En octubre del 2021 el empresario de ultraderecha Nicolás Ibáñez llamó en una entrevista en El Mercurio a votar por Gabriel Boric. ¿El motivo? “Para desenmascarar a la izquierda extrema”. ¡Que se atrevan a ser gobierno! Estaban avisados.
La advertencia de Ibáñez no ha sido la única. Otras, como la del diputado y secretario general de Renovación Nacional Diego Schalper, o del presidente del partido, el senador Francisco Chahuán, fluyeron desde comienzos del 2022 para sumar nuevas voces. La derrota catastrófica de la propuesta de la nueva constitución en septiembre del 2022 marcó el inicio de una estrategia que desbordaba una simple oposición al gobierno, sino que era una clara obstrucción que lleva a la derrota. El sueño de Ibáñez estaba inspirado en el golpe de estado de 1973, que borró a la izquierda del mapa político chileno por décadas.
La estrategia ha sido exitosa y sin matices, como toda campaña publicitaria. Levantada por todas las derechas y poderes fácticos ha sido multiplicada y viralizada como realidad por los medios de comunicación. En poco más de un año tenemos un gobierno en el suelo, derrotado, de rodillas y pidiendo una tregua. Un proceso de decaimiento sin proyección ni expectativa y retroalimentado cada día por el error, sea este real o mediatizado. Una deriva que ya ha cortado los frenos de emergencia y avanza sola hacia la catástrofe.
La derecha le cortó las alas y los pies al gobierno. Primero con el rechazo a la reforma tributaria, en estos días con el desarme de la reforma previsional y con la imposición de su agenda de seguridad con la ley Nain Retamal. Un cuerpo legal que a las pocas horas ya ha cobrado una primera víctima, la de un joven que fue asesinado tras el reestreno de las Uzi por no detenerse en un control de tránsito. El chico de 19 años no llevaba papeles y el carabinero no ha sido formalizado.
La prensa política reproduce y amplifica los deseos de la derecha como propia línea editorial. Es el quiebre de la coalición de gobierno para aislar tal como durante los últimos 50 años a la izquierda. Una estrategia para separar a los sectores de izquierda, quebrar definitivamente el vínculo entre el gobierno y las organizaciones sociales, y dejarlo desnudo y vulnerable tal vez para el asalto final.
Esto no tiene buena cara. El fin de semana rayaron la estatua de Salvador Allende en la Plaza de la Constitución a pasos de La Moneda y a la vista de cámaras, agentes y la guardia presidencial. Esa misma tarde se reunía un grupo de ultraderecha para apoyar a carabineros y pedir sin pudor un golpe de estado. Porque en el impulso contra el gobierno están los demonios de 1973. Los fundamentalismos conservadores, la impronta fascista y un visceral pinochetismo nutren el relato de las ultraderechas asentadas en el Congreso.
Esta mañana una empresa encuestadora llamada Studio Público publicó un sondeo sobre la ley Nain Retamal y la agenda de seguridad. Los registros son brutales y reflejan a una sociedad autoritaria, irreflexiva, de fuertes rasgos xenófobos y fascistas. Una imagen social que contrasta con las creencias instaladas en estos mismos grupos hace escasos cuatro años durante la revuelta popular. La siembra que han hecho las mediatizadas campañas publicitarias tiene estos efectos y probablemente será más.
La derecha tiene al gobierno arrinconado y paralizado. Pero una derrota es aún soportable. El peligro es aquello que trasciende al derrumbe del gobierno, la borradura por todo el territorio de las demandas y la memoria de la revuelta popular y la consolidación, esta ver con la certificación del Congreso, del orden neoliberal. Pero todavía hay más: el ascenso de un líder populista con la ayuda de los medios y matinales puede arrastrar a esta sociedad confundida y aterrada hacia un estado policial de rasgos fascistas. Un momento propicio para los buitres.
Por Editorial
No hay comentarios:
Publicar un comentario