Puede ser discutible que el COVID-19 se haya instalado en la humanidad en términos absolutamente azarosos pero lo que no lo es a estas alturas de su desarrollo, es que a pesar de todos sus alcances en salubridad pública y sus efectos a nivel de la economía, haya terminado transformándose en un tema eminentemente político.
Sin ir más lejos es clave en la “solución” del contagio el comportamiento de la población para mantener y adecuarse a las recomendaciones de la autoridad sanitaria. Frente a esto también es un hecho, que son aquellos países donde la institucionalidad política tiene una mayor densidad y se muestra un control estricto y/o alta conciencia cívica, donde la situación ha sido manejada en forma más efectiva. En esto, incluso los científicos han tenido un rol protagónico.
En nuestro país, por su parte, más allá de lo desalineado que está la sociedad con las instituciones políticas, las medidas que ha ido tomando la autoridad tienen poca adhesión popular, excepto en algunos sectores de clase alta o media alta, donde se supone que se originó el contagio.
El estallido social de octubre del año 2019, no hace sino generar una dificultad adicional, pues es evidente que las demandas allí planteadas no han sido resueltas y más aún, lo que se aprobó y legisló como una suerte de salida orgánica del conflicto, rápidamente fue cuestionado y parlamentarios de gobierno han realizado un intensa campaña para quitarle el piso al plebiscito que debería conducir a una nueva constitución y por ende a un nuevo pacto social que dé garantías de un cambio significativo en las reglas del juego y así evitar los abusos de los poderes fácticos que han transformado la política en una suerte de botín que se autogenera de forma endogámica.
Hoy en día es claro que las decisiones tomadas por el ejecutivo persiguen algo más que resolver la pandemia. Donde mayor evidencia hay es en el campo económico donde las soluciones surgen como un cuentagotas dejando espacio para mantener el control de la población y por esa vía ganar el tiempo necesario para fines electorales, ya que estamos precisamente antes definiciones relevantes como las próximas elecciones de alcaldes, gobernadores, el plebiscito constitucional y luego las presidenciales.
Las encuestas muestran precisamente que son los alcaldes de gobierno los mejor evaluados en cuánto a la gestión de la pandemia y esto sin duda alguna, apoyado por los medios de comunicación televisivos que han hecho gala de una falta de ecuanimidad que raya en la censura. Frente a esta situación tan evidente, con asombro, el ciudadano medio se pregunta acerca de la ausencia de la oposición, que si tuviese un mínimo de humildad y compromiso con sus afanes humanistas debiera haber depuesto sus “legítimas diferencias” y haber generado un sólido bloque en apoyo a la gente y sus necesidades. Frente a esto, han surgido organizaciones de profesionales como el Foro para el Desarrollo Justo y Sustentable, que intenta proponer alternativas económicas y financieras más allá del dogmatismo neoliberal del gobierno.
Se ha llegado incluso a calificar al ministro Briones de faltar a la verdad al decir que los recursos existentes no permiten un mayor desembolso que lo ofrecido. Es entonces difícil imaginar cómo mantener a la gente más desposeída en sus casas puesto que tienen que salir a complementar sus ingresos. Siendo así la pandemia no tiene cómo ser controlada.
Carl Smith, el gran filósofo alemán sostiene que lo político se da en la dualidad amigo y enemigo, fórmula que se evidencia a pesar de todos los llamados del Presidente a la unidad nacional, para combatir los flagelos que azotan nuestro país. En realidad este ha ido siguiendo las lecciones de Maquiavelo en espera que la tan ansiada popularidad suba y pueda terminar su gobierno.
Las apuestas que está haciendo el gobierno como cualquier especulador juegan al límite, pero en este caso las implicancias son vidas humanas. La realpolitik termina por imponerse y es muy posible que las soluciones no surjan de la clase política tradicional que ha dado muestra de ceguera y tozudez y una falta de empatía generalizada para resolver problemas sociales acuciantes, acumulados durante varios años como en una olla a presión.
El riesgo de que la política en su concepción más elevada no se haga cargo de la crisis global y de nuestro país, genera un manto de incertidumbre extraordinario, perjudicial para los fundamentos de la comunidad humana. Tal como dice Paul Samuelson, un sistema neoliberal no es factible en una sociedad democrática.
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