CULTURA
"La piedra en el agua": documental revela a la tortura como una práctica habitual en Chile
por Marco Fajardo 19 febrero, 2020
Fue estrenado poco antes del estallido, pero es de gran actualidad en vista de los abusos policiales denunciados tras el 18 de octubre de 2019. La piedra en el agua, de Gabriel Huracán, revela que la tortura ha sido una práctica habitual y sistemática en Chile, que continuó tras la democracia.
La obra es parte de un trabajo de investigación que realiza actualmente el académico José Santos de la Universidad de Santiago, que antes dio origen a otro documental, Lugares desaparecidos, de Iván Iturriaga, sobre los lugares de exterminio de la dictadura, así como al libro Lugares espectrales.
"Tal como se deja claro en el documental, el tema de la tortura tiene una vigencia y una actualidad evidentes en el Chile de hoy", señaló Santos en una entrevista realizada con este medio en septiembre.
"Esto no solo se ha puesto en evidencia con los informes de especialistas que alertan al respecto, sino que también con las declaraciones de los organismos de Derechos Humanos que advierten que la tortura se sigue practicando en nuestro país. Tenemos múltiples denuncias todos los días en tribunales y eso es solo considerando los casos en que se llega a denunciar", recalcó.
Chile modificó su Código Penal para tipificar el delito de tortura recién en noviembre del año 2016, un cuarto de siglo tras el fin de la dictadura. Según un informe de un organismo de Derechos Humanos, la Casa Memoria José Domingo Cañas, hay un caso de tortura cada seis horas, y solo el 2% de los casos investigados concluye favorablemente para la víctima.
Tema no erradicado
Piedra en el agua: Tortura en Chile es un cortometraje documental que, mediante entrevistas a expertas y expertos sobre el tema, busca preguntarse cómo definir el fenómeno de la tortura y sus límites.
"Esta búsqueda nos hace notar que la tortura en Chile trasciende a la dictadura militar y nos ha acompañado en toda nuestra historia hasta hoy. Es un mecanismo que como sociedad no hemos podido erradicar del todo y ha formado nuestra identidad por medio de su pedagogía del dolor y el miedo", destacan sus realizadores.
Su título alude a que la tortura es como lanzar una piedra al agua y no saber qué tan profundo cae la ni que tan lejos llegan las ondas que produce. Realizado con el apoyo de distintas entidades de DDHH, el documental busca aportar a una mirada crítica de la cotidianidad chilena de la posdictadura.
Preguntas abiertas
Su director explica que el objetivo del documental fue abrir el concepto de tortura para poder entenderlo más allá de la dictadura, "comprender que ha existido desde siempre en nuestro país y, así como había antes de la dictadura, persiste también en nuestros días".
Uno de los testimonios que recoge el filme es de una víctima reciente, en democracia, que presenta su caso de forma anónima, junto a otros entrevistados que son activistas de la defensa de los Derechos Humanos, como Juana Aguilera (Comisión Ética contra la Tortura) y Marta Cisternas (Casa Memoria José Domingo Cañas), además del propio académico Santos.
¿En qué medida las acciones que hacemos están marcadas por un trauma colectivo como la tortura? ¿Acaso la naturalización de la violencia o el miedo a cambios sociales son algunos de esos efectos? Estas son algunas de las preguntas que plantea el documental.
Un caso cada seis horas
Según el informe "Impunidad, Derecho a la Protesta, Violencia Policial, Pueblos Indígenas y Políticas de Memoria" (2018) de la Casa Memoria, existe un promedio de 1.530 casos de torturas, tratos crueles, inhumanos o degradantes denunciados al año por responsabilidad de Carabineros, PDI y Gendarmería, de los cuales más del 99% queda en la impunidad. Es decir, un caso de tortura cada seis horas.
En este informe, las víctimas suelen ser mayormente las comunidades mapuches y el movimiento secundario.
En cuanto a los primeros, las torturas incluyen "desnudez forzada, amenaza de muerte con armas blancas y armas de fuego, amenaza de muerte a parientes cercanos, amago de quemar 'a lo bonzo', posiciones forzadas por periodos prolongados, amenaza y simulación de violación, amordazamiento, cautiverio en celda con excremento, cautiverio en celda sin cobijas, traslado de detenidos boca abajo sobre superficies con excremento animal, golpes de puños y golpes de pies estando las personas tendidas y amarradas en el suelo", entre otras.
En cuanto a los estudiantes, "niños, niñas y adolescentes (de 12 a 17 años) denuncian diversas formas de violencia sexual, así como desnudez forzada, golpes en genitales, ahorcamiento, asfixia con bolsas plásticas, amenazas de muerte, posiciones forzadas y trato vejatorio y denigrante, entre otros".
El informe también constata que la fuerza policial ingresa a colegios y liceos, aduciendo flagrancia, cometiendo múltiples vulneraciones de derechos con niños y niñas al interior de los establecimientos.
"En el último año, bajo la nueva ley que tipifica la tortura, se presentaron 1.940 denuncias en el Poder Judicial, de ellas, solo 26 casos (2%) tuvieron alguna salida judicial favorable a la víctima", agrega el informe.
Víctimas y victimarios
Santos destaca que las víctimas de la tortura hoy son sujetos pertenecientes a colectivos marginales o no hegemónicos: mujeres, indígenas (mapuches), quienes pertenecen a grupos sexualmente diversos, jóvenes, etc.
"La tortura se aplica preferentemente en nuestro país contra aquellos que son más vulnerables. Esto la transforma en una práctica doblemente repugnante: se trata de un grosero abuso de poder", enfatiza.
En cuanto a los victimarios son, en nuestro país, aquello que tienen el poder y abusan de él, agrega el académico.
"Quienes ejercen la tortura son, como lo ha sido siempre en Chile, los organismos del Estado. Como se ha mostrado insistentemente en los informes, son hoy las policías las que torturan sistemáticamente en nuestro país", advierte.
"En estas ramas existe una educación en el trato de personas detenidas", complementa Huracán, quien incluye entre los victimarios a los agentes que "hacen vista gorda y que permiten que se perpetúe".
"Más allá de eso creo que cualquier persona puede convertirse en un torturador si es entrenado para ello. No se debiera hablar de los torturadores como monstruos, sino como personas que quisieron educarse en el tema, que banalizan la tortura. Pensarlo así lo hace más real y más peligroso", indica.
Avances
Él rescata que se haya tipificado la tortura como delito, así como un avance en las tecnologías que permiten descubrir quién cometió un crimen, versus el método de confesión de épocas anteriores. También que el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) realice clases a las diferente ramas de las Fuerzas Armadas para prevenir el uso de tortura.
"Pero, sin duda, creo que para terminar con la tortura se tiene que partir por hablar de ella. Manuel Guerrero, en el lanzamiento del documental, planteaba esto: que luego de la dictadura mucha gente no quiso testificar sus casos de torturas porque pensaban que no eran tan graves en comparación con la persona de al lado que estuvo en la parrilla", dice.
"Creo que al ampliar el concepto y abordarlo como una acción transversal en la historia podemos comprender que siempre ha existido y que no desapareció de la nada en 1990. Al hablarlo se puede denunciar, exigir justicia y reeducarnos", señala.
Para Santos no es un asunto de fácil solución, pues se trata de una práctica profundamente arraigada en nuestra sociedad.
"Hay estudios que sitúan la tortura ya en tiempos de la Colonia y, como se ha dicho, continúa sin interrupción hasta hoy. Es por ello que no se trata de un problema que simplemente se solucione tomando algunas medidas. Habría que trabajar sistemática y profundamente en varios niveles para lograr algunos avances en esta materia: nivel político, nivel cultural, nivel educacional, nivel profesional", concluye.
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