Los efectos de la crisis económica por la pandemia de coronavirus se desdoblan sobre el primer aumento de la desigualdad en el mundo en décadas, de acuerdo con el Banco Mundial (BM). Tres años después de que la producción global se paralizó ante la incertidumbre de una enfermedad detectada hasta un primer momento en China –la segunda mayor economía y responsable de un tercio del crecimiento mundial–, hay 95 millones más de pobres extremos, mientras 84 mil 490 ultrarricos
tienen cada uno más de 100 millones de dólares en patrimonio. Mientras tanto, una acelerada inflación no se ha logrado frenar, pese al encarecimiento del dinero que tiene al borde de un colapso de deuda a decenas de países.
Los organismos internacionales se han lanzado en una carrera de cifras sobre los saldos que hasta ahora han dejado tres años de la crisis inicial: la pandemia de covid-19, que derivó en El gran encierro
–como definió el Fondo Monetario Internacional (FMI) al cierre de escuelas, fábricas y espacios comunes que caracterizó 2020 y llevó a la mayor recesión en casi un siglo–; así como sus secuelas directas: el choque energético y en la producción durante 2021 y 2022, al reanudarse la mayor parte de la actividad mundial. Estos dos últimos años estuvieron marcados por el encarecimiento de los precios del gas, el petróleo, a los que se fueron sumando otros insumos.
Sobre esas crisis irrumpió en febrero de 2022 la invasión de Rusia a Ucrania. La guerra inyectó nuevo combustible a la espiral inflacionaria que comenzó a tomar forma a mediados de 2021, al desarrollarse entre dos de los principales países exportadores de trigo y fertilizantes del mundo. Lo anterior elevó las alertas de escasez alimentaria. A la fecha, prácticamente una de cada 10 personas en el mundo padece hambre, de acuerdo con agencias de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Una brecha más honda y amplia
A mediados del año pasado, la ONU destacó que en el mundo hay cerca de 828 millones de personas con hambre y 520 mil a un paso de la hambruna. En febrero reciente, su Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 10 por ciento más rico de la población mundial acapara 52 por ciento de la renta, mientras la mitad más pobre obtiene 6.5 por ciento de la misma. En el mismo tenor, Oxfam publicó que la riqueza global creció en 42 mil millones de dólares desde el inicio de la pandemia, pero dos terceras partes de ella fueron acaparadas por el uno por ciento de los ya más acaudalados.
“El covid-19 marcó el final de una fase de progreso global en la reducción de la pobreza. Durante las tres décadas que precedieron a su llegada, más de mil millones de personas escaparon de la pobreza extrema (…) Los trastornos económicos provocados por el covid-19 y más tarde por la guerra en Ucrania produjeron un cambio total en el progreso. Quedó claro que el objetivo global de acabar con la pobreza extrema para 2030 no se lograría”, reportó el BM en el informe Pobreza y prosperidad compartida
.
De acuerdo con el organismo, sólo en 2020, primer año del confinamiento, el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza extrema aumentó en más de 70 millones, y hasta 676 millones subsistían con menos 2.15 dólares al día (alrededor de 40 pesos) al cierre de 2022. Pero mirando la pobreza de manera más amplia, casi la mitad del mundo, más de 3 mil millones de personas, vive con menos de 6.85 dólares por día (125 pesos mexicanos), que es el promedio de las líneas nacionales de pobreza de los países de ingresos medianos altos
, precisa.
Mientras más de un tercio de la población mundial, 37.5 por ciento, vive por debajo de la línea de pobreza, en países de ingreso medio alto, según los datos del BM, los mercados financieros contaron en miles de millones sus ganancias, sobre todo en sectores beneficiados de las crisis: las petroleras, los bancos y las farmacéuticas. El año pasado 95 empresas de energía y de alimentación duplicaron sus beneficios, los cuales llegaron a 306 mil millones de dólares, y de ellos 84 por ciento fue el pago a capital, a los dividendos a sus accionistas, documentó Oxfam.
La pandemia fue de inicio una crisis sanitaria, pero su caudal se desplegó en el ámbito económico y de desarrollo, han reiterado organismos internacionales. Acabó con medios de vida –empleos, empresas y ahorro–, no sin antes probar que la pobreza fue una de las comorbilidades de mayor peso en la letalidad de la infección. En México, de acuerdo con un estudio publicado en The Lancet, los mexicanos pobres tenían cinco veces más posibilidades de morir que quienes contaban con los salarios más altos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sostuvo que a nivel mundial la pobreza, el desempleo y las desventajas socioeconómicas estaban altamente asociados con malos resultados de salud. En el primer año de la pandemia, el riesgo relativo de morir por coronavirus se duplicó para quienes vivían en las zonas más desfavorecidas socialmente y para las poblaciones de minorías étnicas
.
Salvar primero los mercados
Las primeras sacudidas en los mercados internacionales vinieron antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara como pandemia la infección el 11 de marzo de 2020. Los precios del petróleo habían caído más de 30 por ciento por una menor demanda –algunas regiones de China se encontraban en cuarentena desde finales de enero– y los países productores no llegaban a un acuerdo sobre un recorte de la producción. Esta crisis en sí misma llevó a que el crudo cotizara por debajo de cero por primera vez en su historia el 20 de abril.
Esa volatilidad en los mercados inició la última semana de febrero de 2020, pero tuvo la primera de varias caídas importantes el 9 de marzo, cuando los principales índices de Wall Street tuvieron su peor jornada desde la Gran Recesión de 2008.
Para el 12 de marzo, un día después de que la OMS declarara como pandemia al covid-19 y el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunciara una serie de medidas para enfrentar la emergencia en ese país, entre ellas el cierre de fronteras a viajeros provenientes de Europa, los índices de Nueva York cerraron con su peor caída en más de 32 años, desde el lunes negro
de 1987, cuando las pérdidas de valor superaron 22 por ciento.
Ese 12 de marzo de 2020 prácticamente todos los índices bursátiles cayeron por encima de 9 por ciento. La volatilidad se extendió al menos tres semanas más, mientras los bancos centrales intervenían el mercado, compraban acciones y bonos de gobierno para amortiguar las caídas.
Como resultado, tres años después, el deterioro en las condiciones de vida para millones de personas no pasó de un exabrupto en los mercados. En febrero de 2023, el Dow Jones –que refleja el comportamiento de las 30 compañías más grandes de Estados Unidos– lleva un crecimiento de más de 78 por ciento respecto al punto más bajo de marzo de 2020 y de 54 por ciento respecto a su valor antes de la pandemia.
Por Dora Villanueva
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