Me cuesta entender a quienes, con una soberbia infinita, creen que son «ellos» los que escribirán una “buena” Constitución, que «unirá» a Chile. ¿Por qué? ¿Cuándo lo han hecho? ¿Por qué lo harían ahora? ¿Y quiénes son estos «elegidos» que serían los adecuados para este proceso?
Soy periodista y vengo a hablar desde mi lugar de privilegios.
Estudié en uno de los colegios más caros de Chile, donde nos enseñaron mucho de la competencia y poco de la colaboración. Salir de ese colegio y ser hija de mi padre me ha abierto múltiples puertas, que sin duda no se habrían abierto de otra forma. Sé de dónde vengo y el sector al que pertenezco. El sector de la élite y el poder. Sector al que le es fácil y casi natural estar a cargo de los medios, los gobiernos, las empresas…
El sistema en que vivimos nos invita a «rascarnos con nuestras propias uñas», a pensar sólo en nosotros y no en un colectivo o en un país. Esta carencia de empatía ha hecho que sucesos como el estallido social haya tomado tan por «sorpresa» a dicho sector.
Por esto, y mucho más, es que la nueva Constitución me emociona. Me emociona que una diversidad tan grande de personas, elegidas democráticamente, hayan logrado ponerse de acuerdo. Aunque algunos optaron por la competencia y no por la colaboración. El texto no es perfecto, pero sí perfectible. Y, como dicen, lo perfecto es enemigo de lo bueno. No habrá una Carta Fundamental que deje a todos satisfechos, como no lo hace la de ahora.
Hoy en los barrios altos ha aumentado la delincuencia y los portonazos, eso ha hecho que la seguridad pase a ser tema primordial en todas las agendas y noticias. Pero en la mayor parte de nuestro país esto sucede y sucedía hace años. Pero si no lo instala la élite, pareciera que no existe o que simplemente no es importante. Que muera un niño en una población por una bala loca es menos importante que la hija de un actor de tv haya recibido una bala cuando se le intentaba robar el auto. Esta extraña sensación de que el que tiene más vale más.
Y entiendo que los cambios generan miedo. Entiendo el poder del miedo y lo bien que lo han utilizado algunos. A mí también me dan miedo. Pero con miedo y todo, bienvenidos los cambios.
Me cuesta entender a quienes, con una soberbia infinita, creen que son «ellos» los que escribirán una “buena” Constitución, que «unirá» a Chile. ¿Por qué? ¿Cuándo lo han hecho? ¿Por qué lo harían ahora? ¿Y quiénes son estos «elegidos» que serían los adecuados para este proceso?
Desde mi mirada, siento que lo que nos uniría sería dejar de pensar en la codicia y en nuestros privilegios y espacios de poder, y escuchar, reconocer, y validar a quienes tenemos al lado o, mejor dicho, bastante lejos de nuestros barrios.
Yo no leí la Constitución anterior. Y aunque era una Constitución escrita en dictadura pude y pudimos todos convivir y regirnos por ella todos estos años. Se mejoró en algunas cosas, pero sin duda estaba al debe en tantas, pero tantas, otras.
Hoy se nos presenta una oportunidad histórica, de apalancar un proceso sumamente complejo pero democrático, donde la equidad debe ser lo que nos impulse. Una equidad real. Puedo sonar ingenua o idealista. Pero es esa mi esperanza para el futuro de Chile.
No soy de extrema izquierda, sé que mis compatriotas son personas trabajadoras y luchadoras. No quieren todo gratis, sí quieren dignidad. Que no importe cuánto tengas, tu vida sea igual de valiosa, por lo que no morirás esperando ser atendido en un hospital. Y aquel que comete un delito, con o sin corbata, tiene la misma pena.
Espero que Chile decida con el menor miedo posible y que la «unión» de la que tanto hablan sea menos desde la caridad y más desde los derechos fundamentales.
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