Homenaje al escritor Luis Sepúlveda (1949-2020)

En 1910, cuatro años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, se editó en Francia “La muerte de la tierra” de J. H. Rosny. La novela dividió sin tardanza a la opinión pública, la prensa, estudiosos de la ciencia ficción y se convirtió en una obra vilipendiada y amada. Leerla constituía una obligación, pues su contenido se discutía en todos los cenáculos. ¿Quién era este escritor dispuesto a hablar extravagancias, dominado por la fiebre y delirios de grandeza?
Nacido en Bélgica, adoptó la nacionalidad francesa. Julio Verne, escritor y su compatriota, había muerto en marzo de 1905 y J. H. Rosny, que también escribía junto a su hermano menor, hallaron libre la plaza literaria. Durante casi cincuenta años Verne la dominaba, cuyas novelas “La vuelta al mundo en 80 días” y “La isla misteriosa”, seducían a un público sin fronteras. Mientras Verne se dejaba seducir por la aventura, la magia de la naturaleza, ya sea en sus viajes al centro de la tierra y las peripecias del Capitán Nemo en el submarino Nautilus, su colega J. H. Rosny, fabulaba sobre la desaparición de la especie humana.
Esta visión de catástrofe casi sin retorno, emparentada con el enfoque del polifacético escritor inglés, H. G. Wells, abría un debate universal. Después de la primera guerra mundial, la obra de J. H. Rosny y su visión de desastre, empezó a ser cuestionada, destruida por los entendidos sin formación científica, profetas a la birulí y se olvidaba, mientras sobrevivían sus colegas escritores del mismo género. Así surgieron voces importantes en esta materia, como Aldous Huxley, Ray Bradbury, Isaac Asimov y Úrsula K. Le Guin. También se debe mencionar a George Orwell, el más actual de todos, citado por quienes nunca lo han leído, autor de “1984” y “La rebelión en la granja”.
J. H. Rosny
Hoy la obra de J. H. Rosny se desempolva, guardada en el baúl del olvido, salvada de la voracidad de las termitas, parientes pobres del coronavirus. Se rehabilita y empieza a ser estudiada por los nuevos especialistas. ¿Qué decía este autor, acusado de escribir “La muerte de la tierra”, bajo los síntomas del deliro? Se permite fabular —y fabular debería ir entre comillas— pues plantea temas de extraordinaria actualidad, como la desaparición de la especie humana, del agua, ya sea potable o la de los mares, ríos, vertientes, napas subterráneas, lo que convierte en un festival de catástrofes a un planeta, que empieza a agonizar. Ni siquiera habrá nubes y las lluvias serán tema de la poesía.
Por momentos, la obra adquiere un ritmo delirante, vertiginoso. Acontecimientos inesperados, que nadie había creído posibles, surgen página a página. La tragedia ronda la novela. J. H. Rosny sabe narrar, es ameno aunque se refiera a la catástrofe, y su capacidad inventiva la sabe matizar con un adecuado manejo del lenguaje. De pronto, la humanidad se ve enfrentada al Apocalipsis, a las siete plagas de Egipto, y como alternativa para huir de la hecatombe, los gobiernos deben asumir el control de la natalidad y practicar la eutanasia. Hay, como debe suceder en las buenas novelas, una historia de amor que oxigena la seguidilla de calamidades y abre una ventana de esperanza.
Enfrentada la humanidad de nuestro tiempo a la pandemia del coronavirus, lo que en un comienzo parecía una simple epidemia venida del oriente, se ha convertido en muerte. ¿Dónde radica el poder de este virus ponzoñoso que nadie ve? ¿Y si viniera de otro planeta? Las obras de los autores señalados y de quienes seguirán sus pasos y ejemplos, deben observarse con seriedad. El arte, en este caso la literatura, a través de todos los tiempos, consiste en narrar sobre un tema de ficción, que al cabo de los años se va a convertir en realidad. Lo cual nos da margen para expresar, sin ánimo de ser profeta: “Cuando nadie quede vivo sobre la faz de la tierra, la muerte habrá consumado su proyecto y emprenderá viaje a otro planeta”.

Por Walter Garib