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jueves, 10 de noviembre de 2022

OPINIÓN

 

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Reparar las fracturas

por  10 noviembre, 2022

Reparar las fracturas
Nuestra naturaleza es tapar no con tela de oro sino con tierra y discursos las heridas que llevamos a cuesta tanto tiempo como país, como sociedad, como familia, como personas. Y es tan fuerte esta naturaleza que son más castigados el recuerdo y la memoria que los crímenes originales. Y así se han ido creando y manteniendo fracturas que son prácticamente imposibles de cerrar para seguir adelante. Y seguir adelante es más urgente que nunca en las circunstancias históricas, políticas, sociales y económicas en que nos encontramos.

El kintsugi es una técnica milenaria de Japón que consiste en reparar las piezas de cerámica rotas y que ha acabado convirtiéndose en una filosofía de vida. Frente a las adversidades y errores, hay que saber recuperarse y sobrellevar las cicatrices. Es un arte, el de reparar lo roto. Sus maestros utilizan polvo de oro para unir fragmentos y crear obras de arte;

"Así que, en lugar de disimular las líneas de rotura, las piezas tratadas con este método exhiben las heridas de su pasado, con lo que adquieren una nueva vida. Se vuelven únicas y, por lo tanto, ganan en belleza y hondura. Se da el caso de que algunos objetos tratados con el método tradicional del kintsugi –también conocido como “carpintería de oro”– han llegado a ser más preciados que antes de romperse."

La filosofía del kintsugi no consiste en buscar la perfección, sino en hallar la belleza en nuestros defectos; en sanar y hallar la plenitud

¿Cómo adoptar la mirada del kintsugi para una sociedad? ¿Cómo aceptar fracasos, errores y horrores para recomponerse? ¿Cómo darle valor a lo que ha causado dolor y nos recuerda nuestra permanente imperfección? ¿Cómo reunir tanto valor para mirarse al espejo de la verdad?

Chile es un país cubierto de cicatrices, y muy lejos de la sabiduría del kintsugi. Más que valorar y reparar, más que asumir el pasado y sus fracturas, el ethos nacional transita por la vertiente del olvido, el desistimiento y del  reemplazo de la incomodidad de la historia y sus heridas por un vendaje sobre los ojos o por el camino de lo que podríamos denominar una cirugía estética social.

Nuestra naturaleza es tapar no con tela de oro sino con tierra y discursos las heridas que llevamos a cuesta tanto tiempo como país, como sociedad, como familia, como personas. Y es tan fuerte esta naturaleza que son más castigados el recuerdo y la memoria que los crímenes originales. Y así se han ido creando y manteniendo fracturas que son prácticamente imposibles de cerrar para seguir adelante. Y seguir adelante es más urgente que nunca en las circunstancias históricas, políticas, sociales y económicas en que nos encontramos.

Se requiere una entrega y una paciencia generosas, una mirada de largo plazo que la política partidaria y su constante guerra de guerrillas no permiten. Se requiere de sabios o maestros de la tribu que no vemos o no entendemos, o aún no han aparecido o conectado con las necesidades de ver caminos de progreso humano y social de la comunidad. Entender y trabajar las fracturas para transformarlas de heridas a aprendizaje. Pasar desde signos de debilidad a oportunidades de crecimiento. ¿Cómo capitalizarlas para sumar fuerza y unión frente a las inevitables roturas futuras en la vida de una sociedad?



Necesitamos esta energía, arte y visión. Nos enseña el secreto de la fuerza interior, una fuerza interior que debemos encontrar como país. Esa que puede ayudarnos a superar tiempos difíciles y nos permita construir nuevas vidas tras caídas y derrotas; vidas más valiosas y auténticas que las que teníamos antes. Una sociedad más valiosa y auténtica para todos. Cuánta “carpintería de oro” necesitan nuestra política y nuestra sociedad.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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