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Vicente Hernández (21) viajaba desde Talagante los días de protestas, participando de forma pacífica, primero, y luego como miembro activo de la Primera Línea. Con una honda y un saco de bolitas se enfrentó a Carabineros, hasta que casi pierde la vida. El 18 de noviembre, a un costado del museo Violeta Parra, fue impactado con una lacrimógena en la cabeza. Quedó aturdido en el suelo y comenzó a convulsionar. Su cuerpo, tendido en el piso, fue recuperado por un grupo de encapuchados. Es primera vez que Hernández habla de lo sucedido aquel día y de su difícil proceso de recuperación.
*Este relato pertenece a uno de los testimonios publicados por Proyecto AMA (Archivo de Memoria Audiovisual), cuyo caso y otros puedes revisar acá.
Recuerdo que sólo sentí un golpe en la cabeza y caí desplomado al suelo. Que una persona que estaba a mi lado chocó conmigo y que en el momento en que me paré mi cuerpo no respondía. Que me agarraron dos personas y me cruzaron a un puesto de atención, donde me tomaron los signos vitales. Recuerdo que tenía sueño, que no escuchaba muy bien lo que me decían, que respondía incoherencias y que tenía el brazo ensangrentado. Luego llegó una ambulancia, me trasladaron al hospital, entré en una sala y me dormí.
Soy Vicente Hernández, vivo en Talagante, tengo 21 años y el 18 de noviembre sufrí un atentado de parte de carabineros cerca de la Plaza Dignidad, al lado del museo Violeta Parra.
Siempre tuve la certeza de que esto explotaría en algún momento. La indiferencia de la gente frente a los múltiples robos que hacía el Estado era algo que el algún momento el pueblo no iba a aguantar, tal como ocurrió con el alza del pasaje del transporte público, que fue la gota que rebasó el vaso. Después de ese momento, me sentí con la necesidad de ser parte de esto y manifestarme junto a miles de personas que salieron a las calles.
Al comienzo no fui a la primera línea. Mis primeras manifestaciones siempre fueron pacíficas, sin hacer nada. Pero cuando pasaron los días y la cantidad de carabineros que reprimían a las personas aumentó, la gente se empezó a sumar a la primera línea tal como me sumé yo, para que esto parara.
No recuerdo el día exacto cuando, por impotencia y rabia al ver como actuaban los carabineros frente al mismo pueblo chileno, empecé a encapucharme y a defenderme para crear presión social. Esas fueron las manifestaciones en las que mejor me sentí, donde creía que realmente estaba haciendo algo, donde de verdad estaba luchando, más que cantando, caceroleando o silbando.
En esos días bajé mucho de peso por estar en las marchas y no comer. Comencé a observar las tácticas de otros hermanos capucha y me fui armando de lo mío. Cada día con más ingenio. Empecé a ir con pantalones cortos, con zapatillas cómodas, antiparras y con mi capucha.
Los días que ya no podía tirar piedras -porque el brazo me dolía mucho-, nos armamos de sacos y los llenábamos con piedras y los íbamos a dejar a la primera línea. Era una forma de ayudar. Eso lo hice hasta que me llegaron entre cinco o seis perdigones en la guata y las piernas. Por suerte ninguno me atravesó.
Luego de eso, me armé de una honda y un saquito que saque de mi casa, al que le hice dos orificios y me lo pasé entre la cintura, para que no se me cayera. Lo llené de tiritos y comencé a luchar.
Cada día que pasaba cambiaba mi propia historia de lo que pensaba. Estando en Talagante, nunca había imaginado que la represión podía ser así. Entendí más de los capuchas, de la gente que te ayuda, los que te dan pancito, los que te abrazan e incluso los que lloran por todo lo que ha pasado. En la primera línea hay amor. No sé cómo explicarlo, pero somos parte de algo mayor que está ahí luchando. Las personas que dicen cosas de nosotros es porque nunca han estado allí y no han visto cómo nos ayudamos sin siquiera conocernos. Tal como me ayudaron a mí el 18 de noviembre, cuando me llegó la lacrimógena.
Al día siguiente, cuando desperté en el hospital pregunté qué tenía en la cabeza y ahí me explicaron lo que me había pasado. Siempre estuve acompañado por una amiga con la que iba a marchar. Al principio sabía que mi cuerpo no reaccionaba bien, me costaba hablar, pero luego comencé a mejorar. Recordaba casi todo y después de unos días, podía conversar mejor. Nunca tuve miedo a quedar con secuelas, porque siempre iba mejorando un poco más. Jugaba bachillerato, armaba puzzles y el cubo Rubick. Me enfocaba en jugar con algo que no había jugado. Siempre fui como de hacer cosas diferentes para mejorarme.
Entonces, sentí que mi recuperación fue rápida, que todo lo que no podía hacer, aún estaba en mi cabeza. Y, cuando ya estuve bien, me junté con la gente de los Derechos Humanos y hace algunas semanas fui a declarar. No lo hice antes porque me costaba decir lo que quería, pero todos quisieron ayudarme en ese sentido. Muchas personas que me sacaron fotos y que estuvieron ese día ahí, hablaron con mi familia para decirles lo que ellos vieron.
Ya se cumplieron tres meses de lo que pasó y siento que todo va a salir bien, que pronto aparecerá el carabinero que me disparó. Están los videos y las fotos donde se ve el número del casco. Me gustaría que de alguna forma él tenga alguna sanción, para que se de cuenta de que lo que hizo estuvo mal. Si alguien en la calle le hace esto a otra persona se va preso seguro, pero por tener el trajecito verde a ellos no les pasa nada.
Yo nunca sentí miedo por lo que estaba haciendo. Al ponerme ahí sabía lo que me podía pasar y con más fuerza iba, porque mis motivaciones eran apoyar a la gente para que el piquete no avanzara. Hay cosas que a mí no me afectan tanto como le afectan a otras personas, pero ahora son muchas las causas que hay. De mi parte, apoyo cada una de las demandas. Apoyo tanto las que me afectan a mí, como las que afectan a otras personas o amigos.
Publicado: 25.02.2020
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