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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Opinión


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Bolsonaro: una razón más para sancionar la incitación al odio

por  14 noviembre, 2018
Bolsonaro: una razón más para sancionar la incitación al odio

Hace pocos días supimos del aplastante triunfo de Jail Bolsonaro en Brasil sobre el “Petista” Fernando Haddad, quien a pesar de contar con el respaldo de Lula Da Silva no logró superar a un contrincante, que hasta hace pocos meses, era considerado un político menor.
En el balotage, el 56% de los votantes prefirió a un candidato que dijo lo indecible, que pasó por alto el lenguaje políticamente correcto y que empleó, dejando atónitos a todos, un lenguaje rudo, primitivo y claramente orquestado. Bolsonaro no ocupó el típico discurso derechista en favor del crecimiento económico ni de reducir y desburocratizar el Estado. Tampoco uso un lenguaje inclusivo y difuso para solapar las medidas necesarias para hacer más eficiente un modelo económico segregador, estrategia muy utilizada por los neoliberales en democracia. Todo lo contrario, Bolsonaro representó una derecha que no teme expresarse; que expresa un sentir de derecha y no se avergüenza de propugnar una ideología que naturaliza y legitima la desigualdad y la segregación. Propagó un discurso que penetró a tal punto en Brasil, que a pesar de existir en ese país una desigualdad extrema y que ésta se expresa en importantes brechas salariales en base al sexo y origen racial, terminaron eligiendo un presidente abiertamente racista y misógeno.
como sociedad tenemos la responsabilidad de defender nuestra sociedad del peligro fascista que subyace en lo más profundo y oscuro del ser humano y que es alimentado por el miedo, la inseguridad y la soledad que abunda en las sociedades de consumo. Por lo tanto, debemos fortalecer la democracia y profundizarla y finalmente que el ser humano sea finalmente artífice de su destino. De no así, el fascismo será una amenaza constante a la democracia y puede hacernos caminar inexorablemente hacia el abismo.
Slavoj Sisek señaló que las nuevas derechas apelan a las fibras más íntimas y oscuras del ser humano: la territorialidad y el tribalismo, por lo que no es de extrañar que Bolsonaro haya ganado las elecciones utilizando un lenguaje violento, y de que ha recibido el apoyo de las fuerzas armadas del Brasil y de sectores evangélicos, ambos grupos asiduos de la autoridad y la disciplina. Esto sin duda puede significar un retroceso significativo en avances alcanzados durante los gobiernos anteriores de carácter socialdemócrata.
El triunfo electoral de la extrema derecha debe preocuparnos, ya que, chilenos y brasileños tenemos experiencias similares en nuestra historia reciente. En ambos países, golpes de estado impusieron dictaduras militares terribles y ambas fueron orquestadas por Estados Unidos; en ambas la tortura, el exilio y los asesinatos políticos fueron pan de cada, y ambas dictaduras tuvieron como objetivo político poner--de forma abrupta--fin a las transformaciones sociales que en nuestros países se encontraban en proceso, lo que no hizo más que demostrar que la democracia representativa tiene grandes limitancias cuando está bajo el marco de un sistema económico y concentrador, pues, en muchos materias se ven enfrentados intereses colectivos con intereses económicos particulares y a pesar de estos últimos son un grupo reducido, concentran el poder, y no dudan en generar climas de inestabilidad o de crisis para mantener el poder, dando paso muchas veces a discursos totalitarios y de odio racial, buscando chivos expiatorios, fórmula ya utilizada y que tuvo resultados desastrosos.
Este es el contexto internacional en que la Comisión de Derechos Humanos, de la cual formo parte, discute proyectos de ley buscan regular la incitación al odio y a la violencia. En este caso mi postura es clara, considero que debemos defender nuestra sociedad de la amenaza siempre latente del fascismo y del odio, en todas sus expresiones, ya que, las condiciones de desigualdad imperantes en Chile, conjugadas con la llegada masiva de extranjeros y a los malos servicios públicos; esto puede ser el caldo de cultivo para el brote de un discurso abiertamente fascista. Por lo tanto, debemos estar alerta. Además el germen fascista puede ir en escalada mediante un discurso que la incite a la violencia, que la relativice o la minimice y naturalizar así la discriminación. En este sentido debemos luchar porque dichos como los de Bolsonaro no tengan eco en nuestra sociedad y que aquellos que incitan al uso de la violencia y a la discriminación sean debidamente sancionados, sobre todo cuando éstos sean funcionarios públicos.
Ante este contexto, como sociedad tenemos la responsabilidad de defender nuestra sociedad del peligro fascista que subyace en lo más profundo y oscuro del ser humano y que es alimentado por el miedo, la inseguridad y la soledad que abunda en las sociedades de consumo. Por lo tanto, debemos fortalecer la democracia y profundizarla y finalmente que el ser humano sea finalmente artífice de su destino. De no así, el fascismo será una amenaza constante a la democracia y puede hacernos caminar inexorablemente hacia el abismo.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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