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jueves, 8 de noviembre de 2018

Opinión


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La cultura de la corrupción y la autocomplacencia

por  8 noviembre, 2018
La cultura de la corrupción y la autocomplacencia

Resulta curioso que cada vez que en nuestro país se toca el tema de la corrupción, políticos y autoridades de todos los signos se encogen de hombros y se refieren a ésta como un problema importante, pero menor comparado con lo que ocurre en otros países. Se repite de manera más o menos automática que Chile está muy lejos de lo que ocurre en países como Perú, Brasil o Argentina en donde presidentes, grandes empresarios, ex presidentes y autoridades de gran relevancia han ido a la cárcel o dejado sus cargos para enfrentar procesos judiciales en medio de escándalos relacionados con faltas graves a la probidad. Lo anterior, pese a que Chile cayó 5 puestos en 3 años en el ranking internacional de la corrupción, ocupando la peor ubicación de su historia.
Cabe entonces preguntarse: ¿Es que en Chile las penas o sanciones asociadas a la corrupción son muy leves mientras en otros países son más duras? Para algunos pareciera que la corrupción es buen negocio y que vale la pena correr el riesgo porque, en la improbable situación de ser descubiertos, las consecuencias no son tan graves.
La cultura, como sabemos, es como un Iceberg, la mayor parte de los comportamientos no se perciben fácilmente pero están ahí. Esto es lo que pasa con la cultura de la corrupción y del encubrimiento cuyo ejemplo más icónico es la Iglesia Católica. Básicamente, y en buen chileno, los que no forman parte del sistema de la corrupción hacen gala de la vieja costumbre chilena de “hacerse el leso” o mirar para el lado y dejar que otro levante su voz.
La cultura, como sabemos, es como un Iceberg, la mayor parte de los comportamientos no se perciben fácilmente pero están ahí. Esto es lo que pasa con la cultura de la corrupción y del encubrimiento cuyo ejemplo más icónico es la Iglesia Católica. Básicamente, y en buen chileno, los que no forman parte del sistema de la corrupción hacen gala de la vieja costumbre chilena de “hacerse el leso” o mirar para el lado y dejar que otro levante su voz.
Es ingenuo pensar que frente al mal ejemplo que han dado quienes están en las altas esferas, todos los colaboradores de menor jerarquía se mantendrán inmunes y no seguirán los pasos de sus líderes, renunciando a su porción de la torta. Por el contrario, el mal ejemplo abre la puerta a la corrupción en otros niveles, en las cosas más simples y cotidianas que en el mediano plazo puede ser imposible contrarrestar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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