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martes, 31 de enero de 2023

Francisco Villa, hombre nuestro que estás en esta tierra…

     

Ha estado cuando nadie más ha querido estar, donde pocos se atrevieron o donde no ha habido plata ni para la bencina. Jamás se ha sabido que haya dicho que no o puesto alguna condición.

Ha sido trinchera y soporte vital cuando ha cundido el bajón y ha puesto su palabra y acordes en el recuerdo del caído, en el homenaje al que lucha, al pequeño paso que ofrece senderos y posibilidades escasas, casi nulas, pero que están.

Por alguna razón misteriosa canta en varios lugares a la vez y ese don ubicuo permite repartir versos y palabras al modo en que lo hizo otro profeta con peces y panes. Aunque mucho más sagrado y terrenal, en el caso nuestro.

Por suerte lo tenemos a Pancho Villa.

Qué habría sido de nosotros en este larga derrota sin su empuje hecho de inteligencia, poesía, guitarra y una consecuencia a prueba de acomodos y acomodados, traiciones y traidores, penas y apenados.

A Francisco le tocó vivir este tiempo y destino y lo ha hecho sin perder ni la brújula ni la sonrisa ni su calidad humana ni su coherencia. Ha dicho lo suyo sin que le importe el desalmado que le odia y el compañero que critica su rebelde manera de sentir y decir.

Su hermosa porfía que reclama en apelativos y conducta.

Panchito tiene una versión remozada del aquel que transformaba en oro lo tocado. Villa trastoca los pesares en algo mucho más cómodo de llevar, como si sus canciones inocularan una fuerza secreta al músculo a veces atrofiado de las causas verdaderamente humanas.

Han sido largos estos largos años de derrotas y fracasos, de conversos y rufianes, de farsantes y genocidas. Duros y estériles.

La gente del pueblo no ha podido levantar cabeza ni deshacerse de dirigentes que les hacen mal. Ha sido notable tanto como insistente el esfuerzo de algunos por abandonar al olvido al que ofreció su esfuerzo y su vida por la causa humana de los desposeídos y despreciados.

Se les nombra por lo bajo y con el ímpetu forzado de la cosa administrativa, despojada de ejemplo y valía.

Se nombra Salvador Allende con solapada muestra de vergüenza y duda. Se oculta su grandeza, su entereza, su decoro de hombre con hache grande y del mismo modo se intenta sepultar a los héroes que en otros tiempos y latitudes señalaron un camino y un sacrificio.

Francisco Villa los realza con su corazón vibrando en su boca y esas gestas y camaradas adquieren otra invocación más majestuosa y humana cuando son cantados con su vibrato creíble y señero.

Y nos hace reencontrarnos con esos ejemplos en el transitar acelerado de nuestros corazones.

¡Qué grande que seas nuestro hermano, Panchito del alma del alma de todos!

Te abrazo con el cariño de quien ha resistido afirmado en tus versos y en tu cálida consecuencias que no ha medido ni bienestar ni la adulación, y que a fuerza de canciones has logrado convencernos de que en algún recodo aún no descubierto están la ideas, las mujeres y los hombres que alguna vez llenarán esta tierra de gloria.

El secreto para el que quiera saber está en caminar siguiendo el rastro de consecuencia y hermosura que van dejando las canciones de mi hermano Francisco Villa.

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Por Ricardo Candia Cares

 

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