Produce hartazgo el que constantemente comunicadores repitan como loros las ideas que emanan desde el gobierno, desde el poder y desde la abusiva creatividad comunicacional periodística, sobre todo presente y reinante en la nueva vida matinal. Uno podría pensar que las líneas editoriales de cada programa o comunicación tienen una responsabilidad, pero también podríamos pensar que obedecen o tienen compromisos. ¿Le tributan a alguien o a algo en particular? ¿Qué tipo de imágenes, temas, “cuñas” deben poner en pantalla? ¿Cuál es el lenguaje, las palabras o los conceptos que deben repetir ellos y sus invitados?
Impresiona además ver a un número sin fin de políticos voluntariosos en tv cuando todos están próximos a ser elegidos por votación popular. En esa dinámica desde hace un par de semanas aparece en cada conversación o análisis la idea aceptada de que la pobreza es una pandemia. La definición de pandemia es muy clara, esta dice: “Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región”. Si miramos nuestra realidad local hacia atrás, podríamos decir que en un poco más de 200 años, los que dominan todo el tablero han tenido apenas pequeñas variaciones, pero para nada significativas. El demonio se ha transmitido de generación en generación, y pasa además que ese dominio es un grupo bastante acotado, bastará para cerciorarse de ello – más allá de subjetividades – cualquier informe del PNUD disponible desde cuando lo decidió medir. En ese contexto, la pobreza siempre ha sido calificada no como pandemia, sino que siempre se la ha tratado como una enfermedad, y ello ocurre por parte de los mismos que el día de hoy tienen buena parte de las líneas editoriales a su disposición. Así, es normal que una persona con poder y privilegio establezca una diferencia ente la “sociedad” y lo “social”. Ahora bien, ¿Qué diablos es eso de los social que a cada rato mencionan?. Más de una vez al día me toca, leer, ver o escuchar cosas como: “Siempre me ha interesado lo social”. “Conozco muy bien lo social”. “He trabajado mucho tiempo en lo social”. “Hay que dar un giro hacia lo social” y podría seguir interminablemente. Aquellas personas que se refieren así se expresan de esa manera porque siempre se han visto como afuera de lo que para ellos es “lo social”. Lo apuntan como una cosa, lo cosifican, lo terminan por categorizar y estigmatizar. Como siempre lo han visto desde afuera, lo ven como una patología que al verla in situ, la ven y literalmente ponen cara de sufrimiento, como si ya la hubieran ensayado previamente en alguna reunión de pauta. La gente que es pobre y que se – o, la – expone, lo es en gran medida por las decisiones que día a día toman (incluso por omisión) los que justamente arrugan la cara en un contacto de frente en directo. De pobres pasan a ser “pobrecitos” que sufren este drama de “lo social” que padecen, como si mágicamente tuvieran ese padecimiento, o como si lo hayan adquirido como un contagio pandémico. Una insensibilidad hipócrita consciente de marca mayor.
No hay que confundirse. “Lo social” no existe, “social” si existe y quiere decir: “De la sociedad humana y de lo que ocurre con ella”. Por lo tanto, “Sociedad” quiere decir las relaciones que se dan entre ellas con un cierto grado de organización, por ejemplo, en una cultura determinada. Cuando se menciona “lo social” se banaliza y caricaturiza el constante abandono que sufren millones en este país no producto de una pandemia, sino de una profunda estructura herida desigual que se viene perpetuando por siglos y que tuvo su “no más” en el estallido de octubre pasado, que fue una revelación contra justamente, en gran medida, contra aquellos que con liviandad se refieren a “lo social”.
“Lo social” y el mensaje: “la pobreza; la otra pandemia” es aberrante e indigno. Terminemos con el escándalo, demos la posibilidad real que tiene cada ser humano viviente en esta tierra para que tenga un mínimo de dignidad y no sea fruto de mendigueos, de caracterizaciones absurdas y de lenguajes y nombres que lo único que hace es hundirlos más en su angustia.
Tenemos una gran oportunidad por delante no sigamos embarrándola o para no caer en lo que el gran Armando Uribe decía: “…la tontera es infinita. No paramos nunca de hacerla, incluso cuando pensamos que no hacemos tonteras, ya estamos haciéndolas…” o mejor dicho, simplemente dejemos de ser tan irresponsables, dejemos de poner cara de idiotas, o dejemos de crear conceptualizaciones convenientes que nos libren de polvo y paja.
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