Aunque suene incómodo y sea políticamente no recomendable o derechamente incorrecto decirlo, desde el punto de vista de la necesaria crítica vale preguntarse qué quedó luego de la masiva marcha de las mujeres el pasado ocho de marzo.
El mundo siguió andando.
Colorido, alegre, evocador y poniendo énfasis en derechos e historia, la manifestación femenina, para decirlo en grueso, pasó sin pena ni gloria a pesar de sus evocaciones, denuncias, exigencias y el arte desplegado.
En lo que importa, es decir, en dirección a conformar una gran articulación de habitantes que no solo quieren, sino que necesitan un cambio en el orden que define sus vidas y sus muertes, no se avanzó un milímetro.
Cierto que no es tarea de una manifestación cruzarse de manera determinante al orden que critican como la suma de una cultura machista, patronal, milica, misógina, patriarcal, necesariamente injusta y aparentemente inexpugnable.
Pero es el rol que debieran asumir los colectivos de dirigentes y organizaciones que, en tanto tales, se suponen que asumen la esencia de aquellos a los cuales dirigen/coordinan/representan/vocean.
De eso no hay nada.
Y no es del caso que la crítica se centre en un ocho de marzo y de mujeres conmemorando. Puede ser cualquier gremio u organización social la que saliera a la calle, como ha sucedido antes y ya ni siquiera sucede, y que luego del desfile sanitizado de cientos de miles, e incluso millones, no queda nada.
Así de simple y brutal. Nada.
Las organizaciones/colectivos/gremios/movimientos se han acostumbrado a la mecánica estéril de marchar por la Alameda blandiendo el permiso otorgado por la Gobernación.
Y de esas manifestaciones de ese mundo crítico, declarado enemigo de la propuesta neoliberal y víctima de todas sus políticas no ha salido una sola propuesta articuladora que ofrezca una opción alterna.
Otro Chile es no solo posible, sino necesario. Y cada día más lejano.
A lo sumo, y eso es lo realmente serio, se convoca a marchas cada vez más exiguas hay que decirlo, que lo único que cambian es el sentido del tránsito. Y solo por algunas horas.
De propuesta, nada. De intentos serios de articulación, nada. De política, nada.
El país transita en un precario equilibrio luego del fracaso del proceso constitucional anterior y se apresta a sufrir otro con una imposición constitucional antidemocrática en marcha que es la suma de todas las burlas a todo lo que se le ocurra de decente.
En el caso anterior el movimiento social no fue capaz de casi nada enfrentado a un plebiscito ganado por la mentira y la desinformación. La derecha supo leer la falencia de los grupos que se organizaron en un comando que no fue capaz de entregar una idea nueva, una propuesta inteligente, ni de desplegar una política útil capaz de enfrentarse al poderío de la mentira, y más bien funcionó como una pésima e inútil productora de eventos.
Mientras que sus dirigentes vivían más interesados en posar para las cámaras de TV que centrados en un diseño estratégico que considerara los escenarios posibles. Para esta gente la cosa surcaba como la miel sobre las hojuelas.
Pero no fue así.
Fue terroríficamente diferente creándose un escenario impensado que no estaba en los cálculos de los estrategas que sí saben cómo organizar una marcha desde Plaza Baquedano, al parecer retomó su nombre original, hasta Los Héroes.
Hoy la cosa va por el mismo derrotero: dejar la cancha libre para que los poderosos introduzcan una nueva constitución que no será otra cosa que una actualización de la que rige hoy y de la cual no nos podremos zafar en cincuenta años.
No hay señales de la alarma necesaria a partir de lo que se viene que es de tal profundidad histórica, que en su trasfondo fundacional se parece a lo hecho por la dictadura cuando impuso su constitución en los años ochenta.
¿Cuál es el rol de los movimientos y dirigentes sociales ante el escenario definitivo que se avecina?
Por Ricardo Candia Cares
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