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lunes, 19 de diciembre de 2022

OPINIÓN POLÍTICA El gobierno de Gabriel Boric Font y la devastación de los sueños

    

Me impresiona y desploma el ánimo ser testigo de los efectos del solipsismo posmoderno que abre fantasmas de nodos, que no son más que abstracciones que nos giran como pirinolas sobre la aguja de la sola- existencia- sola.

Hemos ido perdiendo paso a paso el sentido del otro en profundidad y ese otro de los otros que somos cada uno, no encuentra sustento, no halla refugio.

Qué situación más conveniente para algunos. Tan conveniente para los poderes fácticos hegemónicos, que junto a científicos sociales a su servicio, hacen esfuerzos en monopolizar los canales de información de masas, para construir una desconfianza sin precedentes que contribuye a nuestra soledad tan sola, como decía nuestro querido Pablo.

Se nos refuerza cada día la construcción de una desconfianza en el vecino, que entra a tu casa, y avanza hasta tu cama y se mete detrás de tus párpados.

Nadie es de fiar. No hay razón ni voluntad para asociarnos. Mejor seguir solos en nuestra soledad tan sola. Solos, puertas adentro, al tiempo que aquello de que el lenguaje construye realidad, deja de tener sentido periférico e invierte hoy la razón dialéctica que dominó la construcción de la historia, y a contrapelo, subvierte la relación del sujeto y lo real, en lo que hasta el siglo pasado no fue más que una ficción del egocentrismo cultural de la expansión ideológica imperialista.

Parte de este mismo juego de estrategia de dominación de las conciencias, es esta fórmula que instalara el discurso que anunciaba el derrumbe de nuestros sueños posibles, para anclar la vida en los límites de otros sueños, a saber, aquel de la normativa oficial y su determinante potestad: “la política en la medida de lo posible” (que en rigor no es más que carne de una tautología, en tanto lo político siempre versa sobre la posibilidad) se instala como una suerte de falsa fuerza determinante de la historia, en donde la posibilidad es el escenario dado y este escenario es aquel que define la tradición de los poderes ideológicos dominantes. Léase entonces “la política en el margen de las posibilidades que el sistema legitima y otorga a través de su marco normativo”

 

Cuando abandonas tus sueños, te determinas a vivir el sueño de otros. Esto es válido tanto en el fuero personal, como colectivo. Y téngase presente que a la realización política, siempre le antecede un sueño.

 

Es triste ver cómo un gobierno que entró con bríos de juventud renovadora y promoviendo esperanzas de restauración, más allá de sus razones estrictamente etarias, refiriendo a una nueva forma y fondo de la política, se ha ido envejeciendo y toma los tonos grises de un conservadurismo enchulado, pero que se ventanea y se pinta como progresismo anclado al vanguardismo del siglo XXI. ¿Es ésta acaso la cuarta temporada de Borgen, serie del catálogo de Netflix).

La historia me puso una papeleta –y posiblemente a usted también- con la disyuntiva de optar por un republicano evidentemente retrógrado y peligroso o por un socialdemócrata cuyo acento político aún era una incógnita. Opté por el joven Gabriel. Siendo yo un crítico de las señales que Boric entregó durante las tensiones de 2019 y durante el desenlace de ellas en el estallido social, voté por él, con la conciencia clara de que lo que necesitábamos era un espacio menos desfavorable para avanzar hacia un cambio constitucional. Eso –en mi fuero interno- definía el 4 de septiembre de 2022 como la fecha en que rompería el silencio en función de ejercer la crítica necesaria a su gestión, que se hacía anunciar muy probablemente, dado los antecedentes de sus actos y declaraciones. Ese 4 de septiembre tardó infinitamente en llegar, porque al poco andar de su mandato, ya me arriscó más de una vez la nariz.

El presidente Gabriel Boric Font se ha transformado, no en el presidente de “todos los chilenos”, como la derecha socarronamente le exige  que sea. Se va transformando en el presidente de ese concepto de chileno y ese concepto de Chile que tiene precisamente la derecha, que nunca ha sido intérprete de las grandes mayorías nacionales.

Por supuesto que este es un gobierno en su conjunto, más que de un sujeto en particular, y esto es peor aún. Pero el presidente es la imagen que cristaliza al gobierno y tiene poderes que de algún modo definen líneas de acción. Pero en este caso, las líneas de acción reservadas para el ejercicio del “liderazgo”, empujan sin pudor –desde el acto o la omisión gubernamental –  hacia la peor de las herencias concertacionistas.

El gobierno de Apruebo [Dignidad] se ha ido transformando rápidamente en un observante riguroso del catecismo Aylwiniano de la política “en la medida de lo posible”, en esa acepción ya explicada anteriormente. Se ha ido mostrando, sin discurso y con absoluta falta de liderazgo popular y actuando solo en los intersticios que los colosos del poder de siempre le dejan para “recovequear” inocuamente el poder que no es capaz de disputar.

Ya nos acostumbramos a un gobierno que pide permiso a sus patrones y pide disculpas por cada asomo de independencia inconsistente.

No se construye nada importante, nada de fondo hacia las transformaciones esperadas. Solo se administra lo que todos han administrado y sus declaraciones y actos no salen de esa “medida de lo posible”, determinado por la cancha oficial del modelo imperante y por la falta de convicción de que los cambios no son programas electorales grandilocuentes, los cambios son transformaciones de la realidad a la que refiere o refirió el discurso.

Y vuelvo al comienzo. Me abruma el ánimo el ver que no solo el presidente, no solo el gobierno y sus partidos de coalición, sino muchos chilenos comunes han comprado esa acepción Aylwinista de la sentencia ya enunciada y carente de sueños propios.

 

Por Marcos Uribe Andrade

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