Sebastián Piñera Echeñique —¿lo recuerda usted?— comunica que tendrá un «rol activo» en el nuevo proceso constituyente, aunque «no desde la primera línea». Terrorífico, para sólo emplear un vocablo, que suele usarse después de un terremoto, sunami o un mega incendio. Como en estos últimos días las noticias se han infestado de farándula y el conventilleo, por robo de relojes y lances clandestinos en equivocadas alcobas, la resurrección de Sebastián Piñera, agita la política. Trae aires de lejanas nostalgias, cuando las protestas en las calles, paralizaban al país. Quienes lo idolatran, lo rescataron del panteón del olvido. En una acción misericordiosa, recogieron sus desparramados y amarillentos huesos y volvieron a darles vida. No son restos de dinosaurios, como muchos piensan o de beato. Al parecer, Piñera no es amarillo, sin embargo, se inclina por ese color de moda. Da prestigio pertenecer a una agrupación de intelectuales díscolos, venidos de la rosada izquierda.
Aquella ausencia y silencio de la política del ex presidente, nadie lo había advertido, pues somos un país donde impera la ingratitud. El eclipse del huidizo banquero, financista y magnate Piñera, empezaba a ser realidad. No un antojo, en un país que se esfuerza por reinventarse y salir del desbarajuste. Muchos lo veían disfrutando de su oasis, situado en el Chile profundo; y deben admitir ahora que, el hombre, gracias a sus corifeos y lameculos, desea succionar otra vez, las ubres del poder. Desde luego, apoyado por los borregos del medio pelo, ansiosos de trepar y mejorar el apellido. La nostalgia, mueve montañas y cambia el curso de los ríos, aunque sus aguas sean privadas. Tanta ausencia y añoranzas de por medio, han perturbado su ociosa tranquilidad. ¿Acaso no se la merece? Anhela servir otra vez a la oligarquía, su añorado hogar, desde cuando andaba en bicicleta por la avenida Pedro de Valdivia.
Este personaje, en calidad de presidente de Chile, que viajó a China acompañado de miembros de su familia, a hacer negocios particulares, supo aprovechar la coyuntura. A reunión que iba, aparecía con sus críos. Cuando fue a visitar a su patrón a EE. UU y rendirle pleitesía al amo, le mostró al presidente Donald Trump un papel impreso, donde Chile figuraba como una estrella más del imperio. Ambos se palmotearon las espaldas y la alianza de patrón a inquilino se volvió a sellar. Dicen que Trump, para no desternillarse de la risa, se restregaba los juanetes en las patas de la silla. ¿Sumisión o actitud de quien ansía ser el gracioso de palacio? ¿Servilismo? ¿Antojo de gagá? Agregue usted lo que piensa.
En otra oportunidad, le preguntó al sorprendido Barack Obama, presidente de USA, si podía sentarse en el sillón que existe en la oficina oval y utiliza el primer mandatario. Obama respondió con una sonrisa algo forzada y Sebastián Piñera se sentó en el sillón, aunque omitió poner sus peludas patas sobre el escritorio. ¿Qué le habría propuesto a la reina Isabel de Inglaterra, si se hubiese entrevistado con ella? En cualquiera otro país, le piden su renuncia por semejantes babosadas. En Chile, se perdona incluso a los dictadores. ¿De dónde surge este espíritu de sumisión e infantilismo? Hacerse el bufón o creerse cómico, sin serlo, es propio de personas arrogantes.
Y pensar que Chile empezaba a olvidar a este personaje de folletín, cuyos periplos de presidente en dos oportunidades, convulsionaron al país. Sebastián Piñera no pudo resistir la tentación de volver a la política. A montar otra vez, en la Alameda de Santiago esquina de Ahumada, su mesa plegable, cubierta de un tapete verde. Ahí, vestido de charlatán, venderá baratijas, ungüentos y elixires, para combatir la calvicie, el mal de ojo y las penas del amor. Ahora, si está de ánimo, verá el Tarot. No cualquiera posee semejante espíritu emprendedor, lo cual le sobra a este personaje de opereta bufa.
Por Walter Garib
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