Por: Marcelo Saavedra | Publicado: 26.04.2023
En el mundo de los ganadores de hace 50 años, hay un número no despreciable de personas que podrían beber una copa de vino y terminar el “paseo” visitando un centro de torturas como Villa Grimaldi o viendo un botón de nácar de un hombre lanzado al mar, incrustado entre crustáceos cirripedios a un trozo riel ferroviario encontrado en Bahía Quintero.
No deja de ser llamativo el tour comercial propuesto por Fundación Futuro en el que combina catas de vinos en aristocráticas viñas del valle de Santiago -donde catadores profesionales y amateurs degustarán mostos apoyados en lagares añosos en cavas húmedas y colmadas de barricas aromáticas-, cerrando su periplo etílico visitando un campo de concentración y tortura criollo en el pie de monte de la cordillera de Santiago: Villa Grimaldi. No deja de ser llamativo, insisto, por la curiosa combinación de actividades ideada por personeros de la Fundación de propiedad de la familia del expresidente Sebastián Piñera, dirigida por su hermana Magdalena.
Curiosa e inquietante combinación de degustación enológica y lúdico esparcimiento en una aristocrática casa de administración de un fundo que fue de propiedad de don José Arrieta, uno de los personajes acaudalados de la aristocracia santiaguina, que devino en casa de veraneo rebautizada en honor y evocación de la campiña italiana, para transformarse en restorante y lugar de encuentro de personeros de la extinta Unidad Popular… La cual fue ocupada a la fuerza por agentes del nuevo Estado inaugurado un 11 de septiembre, hace casi 50 años de distancia de este otoño de 2023.
Tal combinación de esparcimiento y paseo guiado por un sitio de memoria de la brutalidad del ser humano en contra de otros seres humanos deshumanizados por la clase dominante me conectó, sin querer, con otras historias de esparcimiento deshumanizado y brutalmente banales que normalizaban la brutalidad de castas dominantes en contra de “razas inferiores”.
Lo que padecimos como nación hace 50 años y cuyas reverberaciones siguen lacerando el tejido social necrotizado de este paisito al borde del Pacífico, me hizo pensar en los habitantes actuales de la autodenominada Europa occidental civilizada que deben pagar cuentas actualizadas cuyos antepasados colonialistas facturaron con el genocidio de millones de seres humanos allende sus fronteras.
En la segunda mitad del siglo XIX, y hasta bien entrada la primera mitad del siglo XX, la Europa colonialista satisfacía sus necesidades de esparcimiento, ocio y lúdica pseudociencia a través del diseño comercial, promoción y ejecución de “ferias universales” que contenían una infinidad de “rarezas” y piezas “exóticas” provenientes de sus dominios coloniales o, al menos, de sus áreas de influencia geopolítica en los continentes africano, asiático, oceánico o americano.
Desde el primero de estos eventos celebrado en Londres, hace más de 170 años, uno tras otro se fueron sucediendo tales hitos “culturales” en el epicentro de la “cultura occidental civilizada”. Estos podían ser a escala local, como las ferias en ayuntamientos de ciudades importantes, como las francesas Lyon, Burdeos o Rouen. O también de mayor escala, como las ferias universales de París, en las postrimerías del siglo XIX, con motivo de la celebración de la primera centuria de la Revolución Francesa, o la feria universal en la misma ciudad-luz, para dar la bienvenida a un siglo XX aún desconocido y esperanzador.
Militares, hombres de ciencia y pseudociencia de aquella época, religiosos, balleneros o cazadores de lobos reinventados, comerciantes emprendedores o simples esclavistas exploradores, dedicaron esfuerzos -pocas veces amigables y la mayoría brutales- para trasladar al viejo continente zoológicos humanos destinados al entretenimiento de los ciudadanos de a pie. También para abastecer los departamentos etnológicos y antropológicos de prestigiosas universidades francesas, inglesas, suizas, holandesas, belgas o alemanas y todo aquel curioso que junto a un chimpancé quisiera conocer de primera mano cómo lucía un patagón fueguino adulto o niño, una familia de mapuche indescifrables, un pigmeo africano, un caníbal polinésico, un indio sioux de las praderas o un maorí tatuado.
Tales “ferias vivas” etnológicas surgidas de mentes comerciales y emprendedoras (que lograron establecer una suerte de joint venture entre instituciones administrativas de países de la civilizada Europa de la época con empresas transnacionales del rubro colonial) no se diferencian mucho del sustrato básico de las mentes comerciales de Fundación Futuro que pensaron honesta e inconscientemente ofrecer un producto turístico ausente en el mercado local: entretenimiento y esparcimiento hedónico con un toque light de historia del pasado reciente de este país con memoria corta.
Esa inconciencia resulta inquietante y, a la vez, muy clarificadora de la magnitud de la disociación entre el sector político-económico que, de la mano de su poderío militar, puso orden hace 50 años en una sociedad que se atrevió a soñar que el cielo en la Tierra podría ser posible, sin entender que al cielo sólo pueden aspirar aquellos que desde la Colonia manejan los hilos de las venturas y desventuras de la mayoría de sus habitantes.
Si Hitler hubiera triunfado en su cruzada aria en la Europa, es muy probable que hoy día mentes comerciales y emprendedoras germanas tendrían un par de tours en la ciudad de Weimar para degustar variedades de salchichas y cervezas locales y cerrar con una rápida visita al campo de concentración de Buchenwald. Por cierto: explicando cómo y por qué a cada inquilino que atravesaba el portal de ese círculo del infierno iba a recibir lo suyo cuando leía el lema en letras de hierro forjado del portón de entrada (“Jedem das Seine”). Pero Hitler y su ideología perdió. Por lo que las visitas y tours a ese y muchos otros sitios de memoria en Alemania no se combinan en pack turísticos distorsionados como los que una Fundación del sector dominante y triunfador del cisma más brutal que ha vivido la historia de este país creyó que era una excelente idea y que no había nada malo en ello.
Más inquietante aún que este emprendimiento distópico, son quizás los resultados de los análisis de mercadotecnia que eventualmente fueron desarrollados previo al puntapié inicial publicitario de este proyecto turístico.
En el mundo de los ganadores de hace 50 años, hay quizás un número no despreciable de personas que podrían beber una copa de vino y terminar el “paseo” viendo un botón de nácar incrustado entre crustáceos cirripedios a un trozo riel ferroviario encontrado en Bahía Quintero.
Tal como un europeo del siglo XIX veía a una famélica y enferma familia de selk’nam y se asombraba superficialmente de su “exotismo”, para luego olvidarse y olvidarlos mientras disfrutaba la tarde junto a su familia degustando algún aperitivo antes de acostarse.
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