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viernes, 6 de diciembre de 2019

OPINIÓN.


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Revolución con sabor a frapuccino y cinamon roll

por  6 diciembre, 2019
Revolución con sabor a frapuccino y cinamon roll
Crédito: Mauricio Méndez, Agencia Uno

La primera línea

No recuerdo cuándo oí por primera vez la expresión “primera línea” pero sí recuerdo que con claridad que no entendía a qué se refería; después comprendí: de la clásica vocación de mártir y de heroicidad de grupos de izquierda radicales o anarquistas. Se dice que los más radicales son los escolares y todavía no queda claro si éstos son el adalid de la libertad  o un subproducto del proceso de modernización capitalista que a la postre la legitimaría (el razonamiento sería que si están ahí es porque por lo menos existen).
Todo partió con la evasión en el metro, se desvirtuó en los incendios y terminó en la tontera: desde el romanticismo de Los Prisioneros hasta la devoción por el Negro Matapacos, quien se ha alzado como santo patrono del movimiento. Me atrevo a pensar que los centenials no leen. Adictos a Instagram y videojuegos, intelectualmente decantan por la flojera. Repiten consignas sin pensarlas, al margen de si surgen desde una situación injusta; ellos no lo saben. Tal vez lo sospechan pero les parece más divertido sumarse que investigar. Y encima anda deambulando una amplia gama de profes de humanidades que son populistas y les dicen lo que ellos quieren escuchar. Carlos Peña ha hablado sobre esto, enfatizando la irracionalidad generacional de éstos actores que han irrumpido con todo.
Más atrás de la primera línea está el carnaval de los Millenials, de quienes se puede decir poco. Hasta el día anterior a que los narcos quemaran el metro se la pasaban metidos en el Starbucks pero ahora endiosan al encapuchado (una suerte de buen salvaje); cuando todo haya pasado partirán de nuevo a pedir un frapuccino con leche sin lactosa y un cinamon roll.
Mientras tanto, los pacos están encerrados, cagados de miedo en sus comisarias en La Florida y Puente Alto, parapetados con una cortina metálica y una puerta pequeña abierta y una pobre paca de punto fijo mirando para todos lados. No saben que hacer. Los quieren matar. Su imagen no está en el suelo sino en el subsuelo. Se han convertido en unos parias y no es culpa del paco raso semianalfabeto de la comisaria de Renca sino de los altos mandos y –era que no– del gobierno.  Sí, pues en Francia después de un año de protestas de los chalecos amarillos, hubo un saldo de 23 mutilados por fuerzas policiales y aquí en Chile en un mes 220 mutilaciones oculares. No hay que ser muy brillante para darse cuenta que hubo una estrategia clara al respecto. Porque 220 casos en 3 a 4 semanas no son casos aislados.

La posmodernidad y el doble discurso

Tras años de haber seguido las charlas de Carlos Pérez Soto por YouTube, me acerqué hasta la sede del Colegio de Profesores en Abdón Cifuentes para asistir a una de sus charlas, y ver en vivo y en directo al “calvo profesor”. De sus planteamientos se puede decir mucho, me llamó la atención la fuerza con la que rechazó la violencia, siendo que su audiencia estaba compuesta precisamente de millenials y centenials que la amparan: trató a los jóvenes de la primera línea como un grupo de chicos que se creen que “Trotsky los envió a tirarle piedras a los pacos”, que la barricada no ayuda, y cuando alguien dijo que la primera línea protegía a los manifestantes de las fuerzas policiales él replicó que “me parece un tanto parcial su interpretación”.
Por eso me sorprendió la entrevista que Pérez dio en The Clinic, en donde de partida se negó a condenar la misma violencia que en la charla que le vi –y que está online– no solo cuestionó sino que ridiculizó. Y tras negarse a responder las preguntas haciéndose la víctima (en eso vaya que es como cualquier político) terminó justificándola. ¿Y cómo se hace esta pirueta semántica? No es tan difícil: se traslada el eje desde las quemas de infraestructura a los abusos de los últimos 30 años. En el fondo, entiendo que en su interior funcionan los engranajes de un enrevesado sistema moral: entre amigos se critican cosas pero hacia fuera se mantiene una línea común. La condena de la violencia existe y se realiza, entre cuatro paredes, como una especie de secreto de familia. Claro que en tiempos como los que hoy vivimos eso deviene en un doble discurso, eso me parece censurable.
El mundo anda patas para arriba: la violencia es legítima, mientras que la crítica de la violencia es ilegítima.
Al final la polarizacion está fortaleciendo soterradamente a la extrema derecha: andar armado, andar roteando, calzarlos los chalecos amarillos, gente que por canales online, aduciendo una supuesta independencia, se dedican a hablar para la galería sobre complejas conspiraciones castro-chavistas, que estarían al amparo de la CAM y del PC, y que serían sustentadas ideológicamente por los textos de Antonio Gramsci.

Saliendo del entuerto

Quienes quemaron el metro y saquearon los supermercados no eran revolucionarios sino bandas de crimen organizado, que millenials y centennials los traten como aliados habla de su estupidez –no es exclusiva, es generalizada– y de la lógica irracional de toda masa.
Dicho eso, es cierto que durante más de una década hubo abusos y que se necesitan reformas. Se ha dicho que la plata para los cambios está en el Cobre y en Litio, y me parece razonable, pero expropiar no es la forma. Si de lo viejo saldrá lo nuevo podemos usar los mismos instrumentos que el neoliberalismo ofrece para superarlo: aceptemos entonces que el estado dueño de las riquezas se vuelve peligroso si no las distribuye bien, y a la larga no es eficiente, se vuelve corrupto. Me parece mejor que el estado tenga asegurado un porcentaje importante de la propiedad de la explotación de esas riquezas y que la parte privada al menos tenga que pagar altos impuestos o que se fijen sus utilidades. Una repartija privado-publica, por mucho que huela a Concertación y arreglín de los 90’. Sabemos que con la enormes utilidades de Soquimich financiaban a medio parlamento (y aprovechaban de pautear a Longueira). Es por ello que cualquier apuesta estatizadora radical me parece poco razonable. Llevamos 50 años de sacrosanto respeto a la propiedad privada y políticas de privatización compartida y propiciada por todes. Hacerse el ciego a eso es un suicidio político. Y otra vez fortalecer más el neofascismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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