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lunes, 20 de marzo de 2023

COLUMNISTAS Cómplice es el silencio

     

  “Todos los caminos conducen al cementerio. Unos primeros, y otros después”. Dionisio Albarrán

Día a día, sorprende leer opiniones en los diarios, de quienes suponíamos fallecidos. Se incluyen aquí a los sujetos que, en política, mantienen la boca cerrada y se escabullen de condenar la dictadura, después de haberla servido. No es necesario aparecer en los obituarios, para asumir la condición de haber muerto. También el olvido es un requisito de estarlo. Claro, dirá usted, que mantenerse callado jamás ha sido sinónimo de haber muerto. Al no tener nada que expresar, hay quienes, por prudencia, y es meritorio destacarlo, se mantienen en silencio. Lo han dicho todo en su vida, o casi todo, y juzgan inoportuno agregar más, pues temen decir idioteces.

Siempre en estos casos la prudencia indica que, a cierta edad, el silencio es meritorio. Callar es juicioso en la mayoría de las situaciones y bien se puede comparar con la sabiduría. A menudo, recuerdo el proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas”. Bien podría ser una expresión de censura, sin embargo, debemos admitir que a menudo, hablamos y opinamos en exceso, sobre lo que apenas conocemos. La verborrea, hoy por hoy, es una enfermedad común. Claro qué, la desgracia de los muertos radica en que no se pueden defender de cuanto decimos los vivos. Entonces, permanecer vivo es una ventaja, si vamos a referirnos, a quienes viajaron al más allá.

La mayoría del país se ha sorprendido, que uno de los 77 acólitos que subieron al cerro Chacarillas en 1977, haya resucitado. En aquella ceremonia pagana se le rendía homenaje a la oligarquía en la persona del dictador Augusto Pinochet. Y el chiquilín de aquella época, no estaba muerto, momificado, ni en un asilo de ancianos. Sí, en discreta cuarentena verbal, dando pasos silenciosos de ballet, como si fuese Julio Bocca. Ahora, no es necesario ascender a cerro alguno, lo cual es parte de la historia negra de Chile. Todo se resuelve en la planicie. Menos aún flagelarse, rezar el rosario en familia, ponerse guijarros en los zapatos o vestir el consabido cilicio.

Desde cuando este personaje es senador, se le ve jactancioso, recorriendo las dependencias del Congreso Nacional. Empeñado en mostrar admiración por la democracia, es decir de la democracia amordazada y tutelada, afanado buscó los apoyos para encumbrarse. Beato, chupamedias y corifeo del dictador, ahora asume en gloria y majestad la Presidencia del Senado. Desde ahí, vigilará el proceso de la redacción de la nueva Constitución del país, para agradar a la oligarquía, donde pertenece desde chiquilín. Traicionar a sus progenitores, constituiría su muerte política. Bajo esta realidad, no es de extrañar que la Nueva Carta Magna, sea una versión corregida y aumentada a la de 1980. Bastaría agregarle, en una sesión de peluquería, moñitos, cachirulos y los bucles del caso, con el objeto de acicalarla.

De las novelas leídas y de las obras de teatro vistas en mi vida, ninguna se asemeja al argumento cursi de este melodrama. O si se quiere, de esta majamama. Reúne las condiciones necesarias; recursos lingüísticos y escénicos, para figurar en la literatura cebollenta, la cual con fruición se lee. Sus personajes e ingredientes, nos hacen pensar que, en el próximo capítulo, aparezca quien salve el honor del mancillado pueblo. Aunque se trate de un sueño.

Después de este somero análisis, garrapateado a la diabla durante la medianoche, no hay que confiar en quienes creíamos muertos. Reírse, constituye un placer gratis por excelencia.

 

Por Walter Garib

 

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