubanos, con sus propias manos, generando su propia teoría, cometiendo sus propios errores y construyendo un país cruzado por contradicciones como cualquiera, pero como ninguno, con un corazón humano y solidario que no hay en otro.
A usted puede no gustarle la revolución cubana ni los comunistas y estará en su derecho y será respetado sin condiciones.
Pero otra cosa mentir adjudicándole pecados que no son. Y no considerar el enemigo que tiene enfrente Cuba, y su inhumanidad comprobada y vuelta a comprobar en numerosos genocidios en contra de pueblos pobres.
Que el bloqueo impuesto por Estados Unidos y sus países lacayos no lo explica todo, es tan cierto como que explica mucho. Y ese mucho tiene que ver con lo que sus amigos supuestos critican. Como si la falta de medicinas para los niños, insumos médicos para los ancianos, alimentos y materiales de todo tipo, fuera una decisión inhumana de Díaz Canel o de Raúl Castro.
Cuba y su revolución, con sus aciertos y errores, con sus avances y retrocesos, es por sobre todo una construcción de sus hijos, entre los que destaca la imagen enorme de Fidel Castro, el comandante en jefe de los pobres del mundo.
No existe país pobre como Cuba, incluso rico como los de Europa, que haya hecho más por los desposeídos del mundo.
Quizás Sabina no sepa en cuántos países hay médicos, constructores, profesores, técnicos de todo tipo que ayudan a pueblos tanto o más pobres que Cuba.
Quizás no sea posible la actual configuración política de África sin considerar el generoso aporte del pueblo cubano para aponer fin al apartheid en Sud África e independizar a Namibia, entre otros aportes no menos monumentales y silenciosos.
Porque en silencio ha tenido que ser, como dicen los cubanos cuando despliegan su heroísmo sin aspavientos ni relaciones públicas
Cuba siempre se ha dado entero por quien merece amor. Ha dispuesto de sus mejores hombres y mujeres para las luchas de liberación de los pueblos subyugados por sangrientas dictaduras sin pedir nada a cambio.
Y jamás se ha negado a la solicitud de ayuda de pueblos sumidos en la miseria por el imperialismo y sus lacayos y ha ido como quien cumple una responsabilidad inevitable y propia a salvar niños, madres y ancianos a los rincones más alejados de dios y de las canciones de Sabina.
Estas cosas que no tienen precio no pueden ser evaluadas por Joaquín Sabina que canta solo con la taquilla completa y a tablero vuelto.
Y aunque le pese al de Úbeda y a los que son como él, Cuba vencerá.
Yo seguiré escuchando las canciones de Joaquín Sabina, pero con clara conciencia de que escucho a un hijo de puta.
Por Ricardo Candia Cares
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