Por: María Javiera Aguirre | Publicado: 15.07.2022
¿Es el resultado de una Constitución unir o más bien dar un marco de convivencia que reconozca y respete las diferencias? ¿Qué es lo que tenemos que evaluar el 4 de septiembre, el procedimiento o el contenido? ¿Es esperable estar completamente de acuerdo con la totalidad del texto?
Estamos viviendo tiempos convulsos, cambiantes, con enormes desafíos de toda índole; económicos, sociales, culturales, personales y políticos. Todo está pasando tan rápido -pandemia, guerra, inflación, estallido, etc.- que es muy fácil marearse. Y en ese tambaleo aferrarse a lo seguro, a lo conocido, es casi una respuesta instintiva.
El 4 de julio empezaron los dos meses de campaña para el plebiscito de salida para la nueva Constitución. Y estamos siendo bombardeados de eslóganes que esperan simplificar algo complejo. Las campañas, todas, buscan eso: simplificar una idea para generar adhesión. Pero tenemos tiempo, dos meses para leer la propuesta de Constitución y para reflexionar sobre las ideas que nos presentan como argumento para inclinarnos por una u otra alternativa.
Mucho me ha llamado la atención la idea de buscar un texto que nos una. ¿Es eso posible? ¿No habrá acaso siempre alguien que no se sienta del todo representado por el texto o por alguna de sus partes?
Una nación es un espacio geográfico y administrativo donde “el pueblo” se configura como un sujeto común que contiene elementos culturales compartidos. ¿Pero ese pueblo es homogéneo? La historia ha demostrado que no, y durante el siglo XX se ha puesto en crisis la idea de nación que ha pretendido obviar e invisibilizar las diferencias de clase, de género, culturales, etc. Diferencias que, además, están jerarquizadas dando por resultado las tremendas inequidades que tenemos en nuestras sociedades.
Es cierto que la nación siempre ha necesitado tanto del pueblo como de un relato mítico que configure un “nosotros”. No obstante, llegados a este punto de la historia, donde la diversidad y la diferencia piden a gritos ser reconocidas y no jerarquizadas, tal vez tenemos la oportunidad de aceptar que el “nosotros” sólo profundiza una separación que perpetúa un abismo entre las personas. Porque si hay un “nosotros” necesariamente existe un “ellos” al frente.
¿Entonces, es el resultado de una Constitución unir o más bien dar un marco de convivencia que reconozca y respete las diferencias? ¿Qué es lo que tenemos que evaluar el 4 de septiembre, el procedimiento o el contenido? ¿Es esperable estar completamente de acuerdo con la totalidad del texto? Tal vez estas preguntas y muchas otras nos ayuden a sobrevivir al tambaleo de estos meses, sin necesidad de agarrarnos al primer eslogan que nos dé sosiego.
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