Quizás la lección para la oposición es que no por madrugar amanece más temprano y que declararse ganadores con tanta antelación –comenzaron a proclamarlo desde el primer año de gobierno de Boric–, podría convertirse en un verdadero disparo a la cabeza.
Ni el acuerdo para llevar 284 candidatos únicos, logrado el viernes pasado entre los tres partidos de Chile Vamos, logró borrar las dificultades y tensión que el sector está enfrentando desde hace un tiempo. Por cierto, el conglomerado de la UDI, RN y Evópoli es solo uno de los actores de “las derechas”, las que ya cuentan con tres candidatos presidenciales oficializados –Kast, Matthei y Kaiser–, además de otros “independientes”, como Rodolfo Carter, que cuestionan la representatividad de Chile Vamos
Por supuesto que el acuerdo es valioso, sin embargo, fue considerado cupular y logrado entre cuatro paredes, como quedó demostrado en el cisma que provocó en RN la designación de María José Hoffmann, que incluso llevó al vicepresidente del partido a renunciar, junto a otros militantes de la Región de Valparaíso. Este episodio no es el único que está generando ruido en la colectividad dirigida por Rodrigo Galilea.
De hecho, el triunfo categórico de RN por sobre la UDI en las primarias –incluso arrebatándole comunas emblemáticas para el gremialismo, como Lo Barnechea– ha despertado entre las filas de Renovación Nacional el apetito por llevar a uno de los suyos en la presidencial del próximo año. Voces internas han señalado que el apoyo incondicional a Evelyn Matthei (UDI) se dio en un escenario distinto al que emergió el 9 de junio. De seguro, Manuel José Ossandón o Francisco Chahuán deben estar pensando en las primarias de 2025.
En paralelo, los últimos resbalones de Evelyn Matthei deben haber generado inquietud en Chile Vamos. La alcaldesa ha cometido una seguidilla de errores no forzados con consecuencias para su adelantada campaña. Si la candidata no baja los decibeles y continúa con las acusaciones al voleo –como esa de posible fraude si se vota en dos días o el enredo en que se metió con el supuesto apoyo del narcotráfico a la política–, no solo podría significarle seguir bajando en las encuestas, sino también una mayor intervención de los partidos en esta fase de precampaña.
Recordemos que su última acusación, sin entregar pruebas, le permitió al Gobierno contraatacar –Monsalve demostró su habilidad política– y pasarles un gol importante a los parlamentarios de oposición, quienes se han opuesto tajantemente a levantar el secreto bancario. Matthei, además, cometió un segundo error: planteó, como condición para apoyar la idea, que el Servicio de Impuestos Internos (SII) tuviera un estándar de país desarrollado. Olvida que el SII ha sido destacado a nivel mundial por su eficiencia y está entre las instituciones mejor evaluadas en el país.
Y la alcaldesa terminó por rematar sus fallidas semanas con una frase despectiva hacia Rodolfo Carter. “Ya no prendió”, dijo, recordando la bullada intervención de Clemente Pérez al inicio del estallido social. Y si Chile Vamos tenía ya suficientes problemas con el conflicto desatado por la nominación de Hoffmann y las esquirlas que está dejando el caso Desbordes, gracias a la calificación de “normal y habitual” sobre los audios en que se vio vinculado, Matthei abrió el flanco más peligroso de todos cuando queda más de un año para una elección: intentar rayarles la pintura a las “otras derechas” que también están en una campaña prematura.
Ese es el territorio en que mayor cuidado debería tener Chile Vamos de aquí en adelante. De hecho, el anuncio unitario del viernes trasuntó el riesgo que puede tener el conglomerado, pensando tanto en la elección de gobernadores y alcaldes de octubre como en los comicios de 2025. Además de celebrar la capacidad de ponerse de acuerdo entre los tres partidos, anunciaron los cupos que les dejaban a las “otras derechas”: solo 61. Es decir, apenas del 17%, que deben repartirse entre el Partido Republicano, Amarillos y Demócratas, quedándose ellos con el 83% restante. De seguro, esto podría significar un quiebre con esos partidos, especialmente con los republicanos, que ya anunciaron que competirán en todos los gobiernos regionales, lo que han justificado en que en esa elección hay segunda vuelta.
Lo que sí quedó claro el viernes es que, definitivamente y pese a su relato de “no somos de derecha” y “somos de centroizquierda”, Amarillos y Demócratas han quedado como un apéndice de la derecha, el sector por el que optaron pertenecer, conformándose con las sobras de la repartición de los cupos.
Por ahora, las derechas –Chile Vamos, Walker & Rincón, Kast y Kaiser– siguen enredadas en un laberinto con candidaturas prematuras, las disputas entre sus presidenciales, los errores no forzados de Evelyn –que empiezan a hacerse frecuentes–, un discurso unifocal que pareciera interpretar que los chilenos no tenemos otros intereses que no sea el de la seguridad, y por supuesto, un oficialismo que irá unitariamente en octubre, además de un Presidente que se mantiene con una percepción pública al alza, casi 10% más que lo que tenían Bachelet y Piñera a esta misma altura de su tercer año en La Moneda.
Quizás la lección para la oposición es que no por madrugar amanece más temprano y que declararse ganadores con tanta antelación –comenzaron a proclamarlo desde el primer año de gobierno de Boric–, podría convertirse en un verdadero disparo a la cabeza. Claro está que veremos si el oficialismo es capaz de aprovechar un momento bastante inesperado hace solo unos meses.
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