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lunes, 19 de diciembre de 2022

OPINIÓN Los militares y sus espumantes

     

Las deudas de la memoria en la historia chilena siempre estarán en el cordel de los tiempos.

Manuel Rodríguez, sabemos de su asesinato pero no conocemos el lugar donde están sus restos. Extraño que suceda en un país donde el mundo militar es extremadamente cuidadoso para esconder sus crímenes, jamás aportar antecedentes a la justicia, salvar a sus criminales y convertirlos en héroes de batallas jamás sucedidas.

Manuel es el héroe al que más se le agradece en su lucha contra la monarquía española, su audacia, su compromiso, la valentía en el más amplio sentido de la palabra como para merecer una estatua, y estar en todos los libros de historia para siempre.

Constituye un imperativo histórico conocer el lugar donde fueron a esconder a Manuel y quienes lo hicieron, aquellos no irán a Punta Peuco pero se hace necesario conocer la historia. Los países que niegan y esconden su pasado tienen los pies de barro, son pobres pero no caducan. Aunque parezca extraño no tienen fecha de vencimiento.

Los militares chilenos jamás han sido neutrales, siempre la política camina con ellos entre cuarteles y regimientos. Militares clasistas sostenedores de la desigualdad, casino para oficiales con mejor comida que la tropa, casas para oficiales que tiene más metros cuadrados que las que vive el cabo que hace el rancho para los que vienen después con menos estrellas en la solapa.

Y que está para conocimiento público.

Allá por la década de los sesenta Chile compró un barco a Suecia para modernizar la flota y alegría de almirantes y la comparsa. Cuando llegaron a Suecia se encontraron que el barco tenía un solo dormitorio que era utilizado por oficiales y el resto de la marinería. No se explicaban la razón de un solo comedor para todos y el mismo rancho. Despegó el barco aquel del país rumbo a Valparaíso. Lo primero que hicieron fue separar el dormitorio en dos, hacer dos comedores y después seguir cantando brazas a ceñir.

Se comenta que los marinos chilenos dijeron que por algo no se parecían a los suecos, somos mejores que ellos firmaron. Tienen barcos grandes y bonitos pero no han ganado ninguna batalla.

Lo complicado en este asunto es que a los marinos y los que marchan al compás de música militar  se les entregó el poder de las armas para defender al país y los que habitan el territorio de cualquier ataque extranjero, y como es de público conocimiento hace ya más de cien años que no hacen uso de aquel derecho a la defensa. Posiblemente sea porque los gobiernos han elevado su nivel de conocimiento y diálogo con lo que también superaron el primer nivel de primates. Eso debe finalmente alegrarnos.

Pero los militares están, existen, se les paga muy bien por un eufemismo.

Los uniformados siempre han mantenido una relación incestuosa con el mundo político de la derecha desde mucho antes del general Viaux. Conocidos son los ruidos de sables, también los arrebatos en los cuarteles como el del coronel Souper, aunque en este caso fue una maniobra preparatoria para lo que sucedió algunos meses después. De patriotas nada.

Tantos generales que fueron y sin duda los hay en la actualidad agentes de la CIA y que reciben doble paga. La trama para asesinar al comandante en jefe René Schneider se fraguó entre generales con norteamericanos y la derecha golpista, esos que son los progenitores de la UDI/RN/EVOPOLI/PDC. El capitán Araya asesinado por Patria y Libertad. De respeto nada.

Recordemos lo que se dijo el día 5 de diciembre en el patio de honor de la escuela naval Arturo Prat. No estaba sólo aquel oficial y como suele suceder en estos eventos se dicen cosas. Posiblemente para que sean largos temas de conversación en sus exclusivos clubes de buena comida y elevada calidad en los bebestibles.

Juan Andrés de la Maza que se inició de grumete y llego al almirantazgo expresó que “ya basta, no toleraremos que se mancille nuestra historia”. Aquí este hombre perdió los cabales. Nadie más que los chilenos reconocemos a Arturo Prat como un extraordinario valiente, que fue abogado trabajando una tesis de cómo mejorar el sistema electoral en Chile, y que además era profesor en una escuela nocturna.

Debe saber este iniciado grumete que hasta el combate naval de Iquique la inmensa mayoría de chilenos no se sentía motivada del patriotismo que él expresa efusivamente. La guerra estaba sucediendo en el norte, a la capital llegaban sencillamente las noticias y con retraso. Muy lejos se encontraban los chilotes que fueron obligados a participar como enganchados para ir a defender los intereses de Gildemeister, Gibbs y compañía, a Tomas North, los capitales ingleses y los accionistas chilenos en las empresas del salitre. Bastante estrecha y limitada es la memoria naval.

Está en la historia de la marina chilena lo sucedido en el Lebu al que convirtieron en un centro de detención y tortura, o en La Esmeralda cuando sacrificaron al sacerdote Miguel Woodward. Que desfachatez para enrostrar su miserable dignidad y precario oficio. Que poco valor sostener que el maltrato a ciudadanos es colocarse una medalla en el pecho.

Pero hay algo que debemos y dejar constancia.

Son aquellos marineros que denunciaron como la oficialidad algunos meses antes del golpe militar conspiraban entre todos los barcos. Recordar al Agustín, al sargento Cárdenas, a Ernesto Zuñiga junto a otros que fueron torturados por sus propios compañeros sencillamente por haber mantenido un gesto tan noble de dignidad frente a Chile. Muchos de aquellos posteriormente salieron al exilio pero tozudamente ingresaron clandestinos a la patria para combatir por la libertad. Debe saber el almirantazgo que nadie está olvidado aunque no sean nombrados en los patios de la armada.

La oligarquía chilena habita y está presente en la marina, son lo más rancio de un segmento que se esconde entre veleros y música militar que finalmente dieron cobijó a torturadores y saludan efusivamente a sus compinches que se encuentra en Punta Peuco.

Y en toda esta historia la actual Ministra de Defensa no dice nada, ni siquiera un pequeño comentario para explicar los elevados gastos en el consumo de alcohol y espumantes de todo tipo entre uniformados. Usted Ministra no ha hecho nada.

Pidamos al señor de la pampa que no tengamos una guerra.

 

Por Pablo Varas

 

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