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domingo, 4 de diciembre de 2022

OPINIÓN Gaspar Rivas, el diputado lingüista

     

Este personaje, miembro del PDG, es decir del Partido de la Gente, recurrió al lenguaje adornado de groserías, para denostar a sus propios colegas. Desde luego, el que no emplea la gente. Se explayó como unos de los protagonistas de las novelas de Armando Méndez Carrasco, autor que utiliza el lenguaje de los bajos fondos, con maestría desde luego, sin caer en la vulgaridad. Quizá, olvidado don Gaspar de los miembros lejanos y cercanos de su familia, demostró un contundente dominio de la jerga popular. Qué maestría. Su apellido Rivas, que proviene de familias patricias de Chile, le pesó como costal de clavos, en el lomo. Profirió insultos, como si estuviese debajo de los puentes del río Mapocho, donde se habla a calzón quitado. Nada de poesía y elegancia en el uso del lenguaje, que utiliza Alberto Blest Gana, en su novela Martín Rivas. No imaginamos que este Martín Rivas histórico, soñador y seducido por la bella Leonor, sea antepasado de este otro Rivas. Se distancian en el tiempo y no encajan sus vidas. Hay parientes que dan dolores de cabeza y es mejor olvidarlos.

Entre sus dichos, el diputado Rivas, de profesión abogado, expresó una frase para el bronce. No es lingüista, pero se explayó sobre aquella locución socorrida por quienes, en los bajos fondos, se sienten hartos de una situación y expresan: “Me sacaron los choros del canasto”. ¿Se refiere al molusco bivalvo, a la vagina o a ese sujeto matón de barrio? Un intríngulis por descifrar en esta época de caos. Como le ardía la viperina lengua, habló de otras especies marinas, en un país donde abundaban los mariscos. Ahora, solo se pueden mencionar y sentir nostalgia de aquella época, cuando un loco o un choro zapato, desbordaban un plato.

Debido a su desenfrenada verborrea, a Rivas lo pasaron a la comisión de ética, que opera en el Congreso. Nada tiene que ver esta comisión de ética con la empresarial, donde se concurre a ella, provisto de un cuaderno, lápiz y una goma de borrar. Bien podrían recomendarle al diputado Gaspar Rivas, que compre un diccionario de sinónimos y antónimos o ideas afines. Que lea poesía bucólica, a los clásicos de la literatura y se olvide de insultar a sus colegas. Con nostalgia se nota, la ausencia de aquellos parlamentarios de otras épocas, que estremecían el Congreso Nacional de Santiago mientras hablaban, y era una fiesta, escuchar su oratoria.

A la expresión culta, inteligente y creativa de antaño, se ha unido el giro grosero y pedestre de sujetillos desprovistos de sensibilidad y desamor por el uso del lenguaje. Manifiesta decadencia, que se traduce en el desprecio a nuestra cultura, cada vez más empobrecida. Hay sectores en las poblaciones, que apenas utilizan 300 palabras diferentes para expresarse. En síntesis, el lenguaje es el reflejo del espíritu y su uso está vinculado a la belleza de cuanto a diario hablamos. Si es procaz, se oscurece el entendimiento y aflora el ogro que llevamos en nuestro interior. De ahí surge la coprolalia, es decir, la tendencia patológica a proferir obscenidades. Las palabrotas, a menudo, surgen por falta de imaginación y pobreza en el lenguaje. Si de verdad hay ánimo de sancionar al diputado Rivas, debería exigírsele que estudie malacología, ciencia que trata sobre los moluscos, pues ignora sus funciones en la naturaleza.

Se ha sabido en estos días que, el diputado Gaspar Rivas, sufriría incontinencia verbal o verborrea.

 

 

Por Walter Garib

 

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