Sus cuerpos no serán venerados en una cruz, ni tampoco resucitarán este domingo, algunos incluso son detenidos desaparecidos; pero ellos, que llenaron de tierra y barro sus sotanas, no sólo vivieron como Cristo, sino también murieron como él.
Por Palöma Grunert @palomagrunert.DOMINGO 16 DE ABRIL 2017
Son los sacerdotes que la dictadura no pudo quebrar, y cuya consecuencia les significó la muerte física, transformándolos en hondos ejemplos de entrega. Sus cuerpos no serán venerados en una cruz, ni tampoco resucitarán este domingo, algunos incluso son detenidos desaparecidos; pero ellos, que llenaron de tierra y barro sus sotanas, no sólo vivieron como Cristo, sino también murieron como él.
En El Desconcierto te contamos las historias de estos cinco curas: dos chilenos, dos españoles y un francés, que trabajaron con el pueblo pobre durante los años de la Unidad Popular y que supieron resistir la dictadura militar a costa de sus propias vidas.
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Miguel Woodward, 42 años
Asesinado el 22 de septiembre de 1973 – Detenido Desaparecido
Asesinado el 22 de septiembre de 1973 – Detenido Desaparecido
De padre irlandés y madre chilena, Miguel nació en Valparaíso en 1930, vivió en Inglaterra gran parte de su juventud y luego de titularse como Ingeniero Civil, regresó a Chile para ser cura. En 1961, Raúl Silva Henríquez lo ordenó sacerdote diocesano en la Catedral de Valparaíso. Pese a que toda su familia decidió regresar a Europa, Miguel se quedó en los cerros porteños. Durante esos años, y decidido a ser un sacerdote obrero, trabajó como tornero en el puerto y como profesor del Centro de Estudios y Capacitación Laboral de la Universidad Católica de Valparaíso. Un año antes de la llegada de la Unidad Popular al gobierno, abandonó su cargo de párroco de Peñablanca, se fue a vivir a la Población Progreso del Cerro los Placeres y encabezó una comunidad religiosa en su barrio. Más tarde ingresó al MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria) y fue dirigente local de las JAP (Juntas de Abastecimiento y Control de Precios).
Cinco días después del golpe de Estado contra Salvador Allende, el 16 de septiembre de 1973, fue detenido por miembros de la Marina, quienes lo sacaron de su casa y lo condujeron a la Universidad Técnica Federico Santa María. El infante José Manuel García Reyes, contó en su declaración a la justicia que en ese lugar fue torturado por él y por el teniente Luis Montenegro: “¿Cuántas puntas tiene una cruz?” le preguntaba Montenegro a Miguel. “Cuatro” respondía él, “Entonces cuatro culetazos” decía el teniente antes de golpearlo con un arma. Después de pasar por el buque Lebú, fue llevado al buque Escuela Esmeralda. Pero el padre Miguel no logró resistir las agresiones a las que había sido sometido por varios días y la mañana del 22 de septiembre despertó agonizando. Fue trasladado al Hospital Naval, al que llegó muerto y con un orificio de bala en el pecho. Su cadáver fue enviado a la morgue y luego lanzado a una fosa común.
“Allí reposará pues, definitivamente, el cuerpo de Miguel, abrazado a los cuerpos de tantos anónimos seres humanos, sin duda los más pobres y abandonados. Por lo demás, es lo que Miguel hubiera deseado, en consonancia con lo que siempre buscó”, escribió el padre José Aldunate en el diario La Nación, en 1998.
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André Jarlán, 43 años
Asesinado el 4 de septiembre de 1984 – Ejecutado
Asesinado el 4 de septiembre de 1984 – Ejecutado
André Jarlán nació en Francia en 1941. En 1984 llegó a Chile, siendo misionero francés de la orden de los Oblatos, para trabajar junto a su amigo Pierre Dubois en la Parroquia de La Victoria, una de las poblaciones más emblemáticas en su lucha por la resistencia ante la represión de la dictadura. Allí, André destacó por su carisma bondadoso y alegre, haciéndose muy amigo de los niños y jóvenes del barrio, con los que trabajó arduamente para sacarlos de la drogadicción.
Durante los álgidos años 80, la represión policial dentro de los barrios más pobres de Chile era dura. Así lo sabían André y Pierre, y mientras este último participaba de las jornadas de resistencia desde las calles, interponiéndose ante las Fuerzas Especiales de Carabineros para impedir el ingreso a la población, el trabajo de André implicaba menos riesgos: permanecer con las mujeres y niños, ayudando en la atención de los heridos. En las protestas nacionales del 4 de septiembre de 1984, y caída la tarde, luego de enterarse de la muerte del joven Hernán Barrales -uno de los muchachos con los que trabajaba Jarlán-, el padre subió a su cuarto en la casa parroquial, ubicada en una esquina de la población para orar por el cese de la violencia.
Luego de los enfrentamientos, Pierre Dubois regresó también a casa, y al entrar a la habitación vio a su amigo André sentado en el escritorio. Su cuerpo, extrañamente, estaba inclinado sobre la mesa. Pierre pensó que dormía, y se acercó. La cabeza de André reposaba junto a la Biblia abierta. Tres delgados hilos de sangre emanaban desde la nuca hacia la boca. Un policía había disparado una ráfaga justo en la intersección de la capilla, matando al cura de los jóvenes de La Victoria.
“La bala no fue disparada contra André, pues no sabían que estaba en su pieza en este momento, pero sí contra quien la pudiese recibir. Así que André compartió plenamente la suerte de los pobres de este sector”, dijo días después su amigo y compañero Pierre Dubois.
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Joan Alsina, 31 años
Asesinado el 19 de septiembre de 1973 – Detenido Desaparecido
Asesinado el 19 de septiembre de 1973 – Detenido Desaparecido
Fue en su país natal, España, donde Joan Alsina se hizo sacerdote católico. A Chile llegó a vivir en enero de 1967, impulsado por su afán de la evangelización del pueblo obrero. Aquí, se hizo parte del Movimiento Obrero de Acción Católica. Fue párroco en el puerto de San Antonio y luego se mudó a Santiago para ejercer su sacerdocio en la parroquia San Ignacio de San Bernardo, trabajando además como jefe de personal en el Hospital San Juan de Dios, lugar en el que destacó por su espíritu de justicia e igualdad social, el que quedó en manifiesto cuando el 19 de septiembre de 1973 y, preocupado por la situación de los trabajadores del hospital, no se retiró del recinto pese al peligro de la dura represión en los primeros días de la dictadura.
Esa mañana los militares allanaron el lugar llevándose solamente a Juanito, como le decían sus amigos y compañeros. Fue trasladado al Instituto Barros Arana y, horas más tarde, conducido hasta el puente Bulnes del Río Mapocho para ser fusilado. Un joven soldado de 18 años, llamado Nelson Bañados fue quien debió ejecutarlo. Tiempo después, le confesó su crimen al sacerdote Miguel Jordá y luego ratificó su versión en el juicio por el crimen del padre: “Él sabía que lo íbamos a matar porque en el Barros Arana se lo habíamos comunicado. Al llegar al puente Bulnes, mi capitán frenó, y yo, como lo hacía con cada uno de los que fusilaba, me bajé, saqué a Juan del furgón y fui a vendarle los ojos, pero Juan me dijo: ‘Por favor no me pongas la venda, mátame de frente porque quiero verte para darte el perdón’. Yo le disparé la ráfaga y cayó al tiro. El impacto fue tan fuerte que volteó su cuerpo y prácticamente cayó solo al Mapocho. Yo tuve que darle un empujoncito nomás. Otros, a veces, caían al piso del puente y había que levantarlos y echarlos al río. Eran las diez de la noche y de este fusilamiento no me voy a olvidar nunca jamás”.
Y así fue; la única manera en la que Bañados logró olvidar aquel momento fue cuando, años más tarde y agobiado por el remordimiento, se suicidó. Hasta el día de hoy Juanito Alsina permanece como Detenido Desaparecido.
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Antonio Llidó, 38 años
Detenido en septiembre de 1974 – Detenido Desaparecido
Detenido en septiembre de 1974 – Detenido Desaparecido
El curita Antonio Llidó llegó desde España a trabajar a la parroquia de Quillota en julio de 1969, ciudad en la que participó activamente junto a la población más pobre de la ciudad, organizando vacaciones para niños de escasos recursos y protestando, por ejemplo, contra la construcción de un lujoso gimnasio para un colegio religioso. Su convicción por las causas sociales lo llevó a unirse a la Unidad Popular y, a mediados de 1971, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, donde fundó el colectivo “Cristianos por el Socialismo”, razón que impulsó al obispo de Valparaíso, Emilio Tagle, a darle un ultimatum ante su actitud revolucionaria: Si no regresaba a España perdía su sacerdocio. Antonio optó por lo segundo y se quedó en Chile.
Cuando sobrevino la dictadura, Llidó viajó a Santiago para participar en la resistencia desde la clandestinidad. A fines de septiembre de 1974, en aquellos oscuros meses en que todo el MIR estaba cayendo, fue detenido por la DINA y llevado al centro de exterminio José Domingo Cañas. En ese lugar recibió innumerables torturas que destrozaron su salud, incluyendo algunas de carácter sado-sexual que se le aplicaron cruelmente debido a su condición religiosa. Sin embargo, sus compañeros de prisión sobrevivientes coinciden en que a pese a su frágil estado, Antonio siempre tuvo palabras de amor y contención para los demás detenidos, ofreciendo misas para los presos, conteniendo sus dolores e incluso cantando en momentos en que todos parecían claudicar de angustia.
“El padre Antonio fue objeto de repetidas sesiones de interrogatorios, y cada vez volvía en peor estado físico, tenía grandes dificultades para moverse a consecuencia de los golpes y de la aplicación de electricidad en todo el cuerpo durante varias horas seguidas, pero a pesar del trato que recibía, mantuvo siempre una presencia de ánimo sorprendente y aún encontraba fuerzas para consolar a sus compañeros de celda, compartiendo también con ellos lo poco que tenían para comer” recuerda el prisionero Julio Laks Feller.
El 25 de octubre del mismo año, mientras se encontraba en el recinto de Cuatro Álamos, fue sacado con destino desconocido. Hasta el día de hoy, Antonio Llidó permanece como Detenido Desaparecido.
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Gerardo Poblete, 31 años
Asesinado el 21 de octubre de 1974 – Ejecutado
Asesinado el 21 de octubre de 1974 – Ejecutado
El padre Gerardo era uno de los curas salesianos del Colegio Don Bosco de Iquique, en donde ejercía como profesor de filosofía, destacándose por incentivar a sus estudiantes a desarrollar su capacidad reflexiva y crítica. Haber impedido una huelga contra el gobierno de Salvador Allende y haber sido visto usando binoculares, fueron las razones que otros religiosos del establecimiento consideraron suficientes para acusarlo a Carabineros, a semanas de haber estallado el golpe de Estado. El domingo 21 de octubre de 1973, la policía allanó su dormitorio, encontrándosele literatura de izquierda, por lo que fue llevado junto al profesor civil Ricardo Salgado a la prefectura de Carabineros, donde fue asesinado luego de una violenta sesión de tortura.
La policía atribuyó su deceso a una caída accidental que supuestamente habría tenido al momento de bajar del vehículo que lo llevó a la comisaría. Según ellos, el impacto de ese accidente habría originado su posterior muerte dentro del recinto. Pero la verdad, que sólo se comprobaría años más tarde, es que el padre falleció producto de las torturas realizadas, entre otros, por el prefecto de Carabineros Enzo Meniconi, quien además era apoderado del Colegio Don Bosco. Según el expediente judicial, Gerardo Poblete “fue interrogado usando golpes de pies, puños, culatazos y otros elementos contundentes, situación que en definitiva le produjeron la muerte”. “Tanto le pegaron al padre Poblete que les murió en el acto”, recuerda el docente Ricardo Salgado, apresado junto a él ese día.
Uno de los alumnos del cura Gerardo, Nicanor Herrera, de entonces 14 años, recuerda que al día siguiente de la detención y asesinato del padre, la noticia de su muerte fue comunicada a los estudiantes por el director del colegio, el padre Maximiano Ortúzar, quien le dijo a los adolescentes que se había tratado de una caída. Él mismo había sugerido a Carabineros inventar esta versión. Según Nicanor Herrera, el director Ortúzar “siempre fue un cobarde rastrero, priviligiador de su posición preferencial en esos años de inicio de la dictadura genocida” y que tanto éste como otros religiosos, callaron en complicidad: “Estos idiotas pensarían que los niñitos de entonces no crecerían, que no se educarían, que no entenderían lo que pasó”.
La investigación de la muerte del sacerdote señala, además, que un hombre atestiguó que días después de conocido el fallecimiento “accidental” de Poblete, un amigo carabinero, ahogado de culpas, le confesó que había “matado a un cura” y que mientras lo torturaba, este miraba al cielo diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esas fueron, probablemente, las últimas palabras de Gerardo Poblete.
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