Desde siempre, la oligarquía chilena ha usado cinturón de castidad. Se ha convertido en su prenda más apreciada. Examinemos el tema. Puede ser aparente el acertijo a juicio de algunos expertos, pero la oligarquía dice utilizarlo, por prestigio social. Jamás ha sufrido intento de violación o manoseo, aunque en ocasiones, se ha expuesto a perder la virginidad. Sabe cómo escabullirse de tanto asedio diario, en una sociedad permisiva, donde impera la voluptuosidad. Estuvo vinculada a algunos escarceos populistas en el siglo pasado, que no pasaron a mayores. Después se arrepintió y auspició el golpe militar. Acostumbrada a coquetear con otras oligarquías del continente, siempre ha salido victoriosa. Sabe de ventajas a la hora de la repartija.
Se aferra a su cinturón de castidad, como si fuese una virgen necia. Su proverbial rapiña, le permite andar de noche, sin riesgo alguno, en su labor depredadora. Sus custodios, es decir sus empleados y lacayos, vestidos a la usanza del pasado, que concurren al Congreso Nacional de Valparaíso, defienden su virginidad a ultranza. Hablan de cuan impoluto es su comportamiento social, generosidad de bienhechora y muestran certificados. Ya sea en la cama, en el salón o en la agitada vida social. Nada de reproches. Su virginidad, o voluptuosidad, aunque se ponga en duda por sus detractores y los infelices de turno, le ha permitido apoderarse de las riquezas del país. Entre guiños, musarañas y haciéndose la pánfila, acumula grano a grano, como laboriosa hormiguita. El cinturón de castidad, le ayuda a frecuentar lugares, donde a menudo, nadie se atreve a concurrir. Guiños por aquí, parpadeos por allá, le han otorgado calidad de corso en el vasto océano Pacífico, que hace años pertenecía a Chile y ahora ella, administra a su regalado arbitrio.
Tanta castidad, a menudo valorada por los borregos, los amarillos y el medio pelo, se ha convertido en su lema. Hace gárgaras de honestidad, y a través de su prensa y TV, exhibe certificados de virtud. Aliada a los amarillos, cuya promiscuidad aterra, muestra su cara pícara, tan del gusto del populacho. La oligarquía, ha de saber usted, no roba ni especula. Toma cuanto le pertenece, pues Dios le otorgó la responsabilidad de guardián y dueño del granero real.
Ahora, como las ISAPRES gimen su desventura y empiezan a pedir clemencia al gobierno, por temor a desaparecer, sus dueños, es decir la oligarquía, ajusta su cinturón de castidad. Habla de quiebra, desparramo y que la desaparición de estas piadosas y generosas instituciones de beneficencia, acarreará la mayor crisis en la salud del país. Inventadas en dictadura y hermanadas con las AFP, se han enriquecido y ningún gobierno hasta ahora, se ha atrevido a quitarles el cinturón de castidad. Ni siquiera a orillarlo. A cualquiera, enerva el pudor, que más bien parece terror. Como se observa, este artilugio que tuvo tanta importancia en la Edad Media a causa de Las Cruzadas, ha servido para defender y proteger la integridad de nuestra oligarquía. Ni en las noches se lo quita a la hora de reconocer el lecho, lo cual demuestra su ningún amor por la convivencia matrimonial. Sus objetivos son el lucro y la desenfrenada voracidad.
Por Walter Garib
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