Cuando hay crisis de la verdad se pierde el mundo en común. Y esto no es nada banal. Conduce a lo que Byung-Chul Han llama «infocracia», el dominio del dato, las cifras, los recuentos e imágenes fragmentadas, retocadas, trucadas, esparcidas y repetidas una y otra vez. El mismísimo Foucault nos habló del “coraje de decir la verdad”, la «parresía» en griego, como uno de los rasgos de una real democracia.
Cuando se examina el calendario de acciones y reuniones, de acuerdos, desde 1990 –disolución de la ex URSS– hasta hace muy poco, resultan clara las maniobras, manipulaciones y falsedades de la OTAN y sus jefes. En esto hay que ser políticamente incorrecto para entender mejor. Tanta “corrección” y “equilibrismo” lo que hará será llevarnos a la continuación de un sistema y una lógica que realiza y anuncia la destrucción del ser humano y la naturaleza en pro de intereses egoístas y elitarios.
Fíjese que mientras se lucha contra el Covid-19 (y nuevos virus), el hambre, la nueva miseria, el desempleo y las guerras en curso (Siria, Yemen, Líbano, Palestina, entre otros conflictos), la élite del 1% está actuando en función de aumentar su poder económico, tecnológico y político a nivel mundial sobre todos nosotros. Sabemos, además, que desde 2015 ese 1% acumula más riqueza que el 99% de la población restante. Una pequeña élite (entre gobiernos y multinacionales) controla el sistema socioeconómico y tecnológico a nivel mundial. Y, como afirman algunos investigadores, su conciencia se rige por el narcicismo individualista, la codicia sin límites y una tendencia enfermiza por expandir su poder e influencia a costa de lo que sea (guerras de reparto; golpes blandos; intervenciones, bloqueos, carrera armamentista).
Por cierto, todo ello cubierto bajo el desgastado mantra de la libertad, los derechos humanos y la democracia. Cuando no, la justificación se desliza rápidamente hacia lo religioso: cumplirían un mandato de la misma divinidad (¡!) que los habría designado para vigilar y controlar lo que hace y piensa el resto del mundo (imposición del llamado “pensamiento único”). Relato que repiten hasta la saciedad, y sin preguntas, los medios de comunicación dominantes, sus periodistas de turno y también, cómo no, nuestras élites de poder.
La verdad es que desde hace muchos años estaba en los planes de la OTAN y la Casa Blanca reforzar esa organización y cumplir con el mayor asedio posible a Rusia, extendiéndose hacia el Este para rodearla. Desde el siglo XVIII que los anglosajones tienen en mente dividir, debilitar, caotizar y ojalá dominar el territorio ruso (es un territorio muy vasto y rico en recursos naturales y situado geográficamente en un espacio estratégico, pues). Lineamientos que están presentes desde los trabajos de Halford Mackinder (1861-1947) hasta Z. Brzezinsky (1928-2017). Según ellos, había que utilizar a Europa y la OTAN para cercar a Rusia primero, y después a China. El modelo para aplicar en la fragmentación del Asia: la balcanización de la ex Yugoeslavia.
Y pues: ¿qué tenemos en la última Cumbre OTAN realizada en Madrid? El conflicto provocado entre el gobierno de Ucrania y Rusia vino como anillo al dedo para legitimar la forja –nuevamente– de “enemigos y amenazas” y, junto a eso, avalar el dominio hegemónico unilateral y mundial de EE.UU. y sus aliados. Junto con ello, avalar estados de excepción, restricciones a la libertad de expresión y, muy importante en momentos de crisis del sistema, aumentar el trabajo de la maquinaria de guerra y sus presupuestos.
No podemos olvidarlo cuando revisamos la actual situación en el Este europeo: antes de 2014 hubo muchas buenas palabras, acuerdos y buenas intenciones entre las partes, todo lo cual hacía presagiar, no una paz perpetua, pero al menos una baja importante de la temperatura belicosa entre Este y Oeste (porque guerras ha habido todo el tiempo, aunque, claro, lejitos de Europa y los EE.UU., por tanto lejos del interés de la mediática corporativa transnacional).
Quizá tras lo que ha venido sucediendo en la arena internacional, podamos rastrear, también allí, las cuasi proféticas palabras del último Nietzsche, en 1900, cuando anuncia lo que viene para los siglos venideros. El malestar que se estaba incubando ya, con el devenir de la modernidad burguesa, creyente y capitalista a nivel general, en su cultura, en sus modos de creencia, era la llegada del nihilismo. Esto es, que los valores supremos pierden validez, que nos falta la respuesta al por qué, que faltan los fines. Según Alba Rico, nuestro marco sociocultural está habitado por un “nihilismo normalizado”, estético y moral. Le llama también “nihilismo espontáneo de la percepción”.
El sociólogo Max Weber –lector asiduo de Nietzsche– tiene algunas expresiones en sus trabajos en esa misma dirección. El proceso de modernización racionalizante conlleva la desaparición de la esfera pública de los valores últimos y más sublimes (verdad, bien, justicia, fraternidad…) que podían orientar la acción. Se genera una suerte de desertificación axiológica de la vida pública. ¿Qué es lo que queda según ellos en pie? El aliento –nos dice Nietzsche– de la mediocridad, de la mezquindad, de la falta de sinceridad, etc. Y, claro, queda al descubierto lo que estaría tras ese desierto valórico-normativo de la mediocridad, la manipulación, las mentiras o el cinismo: la voluntad de dominio, su preponderancia y prepotente extensión. Todo ello bajo el manto y conducción de una racionalidad de cálculo costo-beneficio, es decir, mediante la conversión de los medios en fines en sí mismos…
La consideración nietzscheana abre paso a otro tipo de nihilismo que se extiende en el presente. Lo podamos llamar el nihilismo informacional. Este se basaría en la crisis de la verdad, la cual, a su vez, tiene como impulso la pérdida de la voluntad de verdad. Bien dice Byung-Chul Han: “Si el estado de guerra debe cesar en cualquier parte, entonces debe comenzar por la fijación de la verdad, es decir, con una designación válida y vinculante de las cosas”.
Esto es justamente lo que no sucede bajo el nuevo nihilismo generado por los medios, los que están en manos de la voluntad de poder de la minoría elitaria y sus expresiones institucionales que pretenden dominar el mundo sin reparar en sus consecuencias y costos.
En acuerdo con el pensador coreano-alemán, cuando hay crisis de la verdad se pierde el mundo en común, incluso el lenguaje en común. Y esto no es nada banal. Conduce al fenómeno que llama infocracia, el dominio del dato, las cifras, los recuentos e imágenes fragmentadas, retocadas, muchas veces trucadas, esparcidas y repetidas una y otra vez. El mismísimo Foucault en su última conferencia antes de su muerte nos habló del “coraje de decir la verdad”, la parresía en griego, como uno de los rasgos de una real democracia; porque la parresía crea comunidad. Por eso se ha dicho que decir la verdad es un acto verdaderamente político, incluso revolucionario.
Dejamos hasta aquí por el momento esta reflexión en torno al cierre del universo informativo que el supuesto Occidente “libre” ha levantado en torno al conflicto en el Este europeo y lo que puede estar tras bambalinas.
Para no alargar más esta columna, quiero compartir algunas fechas que anteceden de manera significativa al estallido del conflicto en el Este europeo entre Rusia y Ucrania (que, sabemos, no se trata sólo de Ucrania, como nos enteramos día a día) y que ayudan a explicarlo. Los lectores y lectoras podrán ahondar más sobre las implicancias de cada una de estas fechas y sus detalles. Aquí no hay espacio. Frente al nihilismo normalizador nos cabe contribuir con la tarea de mostrar que algunas cosas ocurren realmente. Veamos algunas fechas:
1990: Carta de París: propuesta de autodisolución de la OTAN.
1994: Memorándum de Budapest: acuerdos sobre seguridad nuclear mutua; Ucrania no puede acceder a armamento nuclear.
1997: Acta fundacional sobre relaciones mutuas de cooperación OTAN-Rusia. Se plantea posibilidad de que Rusia ingrese a la UE. OTAN declara su intención de no expandirse hacia el Este.
1999: Cumbre de Washington: declara el “derecho a la guerra preventiva”.
1999: OTAN se expande hacia el Este: se incorporan Chequia, Hungría, Polonia. Hay reclamos porque se estaría pasando a llevar la Carta de París y el Tratado de Reunificación de Alemania.
1999: OTAN+EE.UU. destruyen Yugoslavia para “ayudar” a Kosovo. 70 días de bombardeo intensivo. Toneladas de uranio empobrecido caen sobre las ciudades. Mueren miles de civiles y niños. ¿Cuál ha sido el castigo por esta acción?
2002: Conferencia de Praga: 26 miembros más se incorporan a la OTAN. EE.UU. abandona el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y pone bases militares en Alaska.
2007: Conferencia de Seguridad de Munich: Putin propone la creación de una Europa unida, en que Rusia pueda formar parte. Además, se habla de un esquema de seguridad e integridad recíprocas: no puede haber seguridad para unos y no para otros.
2014: Declaración de Astaná: Cumbre de la OSCE. La seguridad de cada uno depende y está ligada a la seguridad de los otros; derecho a la seguridad y la neutralidad.
2014: Fecha muy importante. Golpe de Estado contra el gobierno de V. Yanukovich (en Ucrania), quien se había negado hasta ese momento a romper su estatus de país neutral entre Este y Oeste. Golpe apoyado por fuerzas nacionalistas de ultraderecha. Importante injerencia de la UE y EE.UU. a través de su representante allí, Victoria Nuland, en lo que pasó a llamarse el Maidan. El Donbas (Lugansk y Donestk, con población rusoparlante mayoritaria) no aprueba el Golpe de Estado. Ambas repúblicas se declaran autónomas al interior de Ucrania y eligen sus autoridades. A poco andar, el gobierno de Kiev comienza guerra contra el Donbas que dura… hasta ahora. Se calcula que, entre 2014 y 2019, ha provocado unos 14 mil muertos en el Donbas.
2019: EE.UU. se retira del Tratado de Fuerzas Nucleares de Nivel Intermedio (INF) de 1998.
2019: Ucrania decide desligarse del Memorándum de Budapest y del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.
¿Y qué pasa, a todo esto, con nuestra América como región? Las palabras enunciadas por Francisco I en su última entrevista a la Agencia Telam se revelan esclarecedoras. Dice: “Latinoamérica está en ese camino lento, del sueño de San Martín y Bolívar por la unidad de la región. Siempre fue víctima, y será víctima hasta que no se termine de liberar de imperialismos explotadores. (…) El sueño de San Martín y Bolívar es una profecía, ese encuentro de todo el pueblo latinoamericano, más allá de la ideología, con la soberanía. Esto es lo que hay que trabajar para lograr la unidad latinoamericana. Donde cada pueblo se sienta a sí mismo con su identidad y, a la vez, necesitado de la identidad del otro. No es fácil”.
Da que pensar, ¿no? ¿Habremos escuchado algo parecido por acá?
Licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía Política. Profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.
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