Cuando se vislumbró la gravedad de la pandemia que nos azota, muchos entendieron que se abría una segunda oportunidad para el presidente Sebastián Piñera, cuya continuidad en el cargo parecía, a todas luces, incierta, a dos años de finalizar su mandato y con un escuálido apoyo de un 6%, tras el estallido social.
Sus desafiantes declaraciones acerca de una imaginaria guerra contra un enemigo invisible a quien llenó de calificativos, llegando incluso a plantear una suerte de complot internacional, no hicieron más que potenciar un clima de desobediencia social cuyas proyecciones nadie, seriamente, era capaz de anticipar.
Ya en sectores de derecha se discutía, soterradamente, la posibilidad de que Piñera diera un paso al costado, pues en los hechos, claramente había pasado a ser parte del problema, más que de la solución.
Y se vino encima el Covid19. Para Piñera, fue una suerte de “nuevos” 33 mineros que le podrían dar la oportunidad de “lucirse” frente al país y el mundo, como como un mandatario eficiente en la solución de crisis. Sabido es que, frente a catástrofes, el pueblo suele cuadrarse tras sus gobernantes. Eso al menos esperaba.
Pero Piñera es Piñera, y ante a la hecatombe, apostó, como buen narcisista, a recuperar el terreno perdido y tener, al fin, un legado que la historia le reconociera.
Tal como aconteció antes del llamado estallido social, cuando aseguró que Chile era un oasis de paz, esta vez se apresuró a apostar que Chile iba a ser el país que mejor iba a manejar la crisis, un ejemplo para el mundo. Y volvió a perder. La administración de la crisis sanitaria, ha sido un desastre.
También repitió la misma receta, declarar la guerra al enemigo invisible y poderoso, que esta vez no fue el pueblo, sino que el coronavirus. Y volvió además a sacar a los militares a las calles y al toque de queda.
Los llamados a la “nueva normalidad”, el “retorno seguro”, las presuntas llamadas de felicitaciones o pidiéndole consejos de los presidentes de otros países (China y USA incluidos), las comparaciones con Italia y Alemania y tantas otras sandeces, entre ellas la patética fotografía en la Plaza de la Dignidad, ex plaza Baquedano, lo retrataron tal cual es,
“un presidente vuelto inútil”, como lo calificó en su oportunidad el rector de la UDP, Carlos Peña, en relación al estallido social.

Sume a ello la errática conducción de las políticas sanitarias, que han puesto en grave peligro la salud pública, al priorizarse de manera inhumana la economía por sobre la vida de las personas, una vez más han dado cuenta de la absoluta falta de empatía del gobernante.
Las prioridades de Piñera no están puestas en la pandemia y en el cómo afecta esta a las personas, menos en el cómo se puede ayudar a los más desvalidos. Todas y cada una de sus propuestas de ayuda social, han sido tardías, mezquinas y llenas de letras chicas que al final del día han terminado beneficiando a los más poderosos. Préstamos a las Pymes en que, tras semanas, ni un 5% han llegado a manos de los más necesitados.
Una Ley de Protección al Empleo que a los únicos que ha beneficiado, objetivamente, ha sido a los grandes
empresarios que se han aprovechado de ella.
La verdadera razón de sus desvelos, aparte de subir un par de puntos en las encuestas, ha estado en “armar” su escenario de guerra una vez superada esta pandemia. Grandes inversiones en vehículos de represión policial, cámaras de vigilancia, dotar de atribuciones policiales a guardias municipales, infiltrar organismos como el Sename mediante la
Agencia de Nacional de Inteligencia (ANI), etcétera, dan cuenta del temor de un segundo aire en el llamado estallido social.
Ha empoderado, peligrosamente, a las FFAA en el control de la población por sobre las autoridades legalmente habilitadas. ¿Qué sentido tiene el toque de queda, por ejemplo, en crisis sanitaria? ¡Como si el virus circulara de noche! Su único gran objetivo es el control de la población, el infundir miedo.
Miles de millones de pesos desviados del único fin que en este estado de catástrofe debieran tener los fondos públicos, la salud de la gente.
Piñera fue inútil en dar una respuesta adecuada frente al movimiento social tras el 18 de octubre pasado. Ha sido inútil en la gestión de salud pública ante la pandemia y, no se ve de modo alguno que, frente a una y otra vaya a tener una respuesta a la altura de lo que la gente espera de un gobernante.
Piñera, haciendo gala de una inmensa soberbia que ha contagiado a sus ministros, ha desoído la opinión de expertos y científicos, más aún, ha hecho caso omiso de las necesidades de la gente, sobre todo de los más pobres y de aquellos que producto de la crisis se han empobrecido más. Nada aprendió tras el 18 de octubre.
Parece absolutamente razonable que se busque hoy, no cuando las consecuencias de la crisis sanitaria o la crisis social exploten, la fórmula que permita a Sebastián Piñera dar un paso al costado y asumir a un gobierno de unidad nacional y de transición que, con capacidades, destrezas y empatía con las necesidades de la gente, hoy en salud, pero
también en educación, previsión, sueldos, empleos, etcétera, destrabe la catastrófica administración del Estado que depara un incierto futuro.