Viaje al fondo del mar: el macabro destino de los cinco frentistas que Pinochet ordenó asesinar en 1987
por JORGE ESCALANTE 26 abril, 2017
Esa mañana de septiembre de 1987, el mayor Víctor Campos Valladares acudió temprano a la oficina de su comandante, el coronel Rodolfo Sánchez Rubio.
–Usted debe presentarse urgente con el comandante del Comando de Aviación del Ejército en el aeródromo de Tobalaba en Santiago –le ordenó Sánchez en su despacho del Regimiento de Aviación del Ejército en Rancagua–. Le tengo un avión dispuesto para que viaje ahora –agregó.
El mayor Campos quiso conocer el motivo de la urgencia, pero Sánchez le respondió que se lo dirían en Tobalaba. No insistió en la pregunta, intuyó algo complejo y reservado. Había aprendido a no preguntar mucho en esos tiempos.
En la misma mañana el mayor aterrizó en el aeródromo. Campos se reconocía él mismo como el piloto más antiguo y experto para volar los helicópteros Puma. Y uno de confianza del general Augusto Pinochet. Por eso presumía de ser el que más había volado el Puma destinado al comandante en Jefe y su familia.
–Vengo de una reunión en La Moneda con el general Pinochet y el mayor Álvaro Corbalán –le dijo el coronel Aquiles Navarrete Izarnótegui, jefe del Comando de Aviación del Ejército (CAE), que todavía operaba en Tobalaba.
Enseguida, le explicó el asunto: en la reunión con Pinochet y Corbalán, Campos había sido designado como el que, a bordo del Puma que pilotaría, debía hacer desaparecer unos documentos que permanecían en el cuartel Borgoño de la CNI. Se requería sacarlos con urgencia.
Para eso debía designar a su copiloto y no llevar mecánico a bordo, como era reglamentario en cualquier vuelo de los Puma SA-330. Sin tener que preguntar más, al mayor Campos le empezó a cuadrar la misión.
Cuando el coronel Navarrete le dio la última orden, ya no tuvo ninguna duda de que lo que le estaban ordenando era algo oscuro.
Campos era incondicional a Pinochet y su familia. Con ellos había pasado momentos gratos en los múltiples viajes pilotando el Puma destinado al jefe del Ejército. Por eso no le cuadraba que Pinochet lo hubiese elegido a él para esa extraña misión. Siempre sintió que el comandante en Jefe le tenía aprecio. Por un momento caviló en positivo que se trataba de una misión archisecreta para el bien de Chile y que, por eso, Pinochet había pensado en él.
Pero esa luz positiva le duró hasta que el comandante Navarrete le dio la última orden:
–A las 06.00 de mañana debe despegar desde Tobalaba y volar hasta el campo militar de Peldehue. Ahí hará contacto radial con unos señores del Cuartel Borgoño que lo estarán esperando en unas camionetas, ellos son los que llevan los documentos.
Peldehue y Puma eran términos que, al ser escuchados en conjunto entre la gente del CAE, ya sabían de qué se trataba. Aunque muchos mintieran en los tribunales diciendo que jamás supieron el significado de estas palabras en los tiempos de la DINA.
Campos designó al capitán Hugo Barría Rogers como su copiloto en aquel desaparecimiento de documentos. Según le había explicado el comandante del CAE, coronel Navarrete, esa fue la palabra utilizada por el general Pinochet en la reunión con Álvaro Corbalán en La Moneda.
Los cinco militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) fueron elegidos por la Central Nacional de Informaciones (CNI) de manera no muy científica. Los secuestraron entre el 9 y 10 de septiembre de 1987 en distintos puntos de Santiago. La CNI destinó para su seguimiento y captura a más de doscientos hombres distribuidos en distintas brigadas. En cada brigada operaban diez o más equipos de trabajo de tres a cuatro agentes cada uno.
El objetivo inicial de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), que en 1987comandaba el general Hugo Prado Contreras, fue mantener a los cinco militantes como rehenes para canjearlos por el coronel de Ejército Carlos Carreño, segundo en el mando de la Fábrica de Armas y Maestranza del Ejército (Famae). A este el Frente lo había secuestrado ocho días antes.
Pero en aquella reunión en La Moneda, como lo declaró Corbalán en la investigación judicial, Pinochet dijo tajante: “Con los terroristas el Ejército no transa”. Y dio la orden de eliminar a los cinco prisioneros.
Pinochet estaba además presionado por sus generales. Estos se reunieron de urgencia tras el secuestro de Carreño, incluido el general Hugo Salas Wenzel, director de la CNI. En la reunión los generales exigieron a Salas que la CNI actuara con “más rigurosidad” y dureza contra el Frente, como lo admitió Salas Wenzel en el proceso.
Los cinco militantes secuestrados, Julián Peña Maltés, Alejandro Pinochet Arenas, Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo Fuenzalida Navarrete y Julio Muñoz Otárola, no tenían nada que ver con el secuestro del coronel Carreño. De acuerdo a las fuentes consultadas para esta crónica, todos eran además militantes del Partido Comunista, a pesar de que en 1987 ya se había producido la ruptura entre el Partido Comunista y el FPMR, fundado en 1983.
Peña Maltés y Muñoz Otárola eran además oficiales del partido con formación militar.
Mientras tanto, los cinco detenidos permanecían en un calabozo en el subterráneo de Borgoño. Allí fueron interrogados varios días por agentes del Batallón de Inteligencia del Ejército (BIE), organismo ejecutor de la Dirección de Inteligencia del Ejército. El mismo jefe del BIE, coronel Julio Cerda Carrasco, junto al jefe de la DINE, general Prado Contreras, dirigieron el actuar del Ejército en este caso.
¡A cortar los rieles!
En el subterráneo del Cuartel Borgoño, El Huiro llamó a sus agentes CNI, Manuel Ramírez Montoya y Pablo San Martín, chapa de Luis Santibáñez Aguilera.
–Tienen que conseguir un riel y cortarlo en cinco pedazos, esta noche se van los huevones –recuerda Santibáñez, en la investigación judicial, la orden dada por El Huiro.
Ramírez Montoya sostiene que le respondió respetuosamente: “Pero, jefe, los rieles no se cortan con serrucho, es mejor ordenarlos al taller del Cuartel Loyola con Mangieri, el jefe del taller”.
Así se hizo y los rieles se ordenaron al Cuartel Loyola, que operaba en la comuna de Quinta Normal.
El Puma se elevó y desde la cima del cerro bajó hacia el suroeste. Cruzó las ciudades de Limache, Villa Alemana, Quilpué y la Reserva Nacional Lago Peñuelas, y enfiló directo a la caleta Quintay. A una velocidad de 120 nudos se internó mar adentro por espacio de diez minutos. Fue descendiendo hasta llegar a una altura de cinco metros sobre el mar. Presumiblemente fue Krantz Bauer quien le ordenó reducir la velocidad a unos 10 nudos. En el tablero de instrumentos a Campos se le encendió una luz que indicó Doors. Una de las puertas del Puma se abrió y los agentes arrojaron los cinco cuerpos.
El capitán Arturo Sanhueza Ross, El Huiro, de chapaRamiro Droguett Aránguiz, era uno de los agentes más disciplinados, inteligentes y activos en la represión de opositores a la dictadura. Estuvo presente en los principales crímenes cometidos por la CNI. Recurrentemente se autocalifica como combatiente frente a otros combatientes, su modo de entender los crímenes ocurridos. Desde hace unos días se encuentra prófugo de la justicia, para evitar entrar a cumplir una condena de prisión efectiva de 5 años y 1 día por los crímenes de los cinco militantes de izquierda.
¿Cómo murieron los cinco jóvenes? La investigación judicial no logró establecerlo con certeza. Unos declararon que los inyectó El Quincy, el paramédico Mateo Tapia Flores, quien se suicidó en 1998. Tampoco se estableció si solo los adormeció o les inyectó una sustancia letal.
Otros, como el rodriguista Max Díaz Trujillo, uno de los condenados por el secuestro del coronel Carreño e indultado en 1993, afirma en el proceso que, al momento de detenerlo en diciembre de 1987, El Huiro le dijo que les abrieron el estómago a punta de cuchillo.
Una madrugada de septiembre de 1987, el jefe de la Unidad Antiterrorista (UAT) de la CNI, teniente coronel Rodrigo Pérez Martínez, recibió por el beeper una llamada del jefe del Cuartel Borgoño, Álvaro Corbalán.
Este le ordenó trasladarse de inmediato a Borgoño con una camioneta. Llegando al cuartel, Corbalán le dio la orden de que se comunicara con el capitán Francisco Zúñiga Acevedo, él le indicaría su misión.
César Sanz Urriola, chapa del jefe de la UAT, arribó a Borgoño antes de clarear el alba. Ubicó a Félix Catalán Cueto, también conocido como El Gurka, y el capitán de Carabineros Zúniga Acevedo le dio la orden:
–Hay que sacar unos bultos del subterráneo y cargarlos en la camioneta. Llévelos a Peldehue, ahí lo estarán esperando –le ordenó. No le dijo más. Estaba claro. Tampoco el jefe de la UAT necesitó preguntar más. El viaje al campo militar de Peldehue desde los centros de detención era el recorrido usual. Lo había sido por años bajo el reinado de la DINA.
A la operación de carga se unió el capitán Gonzalo Asenjo Zegers, de chapa Juan Carlos Catán Caroca. Este había cumplido varias funciones en la CNI y se le consideraba una de las cabezas inteligentes de la Central. Había integrado la División Antisubversiva “Bernardo O´Higgins”, que un tiempo estuvo al mando de Corbalán Castilla, antes de transformarse en el jefe máximo de la CNI en la Región Metropolitana.
“Cada uno de los cinco bultos estaba constituido por dos sacos paperos, cosidos al centro y estaban muy pesados”, declaró Pérez Martínez en la investigación judicial.
El Gurka apuró la maniobra: “¡Rápido, los esperan en Peldehue!”, les gritó.
Cargados los documentos que Pinochet ordenó hacer desaparecer, el jefe de la UAT se sentó al volante y Asenjo Zegers fue de copiloto. Atrás, en la parte cubierta de la camioneta, subió El Gurka, encargado de supervigilar el traslado a Peldehue de los cuerpos de los rodriguistas. Junto a él subió otro agente. Los cinco militantes iniciaban el camino hacia su destino final.
El vuelo
El portón de ingreso al campo militar de Peldehue se hallaba abierto y la guardia de entrada no estaba. La camioneta Ford modelo Econoline ingresó unos metros y se detuvo en un espacio amplio y despejado. Cinco agentes de civil vestidos con ropa deportiva se acercaron al vehículo. Uno de ellos era El Huiro. Otro, el comandante de las Brigadas Verde-Azul fusionadas para reprimir al FPMR, el capitán Krantz Bauer Donoso, chapa Óscar Hernández Santa María (Bauer falleció de muerte natural en 2012, mientras que El Gurka y Asenjo Zegers se suicidaron en 1991 y 2006, respectivamente).
Estuvieron unos minutos intercambiando opiniones acerca del operativo. Pronto, por el oriente se perfiló la figura del Puma pilotado por el mayor Víctor Campos.
Cargaron los cuerpos y el Puma partió rumbo a la Región de Valparaíso. Además del piloto y copiloto, a bordo van Zúñiga, Sanhueza, Krantz Bauer y dos agentes no identificados hasta ahora.
El helicóptero enfiló hacia el norponiente en dirección a Olmué. Había mal tiempo y la nubosidad impidió a Campos continuar el vuelo.
El piloto aterrizó sobre la cima de un monte en la zona de Olmué, esperando mejores condiciones climáticas para dar cumplimiento a la misión. Todos se bajaron de la nave. Conversan vaguedades, porque el objetivo final está claro. El piloto se comunicó frecuentemente por radio para conocer la evolución de las condiciones del tiempo. Al único de aquellos cinco agentes que subieron al helicóptero en Peldehue que Campos reconoció posteriormente, en la investigación judicial, fue a Arturo Sanhueza.
Transcurrida una hora y media, las condiciones meteorológicas mejoraron y el piloto ordenó volver a bordo. De reojo, en la parte posterior de la nave, había logrado divisar los cuerpos ensacados y cubiertos ahora por bolsas negras plásticas. Antes de partir desde el aeródromo de Tobalaba, al Puma le quitaron algunos asientos para hacerles espacio a los documentos. Fue lo usual para dar cabida a los centenares de cuerpos de prisioneros lanzados al mar en decenas de vuelos de los helicópteros Puma bajo el mando de la DINA, entre 1974 y 1977. Así lo admiten varios de los suboficiales mecánicos que hicieron esos vuelos, a algunos de los cuales les correspondió arrojar los cuerpos.
El Puma se elevó y desde la cima del cerro bajó hacia el suroeste. Cruzó las ciudades de Limache, Villa Alemana, Quilpué y la Reserva Nacional Lago Peñuelas, y enfiló directo a la caleta Quintay.
A una velocidad de 120 nudos se internó mar adentro por espacio de diez minutos. Fue descendiendo hasta llegar a una altura de cinco metros sobre el mar. Presumiblemente fue Krantz Bauer quien le ordenó reducir la velocidad a unos 10 nudos. En el tablero de instrumentos a Campos se le encendió una luz que indicó Doors. Una de las puertas del Puma se abrió y los agentes arrojaron los cinco cuerpos.
En la maniobra Bauer tropezó y estuvo cerca de caer al mar. Todo duró apenas dos minutos y el piloto vio que la señal Doorsse apagó en el tablero. En la joven primavera de septiembre, el mar de Quintay recibía a los cinco hombres del jefe del Frente, Raúl Pellegrin, el comandante José Miguel.
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