En estos días de turbulencias políticas y del clima, ha surgido la majamama. Esta expresión, como buen chilenismo, se utiliza para designar un embrollo, lío o confusión. Las lluvias en la zona central, han traído tranquilidad al país, y aleja un eventual racionamiento del agua, aunque sus dueños, la acaparan. Entonces, nos debemos resignar a ver cómo llueve a chuzos. En épocas de nuestra niñez, nos fascinaba mojarnos bajo la lluvia y cantar: “Que llueve, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan y la vieja se levanta”.
Mientras la lluvia nos despercude, aunque permanecemos encerrados en nuestros hogares, las noticias en la prensa escrita o en la TV, nos mantienen alerta. Ahora, todo gira en relación al apruebo o el rechazo de la nueva Constitución. Cualquiera al hacer memoria, relaciona esta disputa entre quienes, en 1988, debían votar en el plebiscito por el sí o el no. La oligarquía, aliada a la dictadura, armó su tinglado. Le urgía continuar depredando al país, enriqueciéndose a costa de la miseria del pueblo.
El golpe militar de 1973, cuyo único objetivo apuntaba a robarse las empresas del estado y de llapa, las riquezas de Chile, debía cumplir un ciclo. La derecha, cara visible de la oligarquía, ansiaba continua el despojo. Aunque fue derrotada ese año en las urnas, en realidad no fue derrotada. Supo adecuarse a los nuevos tiempos. En los sucesivos gobiernos, desde entonces hasta hoy, aguaita el panorama. Sabe, cómo meter las manos al saco de la avaricia, mientras en su expresión, luce la beatitud. Obra de caridad cristiana, dirigida hacia ellos mismos, no puede ser criticada. En tanto, esputa su ira si le tocan los bolsillos, y a arañazos disputa el poder, como si fuese su coto de caza mayor. Actitudes que siempre les reputa beneficios, mientras amputa el brazo de la justicia.
El nuevo proyecto de Constitución, surgió en forma limpia, democrática y escrita a la luz del día. No en las oficinas de la SOFOFA. Semejante propuesta, que será votada este 4 de septiembre, ha enloquecido a la derecha. Día a día utiliza argucias para descalificarla y motejarla de engendro. A nadie sorprende que, a modo de boicotearla, ha enganchado a sujetos, que se hacen llamar amarillos. A quienes en alguna oportunidad hicieron gárgaras de revolucionarios y ahora, besan y babosean las manos del patrón. Lo que consiguió la Convención Constitucional, es el resultado de un arduo trabajo, cuya nobleza no se puede discutir. Ahí, se conjugaron infinidad de opiniones, posturas políticas, ideológicas, filosóficas y por primera vez, se incorporaron visiones de una auténtica convivencia social.
La palabra rechazo, vinculada a los sinónimos: impugno, refuto, niego y abomino, entre otros, produce malestar y embrolla por su carácter negativo. Ni siquiera posee la eufonía, para ser usada en un poema, menos en un responso fúnebre. Palabra en sí autoritaria, rueda de molino, atada al cuello. En cambio, la expresión apruebo, tiene un carácter positivo, amigable, ajeno a la confrontación. Como si se llamara a la convivencia, a vivir en paz, en un país que debe reconciliarse y superar la odiosidad. Odiosidad de una minoría egoísta, que siempre utiliza el engaño, para mantener sus privilegios. Minoría que se esconde y desde las sombras, dirige los destinos de la patria. Cuántas veces ha logrado el poder, en la mayoría de las oportunidades, mediante artimañas, mentiras y a través de golpes militares, se vuelve a enriquecer. Jamás ha renunciado a dirigir los destinos del país, el cual le sirve para depredar una y otra vez, en su propio beneficio.
A menos de dos meses del plebiscito, ha desplegado una campaña perversa, poblada de mentiras, empeñada en desprestigiar a la nueva Carta Magna. Utiliza, como siempre, a los oportunistas, que en el mercado los hay en abundancia. Gentuza, cuyo servilismo los hace vestir ridículos colores, mientras asumen posturas ideológicas, desvanecidas por el tiempo. Celestinas y mercenarios al menudeo, babean al sentir el ruido del vil metal.
Por Walter Garib
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