Por Mario López.
Fotos.Marcos Rodriguez G.
El dictador Augusto Pinochet temía que el entonces presidente de los
empleados públicos, como había ocurrido en Polonia con el dirigente Lech
Walesa, pudiera aunar el descontento de los chilenos y desestabilizar
al régimen. El relato en Tribunales del crimen efectuado por su autor,
el militar (r) Carlos Herrera, es estremecedor. Hijo diputado reitera
que el senador UDI Jovino Novoa es un cómplice pasivo del deleznable
crimen que remeció Chile
Por MARIO LÓPEZ M.
Fotos: Marcos Rodriguez G.
Eran años difíciles los 80 en Chile, los primeros atisbos de
resistencia pacífica organizada se empezaban a producir y los
trabajadores encontraron en Tucapel Jiménez, presidente de la ANEF
(Asociación Nacional de Empleados Fiscales), un líder que era capaz de
materializar la necesaria unión sindical que comandara la oposición
social y política contra la dictadura. Los trabajadores intentaban
articular una central única que llevara adelante un paro nacional.
El miedo al "Lech Walesa" chileno
Pocos días antes de su asesinato, ante la alternativa de un paro
comandado por Tucapel Jiménez en coordinación con la Federación
Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales
(AFL-CIO, por su sigla en inglés), organización norteamericana que
apoyaba un boicot internacional que implicaba no descargar barcos
chilenos en puertos extranjeros, Pinochet afirmó que no aceptaría que
nadie viniera a "sembrar cizaña" y que el líder sindical tenía "abiertas
las puertas del exilio". Así se registra en los archivos a cargo del
juez Sergio Muñoz, el mismo que hoy es el presidente de la Corte Suprema
de Chile.
Jorge Mario Saavedra, abogado de emblemáticos casos de derechos
humanos y amigo del asesinado sindicalista, asegura que "todos sabíamos
que a Pinochet lo tenía loco Lech Walesa, que en esa época estaba
desestabilizando al régimen socialista en Polonia. Le parecía aterrador
que sucediera algo parecido en Chile y por ahí veía en Tucapel un
Walesa. Por eso le tenía tanta fobia".
Pero los planes de Jiménez iban más allá de la sola organización de
los trabajadores, pues eran conocidos sus nexos con otros sectores
sociales que también comenzaban a expresar su descontento con la
dictadura. Estudiantes, profesionales y los mismos políticos lo veían
como un referente y punto de encuentro. Sus reuniones con el general
Gustavo Leigh Guzmán, ex miembro de la junta de Gobierno, eran también
conocidas.
"Los nexos personales que el dirigente de la ANEF tenía con el
general (r) Leigh, quien era reconocido por sectores de la oposición
como una persona de alta sensibilidad social y quien desde el interior
de la junta de Gobierno siempre abogó por el establecimiento de un
itinerario político que permitiera el retorno a la normalidad
institucional del país", señala la pericia sociopolítica anexa a la
causa, como uno de los antecedentes.
El otro factor detonante dice "relación con las actividades
político-sindicales que Tucapel Jiménez venía desarrollando y que eran
de interés y preocupación de la Central Nacional de Informaciones (CNI).
Estas actividades comienzan a mostrar sus frutos al observarse que los
llamados a la unidad del movimiento sindical realizadas por este
dirigente comienzan a recibir la adhesión de la Unión Democrática de
Trabajadores, la Confederación de Trabajadores Particulares de Chile, el
Frente Unitario de Trabajadores, la Confederación Nacional de Taxistas
de Chile, la Confederación de Trabajadores del Cobre, los camioneros y
colegios profesionales, lo cual constituiría un posible frente de
presión para el gobierno, al exigir reivindicaciones laborales y la
apertura política del régimen", agrega la pericia.
Ello aumentó ante la dictadura de Pinochet el temor de una resistencia de proporciones y aceleró la decisión de eliminarlo.
La conjura criminal
De acuerdo con la investigación judicial, en el "caso Tucapel" se
relacionaron la Dirección de Organizaciones Civiles, que dependía del
ministerio Secretaría General de Gobierno, a través de la Secretaría
Nacional de los Gremios (SNG) presidida por Misael Galleguillos -el
mismo que dirigió el derechista Movimiento Revolucionario Nacional
Sindicalista (MRNS)-; la CNI, que dirigía el general Humberto Gordon
(1980-1986), y el DINE, cuyo director era el general Ramsés Arturo
Álvarez Scoglia.
Relata el abogado Saavedra: "Una brigada laboral que trabajaba con la
SNG empezó a trabajar y a obtener información de Jiménez. Entre esta
secretaría y la CNI hicieron del sindicalista una figura pública digna
de sufrir represalias de parte del gobierno militar. Lo seguían, le
grabaron la vida entera. La CNI contrató a su junior y le pagó para que
le informara de todos sus pasos. Era el hijo de una amiga de la esposa
de Tucapel, que estaba cesante y a quien él le había dado trabajo para
ayudarlo".
Sicarios y cobardes
Cerca de las nueve de la mañana, Tucapel Jiménez Alfaro se despidió
con un "hasta la hora del almuerzo", y se dirigió tranquilamente hasta
el lugar donde estacionaba su taxi. Hacía ya un tiempo que se dedicaba a
esa labor con el móvil que había comprado con la indemnización de su
despido. Algunos vecinos, entre ellos el suplementero del sector Pedro
López, recuerdan que ese día 25 de febrero de 1982 se le veía jovial y
les saludo dando un bocinazo mientras enfilaba hacia el centro. A las 10
tenía una reunión sindical muy importante.
Cerca de ese lugar y advertidos por radio transmisor que el objetivo
estaba en camino, dos hombres acechaban desde un furgón y le siguieron a
cierta distancia. El capitán del Ejército Carlos Herrera y un
suboficial esperaban frente a la ex Industria Panal, en Panamericana
Norte con Enrique Soro. Desde el vehículo del comando se les advirtió
que Jiménez se acercaba.
Simulando ser pasajeros, lo hicieron parar y se subieron. Le pidieron
dirigirse al camino Renca-Lampa. El propio capitán lo relató al
ministro en visita Sergio Muñoz: "Estaba previsto que me sentara
inmediatamente detrás de él. Mi subalterno en el asiento del copiloto.
Le pedimos que nos llevara y le dijimos que éramos personas que veníamos
de Valparaíso y que nos llevara a las parrilladas Pudahuel, porque
seguramente ahí teníamos la posibilidad de ser contratados como
cocineros o mozos, a lo que accedió, saliendo a la Alameda Bernardo
O'Higgins".
Al poco rato interrumpieron la banal conversación y asumieron aquello
a lo que se habían confabulado: "Le dije, mire don Tucapel Jiménez,
somos policías, somos de seguridad y usted está detenido, (...) yo iba
preparado para una suerte de resistencia, para un escándalo, y grande
fue mi sorpresa. Esta es la primera vez que me ocurre a mí, que este
señor hizo la cosa mucho más fácil. Lamentablemente para él, por
supuesto".
"Miró para atrás y me dijo: Ya, pucha, mira ya. Le dije: Tranquilo
don Tucapel, por favor no intente nada. Me dijo: No, no se preocupe, no
hay problema, dígame no más. Le dije: Siga el camino. Más adelante va a
haber una persona que le va a indicar que se detenga", detalla Herrera.
La suerte ya estaba echada y más fácil de lo que los asesinos
habían presupuestado: "Nos dirigimos al lugar de los hechos que, como he
señalado, se encontraba plenamente determinado, en el camino
Renca-Lampa, en donde esperaba el otro automóvil en el costado poniente
en dirección contraria, hacia el sur. Estacionó el vehículo don Tucapel
Jiménez, en el costado oriente del camino, en dirección al norte. Acto
seguido-señala Herrera-, se bajó el funcionario acompañante, abriendo el
portamaletas para simular que buscaba algo".
"Yo saco el cabezal del asiento del chofer. Desde un bolso tipo porta
equipo, de color claro, en que tenía además de las armas de cargo
propias y de los dos suboficiales, extraje el revólver que se me había
entregado y le disparé en la cabeza al señor Tucapel Jiménez, quien cayó
hacia el lado derecho suyo, sobre el asiento del copiloto. La verdad
que este señor, yo no soy médico, pero entendí que no falleció de
inmediato (...) No sé si los sonidos que hacía eran porque estaba
muriendo o en agonía", agrega.
Y remata el relato Herrera: "Cuando se encontraba en esta posición,
el suboficial conductor procedió a efectuarle los cortes en el cuello,
según estaba señalado en la planificación de los hechos". (...) "Esperé
hasta que este señor falleciera, en el asiento de atrás. Sacamos con
bastante dificultad el taxímetro y documentación personal. Cuando me
cercioré que estaba muerto atravesamos al otro auto, al Peugeot 404, nos
metimos atrás, nos tapamos con una frazada y salimos del lugar".
Tucapel Jiménez nunca llegó a la cita sindical. Tampoco volvió a
almorzar a su casa. Cerca del mediodía, sus colaboradores y familiares
aún intentaban, infructuosamente, ubicarlo. Comenzaba a creerse que un
atentado en su contra podría haberse concretado. Ya estaba muerto: fue
asesinado entre las 10:30 y 11 horas de ese día. Al caer la tarde,
lugareños denunciaron que al interior de un automóvil estacionado a la
orilla de un polvoriento camino vecinal de la comuna de Lampa había una
persona muerta.
La policía confirmó que se trataba de Tucapel Jiménez. Su cuerpo
presentaba cinco impactos de bala de bajo calibre, por la espalda,
además de tres heridas cortopunzantes inferidas con un cuchillo
utilizado para "rematarlo".
Miles de chilenos desfilaron frente al
féretro y lo acompañaron hacia su lugar de descanso definitivo. El
entonces Cardenal Raúl Silva Henríquez ofició la misa de responso: "Es
un mártir del sindicalismo chileno", señaló con la voz entrecortada.
Pinochet
El Gobierno intentó desmarcarse a toda costa del hecho. Pinochet
expresó ante la prensa que "repudiaba enérgicamente" el crimen. En la
causa declaró por oficio reservado: "La pregunta (sobre la participación
del gobierno en el crimen), claro, se formula desde la óptica de esos
impugnadores que descuentan que mi Gobierno carecía de escrúpulos éticos
hasta el punto de no vacilar en suprimir físicamente a sus adversarios.
Punto de vista que no es objetivo y que rechazo categóricamente. De
modo hipotético lo planteo, para hacer más patente el absurdo notorio de
la acusación".
Y continuó: "Si algún funcionario de mi Gobierno -descartando la
conjetura de una venganza personal- hubiera intervenido en el asesinato
de Tucapel Jiménez, o era un traidor infiltrado o era simplemente un
cabeza caliente sin remedio. Esas son las elementales reflexiones que
deseaba asentar sobre este desgraciado hecho. Apenas tuve conocimiento
del crimen di las más severas instrucciones para que se profundizara
acuciosamente la investigación.".
Los hechos, la sentencia y los propios involucrados se encargaron de
desmentir al dictador. Era un secreto a voces la relación de los
servicios de seguridad con el caso. El mismo Herrera se vanagloriaba
frente a quien quisiera escucharlo del acto heroico de servicio a la
patria que había efectuado. Incluso había sido felicitado por sus jefes y
recibido los méritos en su hoja de vida militar por el hecho.
Es más, varios agentes que terminaron siendo declarados culpables
dirigieron la responsabilidad sobre el mismo Pinochet. Sobre la
participación o conocimiento del crimen por parte del comandante en jefe
del Ejército, Herrera relató el siguiente diálogo con el coronel Raúl
Pinto Pérez: "Esto sólo lo sabe mi general Álvarez (Ramsés Álvarez, jefe
de la DINE), usted, yo, y él...", señaló al tiempo que levantó los ojos
y dirigió la mirada hacia el retrato que dominaba el muro. Casi
simultáneamente levantó la mano y con un gesto enérgico de su dedo
índice le señaló el rostro enmarcado del capitán general Augusto
Pinochet.
Caso Alegría Mundaca
Era necesario buscar un chivo expiatorio para el crimen y lo
encontraron en un humilde carpintero de la V región que reunía los
requisitos para que pasara inadvertida su muerte, vivía solo y
frecuentemente bebía alcohol. Lo demás era obvio. Junto a su cadáver
apareció una carta donde "reconocía" el crimen de Tucapel Jiménez. "Se
suicidó el asesino", aseguraron los periódicos de la época. Tenía ambas
muñecas con profundos cortes que cercenaron no sólo su vida, sino que
además sus tendones.
Fue ese hecho el que dejó en evidencia la imposibilidad de que se
hubiera matado: no podría él mismo haberse producido esas heridas.
Alegría Mundaca fue encontrado muerto en su domicilio de Valparaíso el
11 julio de 1983. Las investigaciones del caso del sindicalista
determinaron que el carpintero había redactado la nota inducido bajo
hipnosis.
El 19 de julio del 2000 la Corte de Apelaciones de Santiago
condenó a cadena perpetua como autores del homicidio calificado de Juan
Alegría Mundaca al ex director operativo de la CNI, mayor (r) Álvaro
Corbalán; al mayor (r) Carlos Herrera Jiménez, y al suboficial Armando
Cabrera Aguilar.
Sin odio ni rencor
"Recibimos amenazas constantes, más o menos desde el 78 al 82. Pero a
fines de 1981 él me entregó un casete y me dijo que lo escucháramos
cuando ya no estuviera con nosotros. Nunca pensé que era una despedida.
Allí nos habla a todos, como grupo familiar, y luego a cada uno de
nosotros. Nos pide que tengamos tranquilidad, dice que él nos va a estar
cuidando desde el más allá. Al final, se despide de los trabajadores y
de su querida ANEF. Aunque no lo exteriorizaba, estaba más consciente
que nadie del peligro".
En diálogo con Cambio21, Tucapel Jiménez Fuentes, hijo del
desaparecido líder sindical y actual parlamentario, aseguró que su
familia se ha "reconciliado con la vida" a pesar de que el dolor que ha
significado el crimen de su padre aún sigue vigente.
El congresista aún recuerda que durante 17 años la "justicia se
olvidó de nosotros, porque el ministro Valenzuela Patiño nunca quiso
investigar, sino que se hizo cómplice del asesinato, aparte porque tenía
un hijo en la CNI. Nosotros como familia lo que en definitiva logramos
fue la tranquilidad espiritual. No hay rencor ni odio alguno. Hicimos
todo lo que estaba a nuestro alcance para que se supiera la verdad y se
hiciera justicia. Los asesinos nos causaron un dolor muy grande que
hasta el día de hoy permanece en nuestros corazones. Tienen que cumplir
las condenas que les dio la justicia, que fueron bajas. Y, claro, al
final del día ellos tendrán que responder ante Dios por los actos
cometidos acá en la tierra".
Los "cómplices pasivos"
Para el diputado Jiménez, "los responsables nunca tuvieron ni
siquiera el castigo social que cualquier sociedad pudiese dar. Hoy día
hay muchas personas que caminan libremente por las calles y que tuvieron
responsabilidad política en el asesinato de mi padre. Lamentablemente,
acá no se dio como en Argentina, donde al menos hubo castigo social."
Y no duda en señalar a algunos de esos "cómplices pasivos" en el
crimen de su padre: "Jovino Novoa (UDI) fue subsecretario general de
Gobierno y de él dependía la Brigada Laboral que dirigía Valericio
Orrego, que trabajaba con Álvaro Corbalán, el jefe operativo de la CNI.
Ambos eran los encargados del seguimiento de mi padre. Hay muchos que
miraron para el cielo y se hicieron los desentendidos de lo que pasaba.
Creo que esos personajes no han pagado nada del daño que también
hicieron".
"El brazo armado de la derecha económica"
Carlos Herrera Jiménez, ejecutor de
Tucapel Jiménez, es reconocido como uno de los máximos violadores de
derechos humanos. También lo es por ser uno de los pocos ex agentes que
ha expresado su arrepentimiento y colaborado, al menos en parte, con el
esclarecimiento de éste hecho. Actualmente cumple condena en la cárcel
Punta Peuco.
El 25 de abril de 2001, reconoció públicamente el crimen y pidió
perdón a su familia, representada por el hijo, el diputado PPD Tucapel
Jiménez Fuentes.
El ex agente de la CNI, también en entrevista exclusiva con
Cambio21, reiteró sus disculpas por el asesinato del sindicalista y
admitió los crímenes que se cometieron durante la dictadura. Igualmente,
declaró que "ciertamente fuimos el brazo armado de la derecha
económica. Qué duda cabe".
Conmemoración de los 32 años del asesinato
Al cumplirse 32 años del asesinato, la
ANEF quiso marcar una diferencia. La conmemoración en el Cementerio
General fue masiva y a ella fueron invitados el ministro y subsecretario
del Trabajo designados por la presidenta Bachelet.
Internacionalmente
hubo reconocimientos importantes, como en la embajada de Chile en
Argentina, donde se hizo entrega de un retrato del líder sindical y
representó a la ANEF en el discurso principal la secretaria de Finanzas
de esa agrupación, Elsa Páez, presidenta subrogante de los empleados
fiscales.
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