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lunes, 25 de enero de 2021

OPINIÓN


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Definiciones presidenciales del fin de semana o la desprivatización de los partidos políticos

por  25 enero, 2021

Definiciones presidenciales del fin de semana o la desprivatización de los partidos políticos
El juicio ciudadano sigue siendo el mismo. Los partidos son vistos como máquinas de cargos públicos y de aspirantes a cargos públicos manejadas por unos pocos, lo que profundiza la tendencia endogámica y de privatización de nuestras entidades partidistas. A pesar de ser claves para la democracia, no son percibidos como puentes para la participación efectiva de los ciudadanos. Se precisan reformas urgentes para democratizar su funcionamiento interno. Pero, también, la autorregulación de sus militantes y dirigentes.

La democracia interna de los partidos políticos es un indicador clave de la salud de un sistema democrático, pues sería precisamente en esos espacios de la institucionalidad política de las democracias donde se toman las decisiones y se elige a los líderes políticos.

Como sabemos, los problemas de nuestra democracia son –en buena medida– también expresión de la precaria democracia interna con la que opera y funciona nuestro sistema de partidos. Probablemente, esta sea explicativa en parte del actual déficit democrático.

El fin de semana asistimos a una muestra del estado de dos partidos, RN y la DC. Se evidenciaron, una vez más, dos rasgos patológicos de los problemas que padecen nuestras entidades partidistas: oligarquización y “espectacularización”.

El intento de reducir la pluralidad interna, constituye un rasgo distintivo de oligarquización que da cuenta de una tendencia hacia procesos deliberativos concentrados en la decisión de grupos cada vez más reducidos. A su vez, la “espectacularización” de las internas partidistas, se expresa en que estas se transforman en insumos para los medios más que en instancia de deliberación interna. Los debates desaparecen o se transforman en eventos de audiencias, vacíos de contenido.

En esta primaria DC votaron poco más de 27 mil ciudadanos, entre militantes, simpatizantes e independientes. El resultado nos es del todo malo si consideramos las restricciones sanitarias, la época del año y la creciente retirada de los ciudadanos de la vida política partidista. Estas restricciones no permiten una comparación lineal con el resultado del 2013, donde se obtuvieron 56 mil votos. El dato relevante es que la “base DC”, especialmente en regiones, es un activo electoral que aún se mantiene y que es capaz de movilizarse en un contexto de voto voluntario. Y tal parece que, a juzgar por el resultado la senadora Rincón, el sector que encabeza el actual presidente del partido tiene un mayor control de esa base electoral.

Este fin de semana RN y la DC eligieron sus representantes para la primaria presidencial, sin debates de fondo sobre las posiciones de ambas colectividades respecto al proceso constituyente en marcha, los problemas del país y las propuestas de los candidatos para abordarlos.

En RN, la disputa fue una clase de historia del siglo XIX. Como sabemos, en la batalla que enfrentó en 1830 a orillas del río Lircay a Liberales y Conservadores, terminaron imponiéndose estos últimos. Esta vez, Mario Desbordes obtuvo su Lircay en el Consejo de RN. Con el 72% de los votos se convirtió en el candidato presidencial del partido, derrotando la rebelión de fronda aristocrática que se desplegó en su contra y la conjura de pelucones (Carlos Larraín) y estanqueros (Andrés llamand), que intentaron por todos los medios impedir su nominación. De los 356 consejeros que votaron de forma telemática, 269 lo hicieron por el representante de los pipiolos y su “republicanismo popular”. Tuvo solo 87 votos en contra, 12 que votaron blanco y un nulo.

Mas allá del símil histórico, lo que observamos es el intento descarnado y sin sutileza –como suelen ser las luchas fratricidas en la derecha– de los poderes facticos de RN por bloquear el derecho de Desbordes a disputar el poder, que algunos en RN creen corresponde solo a una “clase” de militantes. El espíritu de fronda se expresó con fuerza desde los días previos al Consejo General. Bajaron en la previa al senador Francisco Chahuán, en un intento desesperado por detener la decisión de la instancia interna que zanjó a favor del exministro la disputa con las viejas oligarquías internas.

En el PDC optaron por el mecanismo de primarias, como forma se superar la crisis de legitimación, para elegir el liderazgo que los represente en las primarias presidenciales de julio próximo. Se evidenció una vez más la tensión entre convicción y necesidad. La DC, con la elección de ayer domingo, buscó más la proximidad con su base militante –la base territorial del partido– y relegitimarse con sus electores.

El trasfondo del acto electoral muestra que la apuesta de la directiva DC, más que la carrera presidencial, sigue siendo la elección del gobernadores, alcaldes y concejales que viabilicen el desempeño parlamentario del partido en noviembre próximo. En la DC saben que la creciente parlamentarización de la política es la llave para volver a ser el partido bisagra del sistema.

La senadora Ximena Rincón, quien triunfó con más del 60% de los votos y con un fuerte apoyo en regiones, se tomará más en serio la aventura. No tienen que reelegirse en noviembre y el resultado del domingo le ayuda a disputar la nominación del bloque con más posibilidades frente a la más segura candidata del PS, Paula Narváez.

Alberto Undurraga apostó por la visibilidad que le daría la campaña, que a pesar de la derrota –alcanzó cerca del 40% de los votos–, lo deja en mejor posición para alcanzar el Senado por la Región Metropolitana.

El resultado de la primaria, de paso, descomprime las tensiones internas entre las tendencias de la DC y le asegura la gobernabilidad del partido a su timonel, Fuad Chahin.

En esta primaria DC votaron poco más de 27 mil ciudadanos, entre militantes, simpatizantes e independientes. El resultado nos es del todo malo si consideramos las restricciones sanitarias, la época del año y la creciente retirada de los ciudadanos de la vida política partidista. Estas restricciones no permiten una comparación lineal con el resultado del 2013, donde se obtuvieron 56 mil votos. El dato relevante es que la “base DC”, especialmente en regiones, es un activo electoral que aún se mantiene y que es capaz de movilizarse en un contexto de voto voluntario. Y tal parece que, a juzgar por el resultado la senadora Rincón, el sector que encabeza el actual presidente del partido tiene un mayor control de esa base electoral.

Con todo, los dos eventos partidistas de este fin de semana –y el del PPD el próximo 31, al que la DC le deja una vara alta en términos de participación– siguen evidenciando que los aquejan serios problemas. La cuestión de la democracia interna de los partidos es una de las más acuciantes de la que estas colectividades deben hacerse cargo, si de verdad queremos afrontar los problemas relativos a la legitimidad de nuestras instituciones democráticas.

Por ahora, el juicio ciudadano sigue siendo el mismo. Los partidos son vistos como máquinas de cargos públicos y de aspirantes a cargos públicos manejadas por unos pocos, lo que profundiza la tendencia endogámica y de privatización de nuestras entidades partidistas. A pesar de ser claves para la democracia, no son percibidos como puentes para la participación efectiva de los ciudadanos. Se precisan reformas urgentes para democratizar su funcionamiento interno. Pero, también, la autorregulación de sus militantes y dirigentes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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