El Wallmapu era para muchos españoles el refugio de libertad frente a la inquisición y al reinado frailuno. Diego de Almagro fue testigo de esa huida de la Península, al encontrarse con muchos españoles en suelo chileno.
El cautiverio feliz, obra de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, relata el rapto de su familia y la vida mapuche como un paraíso feliz. Los españoles, ni por las buenas ni por las malas, ni con Pedro de Valdivia, el guerrero, ni los pacificadores jesuitas, pudieron dominar al pueblo mapuche, y no les quedó otro camino que el de pactar la paz y el de reconocer al Wallmapu del Bío Bío al Sur.
La guerra de la independencia nunca existió, pues fue sólo una guerra civil entre encomenderos por el dominio de estos territorios, (los Carrera, los Larraín…eran tan españoles como los Benavides y los bandidos Pincheira, en que estos últimos, en nombre del rey, se apropiaban de las montañas de San Fabián de Alico).
El llamar a Bernardo O´Higgins “padre de la patria” es una falacia, pues el país no existía aún, y el sentimiento patriótico es un invento del nacionalismo que, en Chile, lo utilizan los fascistas, por ejemplo, seguidores de José Antonio Kast.
El mito mapuche, sacado de la imaginación del poeta Alonso de Ercilla, fue usado por quienes se hacían llamar patriotas, mediante los símbolos de la república que nunca había existido. El primer escudo nacional representa a dos mapuches luciendo plumas, (nunca las han usado), como si fueran indios del mato groso.
Las guerras son más psicológicas que armadas: el ejército chileno inventó que su población blanca era muy superior a la de los “cholos” peruanos y bolivianos, (a los mapuches sólo los consideraban como “rotos” provincianos). Chile había cumplido la misma misión de España: “civilizar” a peruanos y bolivianos, a quienes consideraban inferiores.
Terminada la guerra del salitre, había que prolongar la guerra civilizadora de los gobiernos liberales hasta las tierras de Bio Bío al sur, que estaban en manos de los araucanos, considerados borrachos, ignorantes, desaseados, flojos…, (igual o peor que los cholos a quienes acababan de vencer en la guerra del salitre).
El imperativo del momento era la colonización de la Araucanía y, para lograrlo, se hacía necesario extender la “exitosa” colonización europea, comenzada por Vicente Pérez Rosales a los territorios de la Araucanía, que se dio mediante una guerra sin cuartel, genocida y brutal.
Una vez aislados los mapuches, muchos de ellos emigraron a Santiago, había llegado la hora de asimilar a los mapuches al mestizaje que rodeaba a la capital y a las demás grandes ciudades, y así, todos éranos chilenos, unos parecidos a los europeos, mientras que otros, los llamados “rotos”, “y con cara de pueblo”, con tintes cobrizos, a los mapuches.
Los distintos gobiernos chilenos eligieron el camino más equivocado para tratar el problema mapuche: regalarles tierras yermas como indemnización por el genocidio y la enajenación de sus tierras, o bien, emprender una guerra asimétrica, que los gobiernos encontraban “rebeldes”. Como siempre, la clase rectora dividía a los pobres entre buenos y sumisos, y malos y rebeldes, y entre cristianos y comunistas.
El Presidente Piñera, el más nefasto de los Presidentes de la transición a la democracia, está dominado por un sector político que ve, como única solución, la guerra civil asimétrica contra el pueblo mapuche. A causa de esta pésima política, Piñera terminó por destruir el poco prestigio moral que aún les quedaba a los carabineros, (en el fondo, se propuso instalar el odio de pobres contra pobres).
Por su parte, la policía de investigaciones que había ganado prestigio gracias a la formación de un escuadrón de derechos humanos, jugando un papel fundamental en la investigación sobre el caso del joven, lanzado al río Mapocho por los carabineros, ahora ha caído en el desprestigio al ser enviado a cumplir misiones militares, para las cuales no está preparada, pues su tarea se limita a combatir el narcotráfico y la delincuencia, y no atropellar derechos humanos de los mapuches, concretamente a los familiares de Camilo Catrillanca, (entre ellos su hija de siete años, quien fue violentada por la policía de investigaciones), asesinado con alevosía por un grupo especial de carabineros, y que ese mismo día se daba a conocer el veredicto que condenaba a los carabineros, autores del crimen.
La muerte lamentable de un detective, muy estimado por sus compañeros se debe, especialmente, a los errores y desatinos de sus superiores que, en vía directa va hasta el subsecretario del Interior, el ministro y el Presidente de la República, y a la muy débil y tardía reacción de la Comisión de Derechos Humanos, (contrasta con la defensora de los derechos de la niñez).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/01/2021
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