El hecho es contundente. Se produjo la prevista y temida fragmentación de las legítimas opciones independientes a la convención constituyente. Los cálculos electorales de quienes aspiran a cuotas de poder dentro del actual sistema primaron y liquidaron, como siempre, los ideales justicieros del pueblo que no alcanzaron a cuajar en listas únicas por distrito. Faltó tiempo para un amplio debate, una dilucidación de las y los independientes acerca de la situación política y las capacidades organizativas del pueblo para responder ante la envergadura de los desafíos de un cambio constitucional. No se revierte de un día para otro los años de exacerbamiento individualista, de esa enraizada cultura de negar lo colectivo, lo social, ese espacio donde nos manifestamos como humanos. En la penumbra se divisa la sonrisa burlonamente triunfal de la casta política pues, esta vez, probablemente no se erradicará la constitución pinochetista.
Pero la inteligencia y los anhelos populares permanecen potencialmente vigentes y, en algún momento, se expresarán con más nitidez y cristalizarán en una nueva reconfiguración y articulación política necesaria y posible, porque los pilares del sistema vigente están resquebrajados en sus bases, principalmente en la conciencia ciudadana.
El pueblo independiente (de las actuales estructuras partidarias), protagonistas mayoritarios de las movilizaciones produjeron cambios que no tienen vuelta atrás. Ocurrieron en el ámbito individual y colectivo, conversaciones en la calle, en el espacio público donde se socializó el discurso de la dignidad, la transparencia, la justicia, la defensa de nuestros recursos naturales, los elementales derechos a la salud, pensiones y viviendas dignas, educación para todas y todos los muchachos y muchachas, ciudades más vivibles, autonomía para decidir acerca de definiciones sexuales, el irreductible derecho democrático a participar en las grandes decisiones de políticas públicas.
Al parecer, todo pende al borde del acantilado. No obstante, la algarabía movilizadora de octubre 2019, que obligó al plebiscito en el cual el 80 por ciento golpeó la mesa tranquila del poder resquebrajándola con radical puño político- decisión finalmente amañada por la sempiterna casta dirigente- tiene posibilidades de mejorar y, en el mejor de los casos, revertir el digitado proceso, de dos maneras: 1- Entusiasmar a través de todos los medios al alcance para que las personas concurran masivamente a votar por las listas de candidatos realmente independientes a convencionales constituyentes; a todas y todos quienes no confían, hasta ahora, en actos electorales, particularmente a los jóvenes descreídos de la institucionalidad y, así, lograr los dos tercios necesarios que permitan aprobar una nueva constitución. 2- Aprovechar este proceso para movilizar la conciencia popular en torno a los grandes temas políticos, sociales, económicos, culturales, y desarrollar como nunca antes un debate ciudadano en todos los territorios del país, que prepare y proyecte a las organizaciones de base hacia nuevas circunstancias políticas y sociales que hagan posible y necesaria una auténtica asamblea constituyente.
Rodrigo Medina González
Periodista
Concepción
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