Me han preguntado sobre el tema Blumel et al, respondo por acá: Solo me animo a decir que mis muertos de ayer no son más importantes que los muertos de hoy; que mis familiares presos políticos de ayer no valen más que los presos políticos de hoy; que nuestros cuerpos torturados de ayer no tienen más significado que los violentados de hoy; que cuando decimos Justicia Nada Más Ni Nada Menos, lo hacemos por la totalidad de los/as luchadores sociales y víctimas, y no por una comunidad cerrada de casos, sino por cada persona y colectivo que ha sufrido el terrorismo de Estado ayer y hoy; que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles y no amnistiables, y quienes tienen responsabilidad directa, en la ejecución pero también en la línea de mando, uniformada y civil, policial y política, deben ser sometidos a investigación, enjuiciados y castigados por sus delitos y crímenes, hoy como ayer.
Aprovecho de decir que detesto el mote de “caso emblemático”, que ello constituye un agravio para cada uno/a y para el conjunto de luchadores/as violentados/as y las víctimas del terrorismo de Estado. Ninguno vale más que otro, todos/as requieren ser reconocidos/as y sus causas levantadas con igual fuerza y convicción.
Aprovecho también de manifestar -aunque resulte obvio para quienes me conocen- que el ser hijo de ejecutado político no me hace especial, ni me otorga un valor agregado por sobre nadie. Detesto la victimización, y aunque la puedo comprender y explicar como fenómeno psicosocial, me parece dañina para las personas y colectivos, y políticamente estéril y reaccionaria. Creo y valoro la autonomía de las personas, así como la dinámica del apoyo mutuo y el avanzar colectivamente hacia mayores espacios de realización personal y social, desde procesos de lucha y construcción personales al tiempo que colectivos.
Mi historia sin duda implica una marca en mi existencia -como para todo el mundo la suya-, pero no determina ni me agoto en ella. Lo que cada uno/a haga de su vida es parte de su esfera de opciones y recibe el apoyo o la crítica en virtud de decisiones propias. No hago juicios de valor por el “linaje” del que provenga cada quien, sino por las decisiones que cada uno toma en cada contingencia. Desde aquellas decisiones reconozco a quienes considero afectiva y políticamente cercanos, a quienes me resultan distantes, y en el límite, adversarios. Entiendo que así se ha de evaluar mi acción política también, por la coherencia o no de la trayectoria propia -no por ser hijo/a de X o Z-, teniendo cada uno/a desde luego el derecho a cambiar, para lo cual imagino que cada quien puede dar razones de sus decisiones y asume -libre- las consecuencias de las mismas. En lo que hacemos está lo que somos.
Y en esta coyuntura específica, desde hace mucho escogí estar del lado de los jóvenes de la revuelta, de los mapuche en lucha, de las regiones movilizadas, de quienes hacen esfuerzos por organizarse y cambiar el estado de cosas existente desde los espacios democrático-populares, lo que me ubica en una posición de alerta crítica y denuncia de toda acción del Estado chileno, los gobiernos y los actores políticos de turno cuando criminalizan la protesta social y toda disidencia, pasando a llevar los derechos humanos de las personas y colectivos. Lo hago desde mi rol de profesor e investigador, desde el ámbito de mi trabajo formativo y de generación de conocimiento, así como de denuncia en cada espacio al que tengo acceso.
Respecto del caso Blumel, entonces, exijo la libertad inmediata de los presos de la revuelta; juicio y castigo a quienes han violado los derechos humanos de ayer y de hoy, así como reparación y reconocimiento para quienes se movilizaron e hicieron posible que Chile recuperara, como pueblo, su dignidad.
Es mi posición, que no busca originalidad.
Allá otros/as que tengan otras.
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