El reconocimiento en una institución del encubrimiento de delitos gravísimos cometidos hasta hace unos veinte años por muchos de sus miembros debiera llevar aparejado una dura condena moral de los autores y, sobre todo, de las autoridades encubridoras; y de la adopción de todas las medidas posibles en términos de verdad, justicia y reparación moral y material de sus víctimas. Más aún cuando hablamos de una Iglesia cuyo mayor tesoro debiese ser su autoridad moral; y cuando estamos en presencia de decenas de miles de víctimas de abusos eclesiásticos que viven y sobrellevan un terrible sufrimiento.
Increíblemente, las declaraciones del Papa Francisco en una reciente entrevista apuntan a un reconocimiento del encubrimiento sistemático de los eclesiásticos autores de tan graves delitos, ¡sin ninguna condena expresa de aquellos que los cometían, ni de quienes los encubrían; ni menos de una voluntad de buscar la verdad, justicia y reparación en todos los casos! Más aún, relativiza la gravedad de todo ello hablando que era otra época (¡cómo si estuviésemos hablando de siglos atrás!) y que era también lo que hacían y hacen muchas familias en el mundo…
En efecto, en una entrevista dada de Elisabetta Pique del diario La Nación de Argentina; y que reproduce El Mercurio del 13 de marzo pasado, constatamos el siguiente diálogo al respecto: -Usted recién hablaba de Juan Pablo II y de los abusos… No sé si sabe que justo esta semana estalló un escándalo en Polonia porque exhibieron un documental donde figura un documento, una carta que le escribió siendo cardenal en Cracovia, Wojtyla, al cardenal de Viena, König, si podía recibir a un sacerdote, que finalmente era un abusador. Mi pregunta es ¿fue canonizado demasiado rápido? –Hay que resituar las cosas en su época. El anacronismo siempre hace el mal. En aquella época se tapaba todo. Hasta el escándalo de Boston, se tapaba todo. Cuando saltó lo de Boston, la Iglesia empezó a mirar ese problema (sic). La Iglesia fue siempre muy fiel desde ese momento a ir clarificando cosas. La solución era cambiarlo al cura de lugar, o a lo más, reducirlo si no había solución, pero sin escándalo (sic). Que lamentablemente hoy día se sigue haciendo cuando sucede esto en las familias y en el barrio. Pensar que el 42%, más o menos, son las cifras internacionales, se da en la familia y en el barrio. Después viene la escuela. Y ahí todavía hoy se tapa para no generar conflicto. La Iglesia hacía eso también, tapar, resituar… a veces no había más remedio (sic) y se lo sacaba y (…) era mandarlo a otro lado. O sea que una época hay que leerla con la hermenéutica de la época”.
Y acto seguido, la periodista le insiste: -De hecho, hay quien dice que en esta carta que le escribió Wojtyla a König, en la que le decía que el sacerdote iba a estudiar Psicología, por ahí era una forma en código de decir que era un abusador… porque salió de los archivos. –No conozco el caso, pero era lo habitual (sic). Taparlo o directamente cuando se veía que no tenía remedio era mandarlo afuera. Cubrir. Como hoy en día se sigue haciendo en las familias, lamentablemente. Cuando es el tío, el abuelo, el vecino, son problemas serios de familia. Gracias a Dios que fue Benedicto el primero que empezó a destapar el asunto (sic) de los Legionarios. Fue valiente. Hoy en día la Iglesia tomó esto (sic). Después de lo del escándalo de Boston, pero ahí la Iglesia empezó a tomar esta nueva actitud… Tomar el toro por las astas”.
El texto constituye, en definitiva, una justificación histórico-cultural del sistema vigente hasta fines del siglo XX… Pero además con un tono de liviandad, conformidad y de falta total de empatía con las víctimas que deja consternado. Para qué hablar de alguna referencia al Evangelio o a la doctrina moral… Todo muy penoso, especialmente viniendo de quien viene.
Por Felipe Portales
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