Son muchas cosas las que ocurren y cuesta producir síntesis. El fascismo –porque ese nombre merece esta tendencia actual de masas dirigidas desde el consenso de la política– crece lento pero seguro en la normalidad del país. Son muchos procesos, ocurriendo mezclados en los mismos nodos sociales, en las mismas personas incluso. A veces sus gestores parecen inconscientes, otras inocentes, otras simplemente subordinados o traidores. El arco es terrible y parece copar todas las clases. Un ánimo termidoriano, sin dudas, pero más allá. Una inversión del signo en el reformismo mesocrático, de progresistas a autoritarios.
I.
La semana que recién termina, el Gobierno y Carabineros decidió que las patrullas policiales volverían a utilizar subametralladoras Uzi[1]. ¿Cómo fue que salieron las Uzi de los vehículos policiales y en general de los patrullajes en las calles? Es una historia propia del viejo chiste del sillón de Don Otto, pero en una versión que incluye la banalidad del mal y la brutalidad policíaca. En 2011, los días 25 y 26 de agosto, la CUT convocó a un paro nacional[2]. La jornada fue seguida principalmente por disturbios en las principales ciudades del país. En la noche del día 25, el adolescente Manuel Gutiérrez salió junto a su hermano, en silla de ruedas, a mirar las barricadas en una pasarela cerca de su casa en la parte norte de la comuna de Macul. Un vehículo policial que vigilaba la zona de disturbios, se detuvo frente a donde estaban los hermanos Gutiérrez y, según el abogado de la familia, un oficial de Carabineros de apellido Millacura con una Uzi en la mano, “se bajó del vehículo policial y disparó de inmediato hacia la pasarela. Él no se bajó a repeler un ataque, se bajó directamente a atacar”[3]. Manuel Gutiérrez, de 16 años, murió. Ante el crimen Millacura fue desvinculado. Pero no pasó un solo día en la cárcel, pues fue juzgado por la muy benevolente Justicia Militar. Peor todavía, la institución policial, lejos de emprender revisiones del comportamiento de los funcionarios o reformas sobre el uso de armamento contra civiles inocentes y desarmados -niños, en ese caso-, decidió, como don Otto que vendió el sillón en donde le fue infiel su esposa, suspender el uso de la subametralladora Uzi.
En ese entonces se vio que el problema de Carabineros a la hora de hacer su trabajo, no era la contención o el miedo o quizás qué otro impedimento subjetivo imaginario, cuando debía usar el armamento. Al revés, era la incontinencia terrorista, la banalidad con los disparos a la bandada en días de protesta, una mortal tradición de Carabineros y que ha costado centenares de víctimas en la historia de la institución policial. Resulta perturbador e ilustrativo que el carabinero Millacura dijera en su defensa que esa noche no disparó a los jóvenes, sino que “al aire”[4]. Es decir, consideró del todo normal disparar una subametralladora al aire en barrios residenciales, como si eso no fuese lisa y llanamente terrorismo.
II.
El problema de Carabineros entonces no es uno de contención en el uso del armamento. Se está más cerca de acertar cuando se apunta a que los policías, o no saben disparar, o tienen temor de un enfrentamiento a tiros, o bien, no saben controlarse en situaciones de crisis con las armas en la mano. Eso es peligroso pues, como se ha demostrado de sobra en la historia reciente de Chile, Carabineros es eficaz disparando a secretarias que retornan a su hogar, jóvenes populares desarmados, o niños en sillas de ruedas, pero desaparece de escena cuando se trata de narcotraficantes armados. O peor, escolta sus cortejos como siempre lo hacen con cualquier caravana de ricos, legales o ilegales. Tal vez el problema siempre fue la violencia policial, su descontrol y no la subametralladora de don Otto. Tal vez es su cultura del abuso al débil y evasiva del enfrentamiento a la delincuencia realmente peligrosa, armada.
Tal vez, más allá, es posible elucubrar siendo leal a los hechos históricos y sin mucho temor a equivocarnos, que el problema siempre ha sido que Carabineros tiene un rol político estratégico en el orden social en Chile, y no es evitar el delito, sino mantener ese orden. Lo de perseguir criminales legitima que puedan ejercer su rol político. Porque, y aunque se asume con la misma facilidad que luego se (hace como que se) olvida, Carabineros es una institución militante, en un anticomunismo primario, básico. Algo así como una cultura de guardián de hacienda esclavista, una fuerza armada cazadora de peones sueltos, de rotos vagabundos e indios insurrectos. Y sí, con demasiadas décadas preocupada de perseguir a los enemigos políticos del orden pinochetista como para redefinir su cultura institucional. Es ridículo decirlo, pero Carabineros ha perseguido, atacado, torturado o asesinado a las organizaciones o militantes de las clases propietarias. Con los ricos, con la derecha, Carabineros no se mete. Carabineros no se baja de sus autos a disparar a los peatones del barrio alto. Eso no ocurre jamás. Siempre su terrorismo ha sido contra la militancia de izquierda, contra la juventud popular y las organizaciones disidentes del orden social en Chile.
Un país sin ningún otro faro de cordura y sensatez al que afirmarse, pues el neoliberalismo y la Concertación soltaron toda presencia del Estado en las poblaciones que no fuesen consultorios o comisarías. Y un Gobierno que asume todo eso como naturaleza, tal vez como tragedia, pero nunca como el país que debe cambiar. Se abren tiempos horribles, y los que debían defendernos ofician hoy de parteros de la morbosa nueva era.
III.
Ahora, en abril de 2023, el Gobierno y Carabineros han determinado que los funcionarios policiales deben volver a utilizar las subametralladoras Uzi en los patrullajes. Si en 2011 buscaron evitar la violencia policial escondiendo las armas, ahora creen resolver la ineficacia policial reponiendo su uso. Si Carabineros tiene un problema con el uso de sus armas, difícilmente se resuelve con un tipo específico de arma. Menos todavía con un arma muy obsoleta. Pero así y todo, el problema es profundo, y es la putrefacción institucional, su descomposición como herramienta de orden y paz.
¿Qué nos permite observar, entonces y si no es una búsqueda por mayor eficacia policial, la reposición de las Uzi? Por supuesto, está la necesidad de demostrar que hay un apoyo a un mayor poder de fuego de Carabineros en tiempos en que se asume que el crimen organizado también ha aumentado la capacidad de su armamento. Pero hay algo más en el hecho que el Gobierno use esta medida como propaganda. A modo de hipótesis, es posible plantear que se busca expresar un consenso, político, de masas, y que se asienta en el acuerdo entre el gran empresariado y las clases medias que están en la base de este gobierno. Se busca un uso policial político, en que Carabineros –y la PDI, y el Ejército y, en fin, el Estado en su conjunto– castigue y amedrente “al enemigo”: el campo popular descontrolado, más que hacer justicia respecto de los delitos. Es un pacto sostenido en un ánimo generalizado y que es explícitamente violentista, terrorista, ofensivo, disfrazado de venganza pero que es algo más. Por un lado, el deseo de que cabalgue de nuevo el patrón y se produzca un momento pinochetista, que se restaure la hacienda o, en su forma moderna y anticomunista, la dictadura. Por otro, el deseo de reestablecer una paz imaginaria del pasado clasemediero, cuyo provincianismo urbano, su acceso mediado a la realidad, y su miedo “tío Tom” a los pobres y reformistas sociales, los hace espumosamente terroristas. El uso incesante de la frase “los cazaremos” para anunciar la ofensiva contra el “enemigo”, hace que la policía hable como la mafia. Es el ánimo de doblegar, someter y así, por esa vía, recuperar un imaginario Chile de orden y paz. Tal vez, una versión de la dictadura edulcorada por el terror, y que la clase media progresista asiente por su propio miedo a los rotos, y por su ego estatista desafiado. Casi todos se olvidan que se trata de prevenir delitos, producir paz y evitar la violencia. Más parece un llamado abierto a la guerra, a la guerra social.
IV.
Así, resulta estremecedor que la izquierda en el Gobierno pretenda fortalecer ese brazo armado de la oligarquía sin reformar su carácter politizado, a saber, anticomunista, antidemocrático y antipopular. Una cultura antagonista de todo lo que se supone representa el oficialismo. La convicción tímida y seguidista de lo más delirante de la derecha que copa al Gobierno y que contra todas las voces medianamente racionales, insiste en armar más todavía la impune y militante brutalidad policial se monta sobre el estupor y la parálisis, mental y política de sus bases. Sin medios de prensa propios, sin ninguna disidencia mediática a la narrativa terrorista, simplemente la realidad es lo que los ricos y la derecha dicen. No tener medios de prensa propios, se ve más claro que nunca, es uno de los peores errores estratégicos de la izquierda en el Gobierno. Existe una imposibilidad de atacar lo que ocurre, de siquiera hacer la más mínima crítica a toda la propaganda guerrerista que llena la escena. Detrás de todo este montaje mediático de una crisis (que según las cifras no es peor que otros años) construida narrativamente sobre la intensificación espectacular de hechos reales y graves, hay una campaña terrorista, vehiculizada por la gran prensa y dirigida a las masas populares, aisladas, desorganizadas y ya desesperanzadas de su propia capacidad política.
Son muchas cosas las que ocurren y cuesta producir síntesis. El fascismo –porque ese nombre merece esta tendencia actual de masas dirigidas desde el consenso de la política– crece lento pero seguro en la normalidad del país. Son muchos procesos, ocurriendo mezclados en los mismos nodos sociales, en las mismas personas incluso. A veces sus gestores parecen inconscientes, otras inocentes, otras simplemente subordinados o traidores. El arco es terrible y parece copar todas las clases. Un ánimo termidoriano, sin dudas, pero más allá. Una inversión del signo en el reformismo mesocrático, de progresistas a autoritarios. También un viejo y renovado ánimo terrorista y restaurador en la derecha. Finalmente, una población abandonada a la saturación mediática de la exageración de la violencia y la crisis en la ciudad. Un país sin ningún otro faro de cordura y sensatez al que afirmarse, pues el neoliberalismo y la Concertación soltaron toda presencia del Estado en las poblaciones que no fuesen consultorios o comisarías. Y un Gobierno que asume todo eso como naturaleza, tal vez como tragedia, pero nunca como el país que debe cambiar. Se abren tiempos horribles, y los que debían defendernos ofician hoy de parteros de la morbosa nueva era.
Notas
[1] “El Uzi es un subfusil de origen israelí, diseñado y fabricado inicialmente por Israel Military Industries (IMI)”, https://es.wikipedia.org/wiki/Uzi.
[2] Felipe Ramírez, “4 de agosto de 2011: a una década de que las masas reclamaran las calles”, https://www.revistarosa.cl/2021/08/04/4-de-agosto-reclamar-calles/
[3] Ilsen Jara, “A 10 años del asesinato de Manuel Gutiérrez, ¿ha cambiado el actuar policial?”, https://radio.uchile.cl/2021/08/25/a-10-anos-del-asesinato-de-manuel-gutierrez-ha-cambiado-el-actuar-policial/
[4] El mostrador, “Bala que dio muerte a Manuel Gutiérrez pertenecía a carabinero dado de baja según peritajes”, https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2011/08/29/bala-que-dio-muerte-a-manuel-gutierrez-pertenecia-a-carabinero-dado-de-baja-segun-peritajes/
Por Luis Thielemann H.
Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.
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